Ramas

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Los árboles se desnudan en invierno y se convierten en increíbles obras de arte.

Los árboles se desnudan en invierno y se convierten en increíbles obras de arte. Sin hojas que distraigan la mirada, las ramas pierden el pudor y dibujan marañas de indescifrables en el cielo. Dan ganas de subirse y enredarse como las ardillas. Saltar de árbol en árbol, sentirse ingrávidos. Perderse en el etéreo laberinto de madera y demorar la hora de pisar el barro.

A eso le llaman andarse por las ramas…

Conscientes del olvido al que las relegamos durante el resto del año, cualquiera diría que las ramas aprovechan la desnudez para retorcerse y contonearse por estas fechas. ¿Siempre fueron así o lo hacen para llamar la atención? ¿Conectan entre ellas, se buscan afanosamente? ¿Se tocan y se abrazan como si fueran seres humanos?

Si el tronco es el esqueleto, las ramas son los brazos y los dedos, apuntando casi siempre hacia lo más alto, buscando la diagonal y capturando la luz que luego alimentará a las hojas. Sin ramas, enfermo por dentro, podado con crueldad o fulminado por un rayo, el árbol ya no es árbol, sino más bien un espectro en el horizonte. O una escultura abstracta.

Estremecen las ramas de los árboles en estos inviernos, cada vez más cortos y extremos. Los brotes prematuros están a la vuelta de la esquina. En un abrir y cerrar de ojos, los árboles se habrán vestido nuevamente de verde. Dejaremos de ver la vida en mustio blanco y negro: las hojas nos devolverán el espectáculo multicolor que es la primavera.

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