Resistencia ciudadana frente al feudalismo climático

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Tras advertirnos de los peligros de internet, vuelve Marta Peirano con un nuevo ensayo antiapocalíptico para construir un futuro esperanzador.

En su nuevo libro, Contra el futuro, Marta Peirano lanza una advertencia muy seria sobre la  catástrofe medioambiental que se nos avecina y sobre la privatización de las posibles soluciones: «El planeta no está preparado para lo que se nos viene encima, aunque sabemos lo que viene».

Sólo hay que mirar a nuestro alrededor para anticipar el desastre: desplazamientos masivos, degradación democrática, crímenes contra la humanidad, dependencia energética… Un ejemplo concreto: Rusia ha recibido a día de hoy —cuando este libro fue a la imprenta— 2.778 sanciones por su invasión de Ucrania. Pero ninguna guarda relación con su incumplimiento de los compromisos climáticos. Es  más, la crisis en Ucrania ha hecho  evidente el problema  energético y alimenticio al que se enfrenta el mundo.

«La invasión de Ucrania ha visibilizado de forma dramática el peso geopolítico de nuestra adicción al petróleo y al gas de países como Rusia o los Emiratos Árabes.  Es el momento de establecer un marco de gestión que permita la colaboración entre vecinos e instituciones. No tiene sentido esperar», dice Peirano.

Pero este no es un libro sobre la guerra de Ucrania, sino sobre otro tipo de contienda que, aun estando delante de nuestras narices, nos negamos a ver: la que se libra contra las empresas privadas que fingen buscar soluciones a la catástrofe medioambiental cuando, en realidad, sólo persiguen su propio beneficio económico.

De hecho, muchas de esas multinacionales o millonarios generan más gases de efecto invernadero que ciudades enteras. De ahí que la autora afirme que hemos cambiado peligrosamente de modelo: del «paradigma Carl Sagan», que aboga  por la colaboración científica en pro de mejorar la habitabilidad del planeta, al «paradigma Von Braun», que auspicia un egoísmo capitalista que finge buscar el bien común cuando en verdad sólo desea  su propio enriquecimiento.

Elon Musk, Jeff  Bezos  y Mark Zuckerberg son los ejemplos  perfectos  de este segundo paradigma. Respecto al  primero, no  hay  ningún  nombre que dar, puesto  que la auténtica lucha contra el desmoronamiento ecológico, político y social al que nos enfrentamos tiene como único protagonista a una comunidad científica que trabaja en red y que evita el protagonismo personal.

«El arquetipo domina el relato científico igual que domina todos los relatos, con su narcisismo icónico, lleno de drama e intensidad. Lo quiere individualista, heroico y certero, centrado en un solo acontecimiento crucial. Necesita la especificidad del triunfo individual de un visionario —hombre, blanco y europeo— que se sobrepone a los obstáculos produciendo el momento eureka que cambiara el mundo. Retrata la ciencia en estado binario, donde el genio es la inspiración que visita al científico una  noche para  encenderle la luz. Incluso cuando cabalga a hombros de gigantes, los gigantes no son comunidades, sino visionarios (blancos y europeos) como él».

La humanidad  está  al borde de la extinción. Los relatos mitológicos que hablan de desastres ecológicos universales, el más famosos de los cuales es el del Diluvio, nos han enseñado que la raza humana siempre sobrevive a las catástrofes, aunque sea por los pelos, y que a continuación reinicia el mundo normalmente para cometer los mismos errores que imperaban antes de la hecatombe.

Sin embargo, ahora contamos  con un elemento que no poseían  nuestros  antepasados: la tecnología. Existen soluciones para frenar el calentamiento global, pero, antes de implementarlas, es necesario acabar con el feudalismo climático y el «capitalismo desastre».

«La crisis climática no es un problema técnico, porque tenemos los medios técnicos para resolverla, y tenemos la información. Tampoco es un problema retorcido sobre cuya definición no hay consenso o en el que hay competencia excluyente entre las autoridades que lo definen. Es un problema complejo, porque existe consenso entre las autoridades científicas de todo el mundo sobre su origen, sus causas y agravantes, y existen los  instrumentos científicos capaces de monitorizar su estado y evolución, pero requiere una estrategia de soluciones múltiples, a veces contradictorias, en lugar de una sola grande».

Marta Peirano ha escrito Contra el futuro para recordarnos  que no estamos indefensos ante la avaricia de las empresas y la incompetencia de los gobiernos. La cooperación entre la comunidad científica y la sociedad  civil puede ser la solución. Hay que crear un «ejército civil» contra la crisis climática y trabajar de un modo altruista para que nadie se  quede  en el camino. A fin de cuentas, vivimos en un mundo repleto de seres  vivos y la muerte de cualquiera de ellos implicará, aunque nos neguemos a aceptarlo, la aniquilación de todos los demás.

«Somos la especie más emocionalmente evolucionada del  planeta, y cambiamos cada  vez más deprisa. En los últimos ciento cincuenta años  hemos matado a Dios, abolido la esclavitud, liberado a las mujeres y legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo. También hemos reconocido que la amenaza más grave contra nuestra existencia somos  nosotros mismos. Queremos mejorar. Podemos hacerlo. Pero tenemos poco tiempo y estamos en una encrucijada; podemos tratar de restaurar el hábitat del que dependemos o huir del planeta humeante y empezar otra vez».

EL FUTURO QUE NOS ESPERA

Los ricos  quieren ganar dinero: Elon Musk y Jeff Bezos, los dos hombres más ricos del planeta, proponen abandonar  el planeta antes  de que se produzca  la gran  extinción. Sin embargo, sólo hay que ver sus modelos empresariales para comprender que ellos son en gran medida los responsables de dicha extinción, principalmente porque generan enormes cantidades de gases de efecto invernadero y porque no usan sus recursos para ayudar a la humanidad, sino para iniciar una carrera espacial de la que sólo podrán beneficiarse personas igual de adineradas que ellos, y que dejará en la estacada al 99 por ciento de la población.

«En democracia, la ciudadanía tiene recursos para opinar sobre la dirección de los fondos públicos y del gobierno en general. Pero nadie ha votado por Jeff Bezos o Elon Musk. Nadie ha acudido a las urnas para que cambien el destino de la raza humana y, por el mismo motivo, nadie puede  someter su liderazgo a debate público cada cuatro años, ni exonerarlos de la misión si no la ejecutan de acuerdo con los objetivos acordados y vinculados al bien común. Quieren salvar a la humanidad pero sin incluir a sus constituyentes».

Necesitamos recuperar el modelo Carl Sagan

Los grandes avances científicos del siglo XX y del XXI, y en especial aquellos que afectan a la supervivencia en el planeta, han venido propiciados por el intercambio de conocimientos entre científicos  del mundo entero. Es lo que se conoce como «paradigma Carl Sagan», que básicamente es una propuesta  de no malgastar recursos económicos en proyectos que prometan imposibles, sino en otros que busquen solucionar los problemas que ahora nos rodean. En otras palabras: en vez de obsesionarnos con la idea de que el futuro está en la colonización de Marte, lo que tenemos que hacer es obsesionarnos con la idea de que hay que conseguir que podamos seguir viviendo en la Tierra.

«La visión científica del progreso, que comparten la mayor parte de los científicos desde entonces, es que la observación y el análisis colectivos de los fenómenos del universo a través de instrumentos cada vez más precisos son más valiosos para la ciencia que la conquista y transformación de nuevos espacios a golpe de ingeniería imperial. Esta visión alternativa al paradigma Van Braun se conoce vulgarmente como "paradigma Carl Sagan".»

El calor que nos impedirá sudar

Como dice el profesor de ciencias atmosféricas Andrew Dessier (Universidad de Texas), «cada año durante el resto de tu vida va a ser el año más caluroso jamás registrado». El mundo alcanzará en breve un tipo de temperatura húmeda que causará  millones de muertos, principalmente por la imposibilidad de sudar. Y, mientras nos acercamos a ese escenario, los gobiernos y la industria se comprometen a cumplir unos objetivos de emisión que después nunca alcanzan. 

«Afrontar una cadena causa-efecto tan larga requiere políticos capaces de hacer lo que es necesario, en ambos extremos del espectro ideológico. Visionarios con verdadera voluntad de servicio público y un sentido histórico de la responsabilidad. Lideres capaces de atravesar la  espesa niebla de individualismo, miedo y partidismo que domina el ecosistema político con un proyecto a largo plazo que motive a la población hacia una década de esfuerzo colectivo, con la ciencia como única certidumbre y el futuro como única recompensa».

Las máquinas

La geoingeniería propone formas de solventar el problema que son espectaculares, heroicas y, también, rimbombantes. Pero sólo hay que analizar los datos para ver que todo es mentira: la tecnología de captación, extracción y secuestro de partículas de  arbono no consiguen su objetivo, pero permite que las grandes empresas laven su imagen vendiendo la idea de que están limpiando el planeta. Siguen produciendo con la misma intensidad que antes y nosotros nos dejamos engañar: porque todos  sabemos que no hay mejor máquina para la captación de CO2 que esas selvas tropicales que estamos talando.

«Son como los viajes a Marte, una historia de un desastre medioambiental y una tecnología que nos salva que se podrá seguir en Netflix, debatir en Twitter y memetizar en TikTok e Instagram sin renunciar a las botellas de plástico, los modelos de  temporada, los aviones a la playa y el chuletón. Mejor todavía: están libres de culpa porque, si no funcionan no puede ser culpa nuestra porque no hicimos nada. Para perder hay que jugar. Finalmente, si los países no cumplen los objetivos o los cálculos de la industria no son los correctos, siempre podemos inyectar un buen chorro de dióxido de azufre en la atmosfera para que sus partículas reflectantes nos protejan del sol. El problema es que no existe una tecnología lo suficientemente rentable, escalable y sostenible para hacer ninguna de las dos cosas». 

No existen las «smart cities»

En 2050, el 70 por ciento de la población vivirá en centros urbanos. Si hoy las ciudades consumen el 75 por ciento de la energía mundial y generan el 80 por ciento de las emisiones, el desastre está asegurado. Además, todos los proyectos de «smart cities» que se han puesto en marcha han demostrado que se trata de ciudades amuralladas en las que sólo viven quienes tienen el dinero como para poder hacerlo y que sus habitantes acaban siendo egoístas que se despreocupan de los otros seres humanos. Eso sin tener en cuenta que, hasta la fecha, esas mismas ciudades son más contaminantes que las urbes contaminantes. La única diferencia es que su contaminación no afecta a sus habitantes, sino a los de fuera de sus murallas. 

«Como la gran máquina de captura y secuestro de CO2 que genera más contaminación de la que captura, la smart city se propone como la única solución a la crisis ecológica y energética, pero solo la empeora. Es la "ontología de los negocios por la cual es obvio que todo en la sociedad, incluyendo la sanidad y la educación, debería ser manejado como un negocio" que Mark Fisher describe como "Realismo Capitalista", pero quizá mejorada. Al cambiar la realidad de la privatización por la ilusión de lo automático, el proceso queda protegido de la fiscalización democrática en la oscuridad de la caja negra. De este modo, la encarnación tecnológica del libre comercio y la desregulación puede disfrazarse de progreso». 

Formas de anticiparse a la crisis

Por suerte, todavía estamos a tiempo de iniciar la transformación que nos salvará. Tenemos que encontrar nuevas formas de vivir. Pero no multando a la gente que no sigue las normas referentes al consumo energético, sino enseñándoles a vivir según las ciencias del comportamiento. Hay que conseguir que los edificios empiecen a usar contadores energéticos que no malgasten recursos. Además, hay que crear redes de comunicación ajenas al internet convencional —que roba datos— que permitan a los ayuntamientos o a las comunidades locales gestionar sus propios recursos. La soberanía energética de los edificios, de los barrios y, por ende, de las ciudades es la única solución. Pero requiere que la sociedad civil colabore, algo que sólo se consigue «resociabilizando» unas instituciones que hoy se venden a las multinacionales. 

«Un Stack social donde cada edificio fuese un ecosistema de información autosuficiente que contuviese y procesara la información local en un servidor dedicado y donde "la Nube" sería una proyección deliberada de varios ecosistemas que se conectan entre ellos por decisión expresa de la comunidad, cuando forman parte de un proyecto conjunto. Un servidor en cada edificio podría incluir otras funciones útiles para los vecinos, como boletines de anuncios para el intercambio y la compraventa de ropa, muebles o electrodomésticos, recomendaciones de manitas locales y peticiones de ayuda como regar las plantas durante las vacaciones, vigilar a los niños en un aprieto o pasear una mascota durante una enfermedad».

Contra el futuro se encontrará en las librerías a partir del 9 de junio

 Marta Peirano es periodista. Fundó las secciones de Cultura de ADN y eldiario.es, donde ha sido jefa de Cultura y Tecnología y adjunta al director. Ha sido codirectora de Copyfight y cofundadora de Hack Hackers Berlin y de Cryptoparty Berlin. Ha escrito libros sobre autómatas, sistemas de notación y un ensayo sobre vigilancia y criptografía llamado El pequeño libro rojo del activista en la red, con prólogo de Edward Snowden. Su charla TED, «Por qué me vigilan si no soy nadie», supera ya los dos millones de visitas. Se la puede ver en los debates de radio y televisión hablando de vigilancia, infraestructuras, soberanía tecnológica, propaganda computacional y cambio climático. Vive entre Madrid y Berlín.