Abril

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Abril, el agua. Atrás queda el mal trago del 2017, el año más cálido y el segundo más seco en nuestra historia. Ahora llegan las inundaciones, a modo de recordatorio de estos tiempos de clima extremo a los que estamos contribuyendo con nuestros hábitos.

“Lloviendo está en los habares/ y en las pardas sementeras”, escribió Machado. “Hay sol por los encinares/ charcos por las carreteras”.

Aunque nunca llueve a nuestro gusto, no hay más que ver la resignación con la que habitualmente cogemos el paraguas. Desdeñamos la lluvia como antes maldecíamos la sequía. Unas cuantas gotas bastan para sacar lo peor de nosotros. Lo que nos falta es cultura del agua.

Aljibes, cisternas, acequias, bancales… Fue en California, de la mano del permacultor Brock Dolman, donde escuché como en ningún otro lugar el “mensaje” del agua. La lluvia ponía en marcha un flujo incesante que se iba canalizando como por arte de magia ante los ojos atónitos del visitante. Cualquiera habría dicho que un duende líquido disponía el destino de la última gota aquel vergel de verduras, árboles frutales y hierbas aromáticas creado por la mano humana, en singular armonía con el bosque.

“El ciclo del agua es el ciclo de la vida”, nos recordaba Brock, mientras seguíamos el rumor reconfortante, hasta llegar a un espléndido estanque poblado de nenúfares. “Durante décadas nos hemos dedicado a deshidratar la Tierra, hasta poner en peligro nuestra propia subsistencia… Hay que reconectar con la fuente de la vida, recuperar los cauces, establecer una nueva relación de simbiosis y gratitud con el líquido elemento. Al fin al cabo, agua somos”.

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