Felicidad
La felicidad es un vaso de vino y un bocadillo. La felicidad es tu mirada inocente en mitad de la gente. La felicidad es esperar al amanecer para volver a hacerlo. La felicidad es un cojín de plumas y en este plan…
¿Quién no recuerda a Romina y Al Bano canturreando el tema de marras, con doble sonrisa dentífrica? Claro que luego acabaron como acabaron. Cada cual por su lado. Diciéndose de todo y jurándose venganza. Aunque ahora vuelven a cantar juntos y dicen que son un “ex pareja feliz”.
“No existe la felicidad, existen los momentos felices”. Con este “mantra” funcionaron seguramente Al Bano y Romina (tanto monta) en sus años felices. Lo que pasa es que la gratificación instantánea acaba cansando. Y llega un momento en que uno busca otra cosa. Una felicidad de fondo. Un aliciente extra. Una razón de más para levantarse por las mañanas.
Antes de entrar en detalles, confieso que soy un escéptico de la felicidad. Ese escepticismo nace del convencimiento de que la felicidad es una cuestión tremendamente subjetiva. Y quien más contribuyó a alimentar esa sensación fue sin duda Martin Seligman, autor de “Auténtica felicidad”.
Aquel encuentro o “encontronazo” en la Universidad de Pensilvania sirvió para mermar notablemente mi entusiasmo. El tema circulaba entonces de boca en boca; se diría que el mundo occidental vivía obsesionado con la busca enfermiza de la felicidad. El adalid de la psicología positiva rehuía de todo lo que fuera trivializar el mensaje. Por eso tal vez no sonreía.
Dicen que la felicidad es contagiosa. Pero lo cierto es que yo salí de aquella entrevista con una sensación bastante plomiza, agravada con el paso del tiempo. Y así acabé en manos de la melancolía...
“En algún lugar del mundo hay una compañía farmacéutica trabajando en un nuevo medicamento para hacerte feliz”, leí después en “Rethinking Happiness”, de Ed Diener. De ahí pasé a “La pérdidad de la tristeza”, escrito al alimón por Allan Horwitz y Jerome Wakefield, que reivindican lo deseable y sano que es sentirse infeliz de vez en cuando.
Todo esto viene a cuento del encuentro celebrado hace tiempo en Londres, Action for Happiness, con el Dalai Lama predicando no solo la meditación, sino la “acción” como vía de la felicidad, empezando por lo que tenemos más a mano: nuestra familia, nuestros amigos, nuestra comunidad, nuestro barrio…
A su lado, Matthieu Ricard, el monje considerado como “el hombre más feliz del mundo”, explicaba cómo la compasión, la gratitud y el propósito en la vida son los tres pilares de la auténtica felicidad, por delante del dinero y de la salud.
El reino de Bután, ya lo sabemos, fue el primero en medir la Felicidad Interior Bruta de su gente. El Happy Planet Index elabora todos los años un ranking de países más o menos felices. Bristol recoge ahora el testigo con el Proyecto Ciudad Feliz, que aspira a darle al tema un cariz insospechadamente urbano. Y desde Compenhague, Meik Wiking, nos invita a explorar la felicidad de las pequeñas cosas… En esto estamos.