Barcelona, 'fab city'

12.06.2014
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Los centros de microproducción digital, donde hay máquinas y personas capaces de fabricar (casi) cualquier cosa, se van extendiendo por todo el planeta.

Del 2 al 8 de julio, Barcelona acoge el décimo encuentro mundial de “fab labs” y lanza al mundo la idea de la “fab city”, la ciudad productiva.

Tomás Diez, en el 'fab lab' de Barcelona.

'Cómo hacer (casi) cualquier cosa'. Así se titulaba el curso del visionario Neil Gershenfeld, que hace poco más de una década anticipó el salto "del ordenador personal a la fabricación personal". "La revolución digital necesita materializarse", sostenía el profesor del MIT. "Sólo así se puede evitar el desastre económico y ecológico del actual sistema de producción global".

Lo que entonces podía sonar a ciencia ficción, o a producto de la desbordante imaginación de uno de tantos "sabios" de Boston, se ha convertido en poco tiempo en una realidad tan apremiante como palpable: los “fab labs” (laboratorios de fabricación).

Hoy por hoy funcionan en el mundo 200 "fab labs", repartidos por 40 países y en todos los continentes. Los centros de producción digital se multiplican como las esporas en lugares tan dispares como Jalalabad, Nairobi, Manchester o Lima. En España tenemos ya media docena, con el "fab lab" de Barcelona marcando el norte y convirtiéndose en centro de referencia mundial

Del 2 al 8 de julio, Barcelona acoge el décimo encuentro mundial de “fab labs” y lanza al mundo la idea de la “fab city”: la ciudad que recupera su esencia como centro de “microproducción” distribuida y digital. Allí estará el padre de la idea, Neil Gershenfeld, arropado entre otros por Bill McDonough (Cradle to Cradle), Ellen MacArthur (la Economía Circular), Massimo Banzi (cofundador de Arduino) y Vicente Guallart, el arquitecto-jefe del Ayuntamiento de Barcelona.

En el barrio de Poblenou, y en el vientre del Instituto de Arquitectura Avanzada de Cataluña (IAAD), el primer “fab lab” de Barcelona lleva tiempo demostrando que no hablamos de ciencia ficción, sino de una realidad palpable y al alcance del común de los mortales. Aquí estamos precisamente, en un espacioso taller de mil metros cuadrados, rodeados de ordenadores, impresoras 3D, fresadoras y cortadoras de láser, intentando entender desde dentro cómo funciona un centro de microproducción digital.

"Los 'fab labs' son las bibliotecas del futuro", explica Tomás Díez, el urbanista venezolano de 31 años que lleva las riendas de lo que también se conoce como el "ateneo de fabricación". "Antes la gente acudía a informarse a los lugares donde se almacenaba el conocimiento. Ahora nos juntamos no sólo para aprender, también para innovar y para hacer".

Pongamos que usted necesita una mesa, y que en vez de comprarla en el IKEA decide apuntarse a un cursillo intensivo de cómo hacer muebles en el 'fab lab'... "El sábado, le enseñamos a diseñar. El domingo nos ponemos manos a la obra. Y el lunes ya tenemos el mueble fabricado por nosotros mismo en su lugar".

Los 'fab labs' aspiran a convertirse en centros de educación, investigación y microproducción, barrio a barrio, hasta llegar a la idea de la 'fab city', la ciudad productiva, con un centro de producción digital en cada distrito... "Avanzamos a una especie edad media tecnológica en la que las ciudades vuelven a recuperar el tejido productivo", explica Tomás Díez, con un pie en el pasado y otro en el futuro. "Primero sacamos la producción a los polos industriales. Luego perdimos nuestra capacidad para fabricar y ahora todo se hace en China. Hemos llegado a un punto absurdo en que lo único que producimos en las ciudades es basura".

“Pero todo esto está cambiando ya", advierte Díez, que llegó a todo esto un poco por casualidad, cuando vino al IAAC a hacer su tesis y le ofrecieron pizza. "Aquí he descubierto que el auténtico urbanismo consiste no en trazar calles o en levantar edificios, sino en implicar a los ciudadanos. En el futuro viviremos, trabajaremos y produciremos sin necesidad de salir de nuestras ciudades".

"El camino hacia la ciudad inteligente es el empoderamiento del ciudadano, y no hay mejor manera de conseguir esa meta que dándole a la gente las herramientas para innovar y transformar la sociedad", asegura Tomás Díez, que pone sobre la mesa una prueba bien palpable: el Smart Citizen…

Se trata de un sensor que permite a cualquier ciudadano medir los niveles de contaminación y de ruido en su entorno y compartir la información en tiempo real en la red. El proyecto, premiado en el último Smart Cities, fue desarrollado en el FabLab de Barcelona a partir de una placa electrónica de hardware abierto Arduino y se financió a través de Goteo, la red de financiación colectiva y colaboración distribuida.

Aun así, Tomás Díez admite que hay que hace un esfuerzo por explicar el concepto y evitar de antemano problemas como el surgido en el 'fab lab' de Ciutat Meridiana… "Los vecinos reclamaban que el espacio que íbamos a usar se utilizara para el banco alimentos en una de las zonas más necesitadas de la ciudad. Tuvimos que explicarles que esto no es un proyecto elitista del MIT, sino un espacio pensado para los ciudadanos y ajustado a sus necesidades".

El tercer 'fab lab' de Barcelona estará en Les Corts, y el cuarto y más ambicioso, el Green Fab Lab de Valldaura, se presentará en público coincidiendo con el encuentro mundial: diez hectáreas destinadas a la investigación, experimentación y emprendimiento en campos como la agricultura, la permacultura, la alimentación y la energía.

"Los 'fab labs' pueden usarse como centros de formación profesional, o para la puesta al día de los profesionales, o para la creación de 'start ups', o para la capacitación de cualquier ciudadano", explica Tomás Díez. "También pueden servir como herramientas educativas, para iniciar a los niños en la producción digital, que dentro de unos años será el pan de cada día", vaticina el director del 'fab lab' de Barcelona, donde funcionan por cierto talleres para 'fab kids', donde puede aprenderse a diseñar y fabricar una tabla de 'skateboard'".

Los 'fab labs' necesitan, eso sí, una inversión mínima de 50.000 euros para la maquinaria básica. Muchos de ellos requieren el impulso municipal o de los gobiernos locales, otros son financiados por ONGs o por empresas. Pero el objetivo es la autosuficiencia y la autofinanciación, con un enfoque multicolor y pragmático: rojo (educación), azul (sostenibilidad) y verde (negocio).

Tomás Díez admite que la fiebre de las impresoras 3D y la cultura "maker" son manifestaciones cada vez más patentes del deseo de la gente de hacer cosas. "Pero hagamos lo que hagamos, no debería quedarse en nosotros", advierte. "Tenemos que aprender a hacerlo con otros, y que eso que hagamos tenga realmente un impacto, en nuestro barrio, en nuestra ciudad o en la sociedad en su conjunto".

Un 'fab lab', al fin y al cabo, no es más que eso: un laboratorio donde hay máquinas y personas capaces de fabricar (casi) cualquier cosa. Multipliquemos esa idea y tendremos la 'fab city'.

Las ciudades “colaborativas”



De las calles de Bolonia, donde han surgido el movimiento Social Streets, a las calles de Londres, donde se están propagando los Street Banks. De los barrios de Barcelona, que aspiran a contar con centros microproducción digital, a los planes de Seúl, que se ha propuesto liderar el movimiento de las ciudades colaborativas.

Algo está cambiando definitivamente en el ADN de las ciudades, algo que obedece a un renacer del espíritu comunitario, posibilitado en gran parte por la revolución tecnológica.

"Compartir se ha convertido en la moneda corriente para millones de ciudadanos, algo impensable hace apenas diez años, asegura el norteamericano Neal Gorenflo, que en el 2004 sufrió su particular crisis de los cuarenta durante un ataque de soledad profunda y vacío existencial cuando estaba en un aparcamiento por Bruselas.

Aquella epifanía le llevó a renunciar a su carrera en el mundo de las corporaciones y a reiniciar su andadura en esta vida al frente de Shareable, la revista digital que se ha convertido en bandera de la economía colaborativa.

A su paso por el festival Ouishare de París, Neal Gorenflo lanzó recientemente su iniciativa de la Red de Ciudades Colaborativas, con la idea de llegar a las cien en el 2015 y crear un fondo de experiencias compartidas.

"La ciudad es el habitat natural de la  economía colaborativa", sostiene Gorenflo. "En el fondo, los núcleos urbanos están diseñados para compartir lo más posible, de las plazas a los espacios públicos, de la cultura a las ideas".

"Ahora, con los presupuestos cada vez más justos, parece que ha llegado el momento de compartir recursos", asegura el director de Shareable. "Cada coche compartido, por ejemplo, podría eliminar de nuestras calles hasta 12 coches. Si en una ciudad como San Francisco dejara de circular la mitad de los coches, se ahorrarían al año hasta 2.000 millones de dólares, por no hablar de los beneficios para la salud y el medio ambiente".

Sin llegar al extremo de "Comparte o muere", que dio título a uno de sus libros, Gorenflo está convencido de que compartir será la norma entre los ciudadanos "por pura necesidad".

"El horizonte lo está marcando Seúl, con un alcalde visionario que ha abrazado la idea y la ha convertido en motor de la vida urbana", afirma Gorenflo, que fue recibido con todos los honores por los artífices de la primera ciudad colaborativa: de los servicios de bici y coche eléctrico compartido al sistema de reaprovechamiento del excedente alimentario, más las iniciativas de bancos de tiempo, clubs de crédito entre particulares, solucionadores a domicilio, redes de reparadores y “gratiferias” de barrio a barrio.

En Seúl se está creando la plataforma ideal para el ciudadano colaborativo, aunque Neal Gorenflo destaca cómo la tradición social ha hecho que la historia despegue en Suramérica, donde se ha celebrado recientemente el primer encuentro de ciudades colaborativas, con Bogotá y sus ciclovías marcando la pauta.

"Barcelona es otro referente mundial", destaca Gorenflo. "La idea de abrir un microcentro de producción digital en cada distrito me parece fabulosa. La "fab city" es una poderosa imagen de lo que puede ser en el futuro la ciudad colaborativa, con ciudadanos empoderados y capaces de convertirse en microproductores".

"Cada ciudad es un mundo, y el primer paso es mapear los recursos y las carencias de la población", advierte Garunflo. "Estamos al fin y al cabo en los albores de una ciudad revitalizada gracias a los nuevos espacios comunales, a los lugares de coworking, a los huertos compartidos, a los mercados de granjeros y las cooperativas de consumo".

"Compartir estuvo siempre en la esencia de las ciudades", concluye el director de Shareable. "Ya iba siendo hora de que se nos cayera la venda de los ojos y volviéramos a nuestras raíces: las que hacen que sea estimulante vivir en un entorno urbano"

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