Mayo

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Mayor, flor de un día. Celebración de lo efímero y de lo intenso. De la belleza cegadora, del beso furtivo, de la pasión de una noche…

Mayor, flor de un día. Celebración de lo efímero y de lo intenso. De la belleza cegadora, del beso furtivo, de la pasión de una noche…

“Ayer se fue, mañana no ha llegado, hoy se está yendo sin parar”, escribía Quevedo, pensando tal vez en ese largo ahora del mes de mayo, cuando los días se estiran y el tiempo vuela como una mariposa, camino de esa flor ya casi marchita bajo un sol arrebatador.

La vida se nos escapa y lo fugaz adquiere casi siempre “un tono pesimista y angustiado”, como bien aprecia el filósofo José Antonio Marina. Huimos de lo “efímero” –etimológicamente, lo que ocurre alrededor de un día- para perseguir la quimera de la eternidad. Renunciamos al instante en el que estamos y buscamos consuelo en un futuro que no veremos.

Se nos va el mes de fiesta en fiesta, pero este mayo tardío es una invitación a tocar tierra. Aún podemos disfrutar del esplendor de las flores, del aroma envolvente que todo lo impregna. Seguimos en plena orgía primaveral, en ese mágico intercambio entre las plantas y los polinizadores.

Los pétalos y las corolas dan ya los primeros síntomas de agotamiento. La plenitud radiante cede el paso a una repentina madurez, y finalmente a un halo de belleza postrera e imperfecta. En la breve y palpitante biografía de una flor está contenida toda la aventura humana. ¡A vivir, que no es más que un día!

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