Utopía
Se cumplieron hace poco los 500 años de Utopía. La obra visionaria de Thomas More cobra nueva vida en estos tiempos críticos. Algunos párrafos podrían haber sido escritos hoy mismo: “Cuando miro esas repúblicas que florecen por todas las partes, no veo en ellas -¡Dios me perdone!- sino la conjura de los ricos para procurarse sus propias comodidades en nombre de todos”.
Thomas More murió decapitado, ya lo sabemos, por gentileza del despiadado Enrique VIII, que no tuvo bastante con martirizar a sus seis esposas. Utopía pervive sin embargo por los siglos de los siglos como uno de los faros del Renacimiento. El voto popular, la propiedad común o la renta básica fueron algunos de los ideales que el pensador inmortal propuso para las 54 ciudades de su “nuevo mundo” imaginario.
Desde entonces, “Utopía” es una de esas palabras que crean división sin remedio entre los mortales. Para unos es literalmente el “no lugar”: lo imposible, lo inalcanzable. Para otros, es simplemente un lugar mejor al que podemos aspirar, aunque los claroscuros del presente no nos dejen verlo.
Por cada defensor de la utopía, eso sí, hay siempre cuatro o cinco “antiutópicos” que defienden a punta de espada el “status quo”. O sea, quedarnos como estamos. Seguir como hasta ahora y tragar con las desigualdades. ¿Para qué arriesgarse a un cambio?
“El fin de la utopía” da título a un libro de Russell Jacoby, a modo de réquiem realista por el otro mundo posible. Admite Jacoby que la busca de la utopía ha sido el motor del cambio social y político, pero los tiempos han cambiado. Muertas las ideologías, muertos los ideales. Pocos reivindican ya una sociedad diferente. No hay más cera que la que arde…
Y en esto llega Immanuel Wallerstein con Utópicos, donde reivindica todo lo contrario: la fuerza del idealismo para encontrar alternativas a un sistema que está haciendo aguas. Vaticina Wallerstein que nos esperan 50 años críticos, de convulsiones sociales, económicas y ambientales, a menos que seamos capaces de dar un golpe de timón, impulsar la acción colectiva y evitar el naufragio.
¿"Distopía” o “eutopía”? He ahí el dilema.
¿Nos dejamos arrastrar por esta visión catastrofista del presente y del futuro? ¿O seguimos pensando en que es posible avanzar hacia una sociedad mejor? ¿Nos quedamos cruzados de brazos y piernas ante todo lo que está ocurriendo? ¿O intentamos poner nuestro montículo de arena para que las cosas cambien?