Estrés
Hay dos maneras de enfrentarse al estrés.
Hay dos maneras de enfrentarse al estrés. Y las dos arrancan con una simple reacción a la altura del hipotálamo, esa parte recóndita del cerebro que regula nuestras conductas esenciales…
1. El estrés es dañino, me deja sin fuerzas, consume mi salud, debilita mi rendimiento en el trabajo, me angustia en mi tiempo libre, solo tiene efectos negativos.
2. El estrés actúa como aliciente en mi vida, me saca de mi zona de confort, me ayuda a superar los retos, contribuye a mejorar mi vitalidad, tiene muchos efectos positivos.
La mayoría de los mortales nos quedamos seguramente con la primera cantinela, la que llevamos oyendo desde que le pusimos el acento al estrés para definir ese “estado de tensión física o emocional” con el que respondemos a la cascada de obligaciones, desafíos, demandas y engorros (o sea, la vida diaria).
El estrés excesivo o mal llevado –eso nos dicen- es el camino más directo hacia la alta presión sanguínea, las enfermedades cardiovasculares, la diabetes, las inflamaciones, la ansiedad, la depresión, el insomnio y todo tipo de males que nos llevan de cabeza a la tumba.
Eso creía también la psicóloga de Stanford Kelly McGonigal, que recorrió Estados Unidos dando cursillos de autoayuda sobre cómo combatir el estrés. Pero algo le hizo “click” a la altura del hipotálamo, algo que le llevó a cambiar radicalmente de filosofía ante la vida y que acabó cuajando en un sorprendente libro: “Estrés: el lado bueno”.
Sostiene McGonigal que la clave está no en evitar ni controlar el estrés, sin en el “cambio de mentalidad” sobre los efectos que puede tener en nosotros. Si pensamos que el estrés es dañino, nos acabará haciendo la vida imposible. Si le damos la vuelta y lo vemos como un desafío positivo, nos ayudará a mejorar paso a paso.
Hay un estrés tóxico, reconoce la psicóloga, que está asociado con todo lo que tenemos que hacer contra nuestra voluntad y que está fuera de nuestro control, un estrés que aísla a quien lo sufre y le impide ver el sentido de la vida. Pero incluso a estas situaciones estresantes se les puede dar la vuelta con un cambio de actitud, evitando que se dispare el gatillo de la respuesta destructiva a la menor adversidad.
“Confía en tu capacidad humana para trasformar el estrés en algo bueno: compasión, esperanza, significado”, escribe McGonigal. “Las personas que están más estresadas, según las encuestas, son las que se preocupan más, pero también son las más propensas a decir que su vida tiene sentido”.
“Pienso, luego me estreso”, es el mantra con el que funcionamos desde que salimos de la duermevela y abrimos los ojos. Y si lo pensamos, nos viene bien estresarnos un poco para seguir avanzando. Al fin y al cabo, una vida desestresada es una vida en punto muerto.