Joaquín Araújo: "Evitar la despoblación rural es evitar el cambio climático"
"Todas las COP han sido la decidida voluntad de fracasar", sostiene el naturalista
"He plantado en mi vida 26.500 árboles, pero ya solo planto enebros porque son más resistentes
"Las ciudades se han acabado convirtiendo en parásitos; hay que pintarlas de verde"
Todo aquel que llega por senderos pedrogosos hasta la finca de "La Vento", en el sinclinal del río Guadarranque, es instantáneamente sometido a una prueba de agudeza visual. "Aquí sucede algo extraordinario y tenéis diez segundos para decir qué es", sugiere el hospitalario anfitrión, Joaquín Araújo, que nació en 1947 en el barrio de Chamberí pero que encontró su lugar en el mundo con 21 años allá por las Villuercas, en el corazón de Extremadura.
Los visitantes urbanos se quedan normalmente extasiados contemplando el paisaje, buscando no sé sabe muy bien qué. Cuando llega el momento de confesar lo que vieron o no vieron en diez segundos, se muerden la lengua, se miran de reojo o se encogen de hombros. Joaquín Araújo habla por todos ellos:
"No hay ninguna casa, ninguna carretera, ningún tendido eléctrico... Lo que os ha pasado no es culpa vuestra. Es en todo caso culpa del cerebro humano, que está aconstumbrado a detecar algo que está, y no algo que no está. Más de 2.000 personas han pasado por esta prueba, y apenas cinco supieron averiguar que no hay rastro humano en el horizonte".
Lo "extraordinario" es realmente que la vista desde "La Vento" (contracción de La Ventosilla) siga prácticamente intacta desde que Joaquín Araújo llegó hasta aquí en 1972 y compró por dos millones de pesetas de entonces esta finca de 400 hectáreas, con antiguas tenadas de piedra donde acabaría levantando su casa, su biblioteca y su estudio proyectado hacia el paisaje y donde ha escrito ya 114 libros (el último, "Somos agua que piensa", se pubicará en el 2022).
El autor de "Los árboles te enseñarán a ver el bosque" (Crítica) es el naturalista por antonomasia que no solo diserta y escribe, sino que contribuye a su manera a esa frondosidad que le rodea y que embosca sin remedio a los visitantes: "Los más materialistas somos en el fondo los naturalistas, porque estamos en contacto con lo más real, que es el bosque".
A su manera, a lo largo de 46 años, Joaquín Araújo ha plantado aquí unos 26.500 árboles. Empezó como quien dice para "compensar" el papel usado en la publicación de sus primeros libros. Con el tiempo, su labor se ha integrado en otras faenas como el cultivo en la huerta ecológica o el cuidado de las cabras con nombre italiano ("Bianca", "Nera", "Bella", "Fanciulla"...), con tiempo siempre para una caminata bajo las ramas.
"Todo árbol, siempre, está a la altura de las circunstancias", escribe Araújo en uno sus más de 20.000 "naturismos" (aforismos inspirados en la Natura) que han ido creciendo también en progresión arborescente. Hubo un tiempo, recuerda, en que plantaba alegremente mil árboles al año, pero el clima está cambiando y ha tenido que adaptarse a las circunstancias...
"Las lluvias son ahora mucho más tacañas, apenas dan para que sobrevivan algunas de las especies de las que solía plantar. Aquí he plantado encinas, alcornoques, castaños y algunos madroños. Y últimamente sobre todo enebros, porque son mucho más resistentes al calor y a la sequía. Les estoy dando preferencia absoluta y seguramente en los próximos años solo plante enebros. Es una clarísima confirmación de los estragos del calentamiento global en zonas como Extremadura, que están en primera línea de fuego de estas dramáticas transformaciones que estamos viendo".
Plantar es para Joaquín Araújo, la manera más directa no solo de actuar ante el cambio climático, sino de contribuir a la tarea de "vivificar" el planeta... "Algunos lo llaman "regenerar", pero yo le tengo cierta manía a las palabras que empiezan por "re". Se puede decir lo mismo de una manera más enriquecedora. Plantando árboles estamos "vivificando" el paisaje, porque el árbol es lo más vivo del paisaje. Con la agricultura ecológica, por ejemplo, estamos vivificando los suelos".
Sostiene Araújo, desde su lejanía extremeña, que esa pasión por "vivificar" tiene que llegar "hasta el último alféizar de la última ventana" en los núcleos urbanos: "Hay que pintar de verde las ciudades, tiene que haber muchos menos coches y más transporte público y limpio, hay que lograr la autosuficiencia alimentaria en un radio de cien kilómetros".
"La ciudades se han acabado convirtiendo en parásitos, garrapatas de chupan y consumen", recalca Araújo. "Hemos olvidado que las ciudades están en el medio del campo, y que deberían devolver algo a cambio. Avanzamos hacia un mundo urbano, es cierto, con más de 9.000 millones de humanos en el horizonte. Es una oligación moral ser menos, controlar seria y pacíficamente la población. Necesitamos también una transformación cultural, que la belleza, la libertad y la vida sean premisas fundamentales.
"Belleza en libertad", eso es lo que para Joaquín Araújo representa su querida Extremadura, la tierra que corre por sus venas... "Eso que llamamos la España vacíada es el resultado del desprecio absoluto a lo importante. Ya lo decía Epicuro: "No destruyas lo que tienes por el ansia de lo que no tienes". Puede que Extremadura aspirara en su día a ser como Bilbao, pero se quedó donde está porque estamos de alguna manera descolocados. Ese horror que es la destrucción de la naturaleza ha sido aquí bastante menor que en otros lugares. Yo diría que Extremadura es el trozo más vivo de Europa, una tierra que no está encarcelada entre carreteras y ciudades: la zona mejor situada del continente europeo para lograr eso que llaman sostenibilidad".
"Evitar la despoblación rural es evitar el cambio climático", sostiene el naturalista desde su lugar en el campo. "Por desgracia, la cultura rural no es que esté en peligro de extinción, es que está extinguida ya y apenas quedan cuatro rescoldos encendidos. Que un tío del barrio de Chamberí intente mantener la brasas encendidas es bastante tremendo".
La devoción de Araújo por los árboles solo es comparable con su pasión por palabras. Su último libro es un maravilloso compendio de toda la sabiduría bebida en tierras extremeñas. Arranca en una tarde de otoño, con una deliciosa oda a “la titubeante hoja de tilo” y con la manifiesta intención de “emboscar” al lector hasta de la primera a la última página: “Fuimos bosque y el bosque esculpió lo esencial de lo que somos”.
“El árbol es verde alegre/ y vértigo pardo”, escribe Araújo, capaz de recitar con un susurro de la memoria muchos de sus prodigiosos hallazgos verbales. “El verde es la verdad más grande”, recuerda, y sobre la marcha atrapa al vuelo su verso predilecto de Pessoa: “El verde de los áboles es parte del rojo de mi sangre... Lo cual es además una gran verdad científica, pues la hemoglobina es roja para captar el oxígeno que liberan los árboles por la fotosíntesis”.
Puestos a elegir, su ambición es “llegar a ser árbol”, atalantado si es posible por el coro matutino de sus queridos pájaros... “Cuando descubrí este lugar me dije: “Ya sé dónde me van a enterrar”... Y ahí detrás está mi tumba, en un roble gigantesco. Mi padre y mi madre ya están ahí. Yo no tengo prisa, le estoy muy agradecido a la vida: vivo diez veces por encima de lo soñado”.
Desde este rincón profundo y "vivificado" de Extremadura, a caballo casi entre las dos provincias y a tiro de piedra de Guadalupe, Joaquín Araújo no esperaba mucho de la "descafeinada" Cop26 de Glasgow: "Estuve en la Cop25 de Madrid porque me pillaba cerca y me invitaron, pero la verdad es que todas las Cops han sido la decidida voluntad de fracasar, incluso la de París, que fue como poner paños calientes".
"La única forma de salir de este atolladero en el que estamos va a ser una economía de guerra", advierte el naturalista. "Ha llegado el momento de decirnos a nosotros mismos: "Señores, estamos en guerra contra nosotros mismos porque nos estamos cargando el planeta". Y en una economía de guerra se movilizan lo recusos, como ha ocurrió durante la pandemia. Ahora estamos ante algo más que un virus que se ceba con los humanos, estamos ante algo aún poderoso que afecta a toda la vida en el planeta".
El manto de la noche va cayendo poco a poco sobre "La Vento". Joaquín Araújo hace acopio de calabacines, pimientos, berenjenas y tomates cultivados en su huerta, en generosa ofrenda a sus vistantes. Podríamos pasar horas enteras hablando de su largo centenar de libros, de su militancia en 50 ONGs, de todos los premios recibidos o de su trabajo junto a Félix Rodríguez de la Fuente (en "El hombre y la Tierra" o en la popularísima Enciclopedia Salvat de la fauna ibérica y europea").
Pero acabamos hablando del pregón que dio en las fiestas de Santa Ana, de su inquietud por el futuro que le espera a su nieto Adrián (a quien está dedicado "Los árboles te enseñarán a ver el bosque") y de su esperanza última por que la especie humana acabe encontrando "la cordura" en medio de esta encrucijada. Y así hasta la emotiva bienvenida final, porque este es seguramente el lugar de irás y siempre volverás: "¡Que la vida os atalante!" ( de "atalantar": cuidar, mimar, agradar y tantas cosas más).