Coche

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Imagina una ciudad sin coches

Mi coche me lo robaron una noche de hace veintitantos años. El ladrón no imaginaba el peso que me quitaba de encima. Ni yo mismo, adicto al volante durante una década, podía pensar en esos momentos que estaba ante una experiencia liberadora como pocas.

Nunca más tuve que volver a ocuparme de pagar el seguro, de abonar el parking, de acabar mareado buscando aparcamiento, de cabrearme día y noche al empotrarme contra el atasco de diario. Experimenté en carne propia la sensación que años después dio título al libro de Katie Alvord: “¡Divórciate del coche!”.

Ahora, al cabo de media vida sin coche, miro hacia atrás con cierto complejo de culpabilidad por mi contribución al “nitrogenazo”, a esa boina que veía colgada sobre Madrid cada vez que entraba por la carretera de La Coruña o por la carretera de Burgos…

Porque ahora es cuando por fin somos conscientes: la contaminación no es sólo un problema ambiental, sino también es un problema de salud (como el tabaco). Y que los malos humos que respiramos en nuestras calles son el caldo de cultivo del asma en los niños, de infecciones respiratorias en los mayores y de enfermedades cardiovasculares en los adultos.

La Organización Mundial de la Salud estima que la contaminación en las ciudades provoca hasta 3,4 millones de muertes prematuras al año, que se dicen pronto. Hablamos de una población equivalente a la de Madrid, más muertos que los que causa la malaria y el sida…

En las ciudades asiáticas, el aire lo evenenan sobre todo las industrias, las centrales de carbón y la quema de madera en los hogares. Pero en las ciudades europeas, la principal causa de contaminación está muy clara: el tráfico, y especialmente los vehículos Diesel (como mi último coche, ahí me duele)

Benjamin Barratt, experto en contaminación del King's College, vaticina que los vehículos Diesel tendrán prohibida la entrada en las ciudades en pocos años. Y después se aplicará el “prohibido circular por el centro” a todos los coches de combustión. Y con el tiempo nos preguntaremos cómo éramos capaces de ir quemando alegremente gasolina por nuestras calles.

En las ciudades acabarán circulando como mucho los coches eléctricos, y posiblemente sin conductor. El culto al coche privado como símbolo de estatus caerá por su propio peso, y nos moveremos en todo caso en coches compartidos, como estamos haciéndolo ya. El transporte público, la bicicleta y los desplazamientos a pie serán el pan de cada de día en una nueva generación que no siente ya la imperiosa necesidad de sacarse el carné a los 18. Descubriremos otras maneras de movernos. Nos ahorraremos desplazamientos inútiles.

Y así llegaremos a nuestra particular utopía, que empieza a ser realidad en lugares como Friburgo… Imagina una ciudad sin coches, no es difícil si lo intentas. Imagina recuperar el canto de los pájaros, el griterío de los niños jugando en plena calle. Imagina caminar a tus anchas, sin miedo a ser atropellado. Imagina respirar a pleno pulmón y recuperar la libertad. Como peatones y como personas.

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