Hayas, la danza de la lluvia

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Las inmensas selvas de hayas que han llegado a ocupar gran parte del continente tuvieron su máxima expansión en tiempos relativamente recientes, cuando oleadas de estos bosques imponentes invadieron extensas regiones después de la última glaciación. 

Los manejos forestales han favorecido desde antiguo a esta especie de rápido crecimiento que producía el carbón necesario para la industria del hierro. Y es que su capacidad de rebrote después de la tala le proporciona una ventaja formidable frente a otros árboles que, por otra parte, apenas toleran la umbría intensa que produce su fronda.

Aún hoy día, podemos caminar por magníficos hayedos con la sensación de encontrarnos en un paraje silvestre, casi virgen, pese a la intensa gestión que se practica en muchos de estos bosques plantando o protegiendo las hayas para obtener leña o madera.

La importancia de sus frutos, los hayucos, para la alimentación de cerdos, jabalíes, ratones, lirones y una gran diversidad de aves, determina que los años de gran producción aumenten exponencialmente las poblaciones de estos animales. Se ha explicado, incluso, la vecería de las hayas, que dan abundante cosecha una vez cada cuatro años, como una estrategia de los árboles para controlar a los depredadores de sus semillas. Así, tras un periodo de escasez que ocasiona un drástico descenso en el número de roedores, sobreviene un año de abundancia en el que las semillas tendrán muchas más probabilidades de germinar y prosperar.

Hayucos, alimento de nuestros antepasados

Estos frutos secos, ricos en grasas y proteínas, sirvieron también de alimento a nuestros antepasados. En pueblos de Palencia, nos han relatado la costumbre de trocar con los montañeses cántabros trigo a cambio de hayucos, a razón de un saco de cereal por dos de fruto. De hecho, se ha sugerido que el nombre latino y el nombre científico “fagus” –derivados del término indoeuropeo “bhâgós”–, tendría su origen en la raíz “bhag”- (comer), que aún hoy conocemos a través del griego en términos como “fitófago”, “antropófago”, etc. 

Quizá se explique así la veneración que recibió este árbol en la antigüedad. Existen muchos testimonios históricos del culto que se profesaba al haya o las funciones de templo que tuvo en la antigua Roma, donde se rendía culto a Júpiter en un bosquecillo sagrado de hayas llamado Fagutal. Algunos vestigios arqueológicos, al norte de la cordillera pirenaica, prueban, asimismo, la existencia de un dios Haya, Fago Deo, al que los lugareños erigieron altares. Y en el País Vasco todavía quedan topónimos como Pagobedeinkatu (Haya bendita) o Pagomari (Haya de Mari) –en alusión a la antigua diosa– que apuntan en esa misma dirección. 

Legendarios e inspiradores hayedos 

El haya se ha relacionado, por otro lado, con la inspiración poética en la clasificación medieval de los estilos literarios que se expresaba mediante la famosa Rueda de Virgilio. Así, tendríamos en las Églogas de Virgilio el estilo humilde, bucólico y pastoril, cuyo emblema es el haya; en las Geórgicas, el estilo medio que corresponde al estamento de los agricultores y al manzano; y en la Eneida, el estilo grave de los caballeros y el laurel. La primera línea de las Églogas define ya de forma inequívoca el escenario: “Títiro, recostado a la sombra de esa frondosa haya, tocas al son de tu flauta dulce silvestres melodías.”

Sin duda, la imponente presencia del haya, tanto en los majestuosos ejemplares solitarios como en la espesura de sus legendarias selvas, resulta fascinante e inspiradora. Es, precisamente, en la contemplación del paisaje donde se comprende el incalculable valor de los hayedos. Crean suelos vivos y fértiles; convocan nubes y nieblas, las cautivan y ordeñan con destreza; retienen el agua para filtrarla mansamente a los arroyos… Desde sus atalayas en los bosques de altura, el haya protege los valles regulando el clima local y preservándolos de sequías e inundaciones.

Madera de haya para calentarse

“El haya para cuando no haya”, se dice en referencia a las maderas para construcción, y aunque no es muy apreciada en este oficio de la carpintería de armar, la madera de haya es un material de gran calidad, especialmente cuando está vaporizada, para muebles y utensilios de todo tipo. La leña es excelente y resulta aún hoy día el combustible de muchos pueblos de montaña que deben afrontar largos inviernos.

 

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