Meditar es productivo
La meditación mejora la capacidad de concentración en el trabajo.
Aumenta la capacidad para resistir los estímulos externos y los impulsos internos que nos distraen.
Amigos, alumnos y colegas me cuentan a menudo que no tienen tiempo para meditar: ¿cómo nos vamos a sentar y no hacer nada? Siempre tenemos mil cosas que hacer, emails que responder, redes sociales para poner al día, noticias que leer para saber como está el mundo, vida social pidiendo atención, trabajos que podemos perfeccionar en cualquier momento, poner en orden el disco duro del ordenador, etc.
La meditación trae beneficios: refresca las ideas, concentra en lo que está pasando ahora mismo, nos hace más educados y amables, nos ayuda a enfrentarnos a la información a la que estamos expuestos. Pero si deseamos una buena razón para meditar, no hay que buscar lejos: la meditación nos hace más productivos. ¿Por qué? Porque aumenta nuestra capacidad para separar el grano de la paja, para separar lo esencial de lo urgente y accesorio, para resistir los impulsos que nos distraen.
Últimas investigaciones demuestran que la habilidad de resistir la imposición y la tiranía de estímulos externos mejora nuestras relaciones, aumenta nuestra confianza y sube nuestro rendimiento. Si podemos resistir impulsos que parecen importantes pero que en definitiva no lo son, tomamos decisiones mejores y más pensadas. Ponemos la intención en lo que decimos y en cómo lo decimos. Podemos pensar en las consecuencias de nuestras acciones antes de llevarlas a cabo.
Nuestra habilidad a resistir un impulso circunstancial determina nuestro éxito en aprender una nueva conducta o cambiar un hábito antiguo. Es probablemente la habilidad y destreza más importante para crecer y desarrollarnos. Y es precisamente esto una de las cosas que nos enseña la meditación. Aunque también sea una de las más difíciles de aprender.
"Lo conseguí durante cuatro segundos"
Esta mañana mientras estaba sentado meditando, relajándome un poco más con cada espiración, conseguí abandonar todas mis inquietudes. Mi mente estaba vacía de aquello que la preocupaba antes de sentarme. De todo excepto del fluir de mi respiración. Mi cuerpo se sentía lleno de gozo y estaba en paz. Naturalmente, esto lo conseguí durante cuatro segundos aproximadamente.
Después de una respiración o dos vaciando mi mente, llegaron los pensamientos como un alud (la naturaleza detesta el vacío). Me picaba la nariz y quería rascármela. Se me apareció un gran título para mi nuevo libro y necesitaba escribirlo antes de olvidarlo. Pensé en unas cuatro conversaciones telefónicas que iba a tener y después en una clase en la cual tenía alumnos con bastantes dificultades de comprensión . Me preocupé pensando que solo tenia dos horas para escribir. ¿Qué estaba haciendo sentado ahí?Quería abrir mis ojos y girarme a ver cuanto tiempo había pasado en mi cronómetro. Oí a la niña del vecino llorar y quería intervenir.
En todo este proceso el pensamiento clave es: deseaba hacer todas esas cosas pero no las hice. En vez de eso, cada vez que tenía uno de esos pensamientos, volvía a poner mi atención en la respiración.
A veces, no llevar a cabo algo que deseamos hacer es un problema, como por ejemplo no escribir esa propuesta que hemos dejado para más tarde o no teniendo esa conversación que hemos estado evitando. Pero otras veces, el problema es que llevamos a cabo algo que no deseábamos hacer. Como hablar en lugar de escuchar o embarrancar en discusiones políticas en lugar de situarse por encima de ellas.
La meditación nos enseña a resistir a esos impulsos contraproductivos. Y aunque a veces es más fácil y fiable crear un entorno que apoye nuestros objetivos, otras, debemos confiar en ese método viejo y pasado de moda: el autocontrol.
Por ejemplo, cuando explotamos en una discusión a sabiendas que estaríamos mejor escuchando y esperando. O cuando nos dejamos llevar por las emociones batallando con nuestros hijos y sabemos a ciencia cierta que lo contrario sería mucho más adecuado. O cuando deseamos mirar el email cada tres minutos en vez de concentrarnos en el trabajo que estamos realizando.
Meditar diariamente fortalece la voluntad y entrena a reconducir los impulsos. Éstos no van a desaparecer, pero estaremos mucho mejor preparados para manejarlos: Nosotros somos quienes mandamos.
¿Significa eso que no vamos a seguir un impulso o las ganas nunca más? Claro que no. Los impulsos contienen información útil. Si tenemos hambre, son un indicador de que debemos comer. Pero quizás son la indicación de que estamos aburridos o luchando con algo que nos resulta difícil. Meditar nos da práctica para conservar el poder delante de uno o varios impulsos y decidir cual vamos a seguir y cuál dejaremos pasar.
¿Cómo meditar?
Si nos estamos iniciando, lo mantendremos muy simple. Nos sentaremos con la espalda lo suficientemente recta de manera que nuestra respiración sea confortable —en una silla o en un cojín sobre el suelo— y pondremos el cronómetro en marcha (para empezar cinco minutos son suficientes). Una vez el cronómetro comienza, cerramos los ojos o miramos el suelo sin bajar la cabeza y dejando los párpados entreabiertos. No nos movemos excepto para respirar hasta que el cronómetro termine. Concentrémonos en la respiración, en cómo entra y cómo sale de nuestro cuerpo, en las pausas, en el lugar del cuerpo donde la notamos. Cada vez que tenemos un pensamiento que nos manda un impulso, lo registramos, lo despedimos amablemente y volvemos a la respiración.
Eso es todo. Así de simple, así de difícil y desafiante. Intentémoslo durante tres días.
Esta mañana, cuando llegué a la cocina estaba toda inundada. Me dieron ganas de comenzar a gritar quien se había dejado los grifos abiertos y lanzar una taza contra la pared. Pero mi práctica contrarrestó mi impulso. Tomé una inspiración. Hablé con mi esposa, buscamos toallas y un par de sábanas y comenzamos a recoger el agua. Cogimos después la fregona y fregamos el suelo con el mejor de los humores. Llamé al vecino para ver si había bajado el agua por su techo. Hubo suerte, no era el caso. Llamé al fontanero y terminamos riendo cuando apareció a la media hora.
Había perdido una hora en la oficina. Si quería terminar las cosas que había iniciado a la hora prevista, precisaba ser productivo al máximo. Así que me concentré en mi trabajo durante dos horas —ni emails, ni llamadas, ni vídeos de Youtube— hasta que terminé lo que estaba haciendo. Lo conseguí y cuando acabé había ganado treinta minutos más.
¿Quién dijo que meditar es una pérdida de tiempo?
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