Marzo

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Andan bastantes despistados los cerezos y los almendros. Se supone que a estas alturas deberíamos estar oteando la primavera, pero el invierno golpea últimamente tarde y con crudeza. Y en los jardines se respira una extraña mezcla de renovación y resignación. Y el alma se contagia y se encoge ante el frío intempestivo.

“Cuidado con los idus de marzo”, le dijeron a Julio César. Cuidado con estos vientos traicioneros que acechan y que no nos dejan desprendernos del caparazón del invierno y celebrar a cielo abierto el cambio de estación.

Los agricultores se las prometen muy felices: la lluvia y el frío son buenos augurios para la cosecha de cereales. Pero los alérgicos a las gramíneas se preparan ya para lo peor, porque pronto tendremos niveles muy altos de polen, y peor aún si coinciden con la alta contaminación.

Y eso por no hablar del cambio climático: la temperatura de la Tierra ha aumentado un grado en los últimos 100 años. Los plantas alteran su “calendario” para adaptarse, adelantan su floración y afectan a la actividad de los insectos polinizadores, a los ciclos nutritivos de la tierra o al régimen de lluvias…

Desajustados estamos todos en este mes largo y marceador, esperando tal vez la señal definitiva: “Si marzo se va y el cuco no viene, o se ha muerto el cuco o del fin del mundo vuelve”.

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