Bicicleta e igualdad
Isabel Porras Novalbos publica Sin Cadenas, una guía para impulsar el uso de la bici entre las mujeres
Uno de cada diez españoles no sabe montar en bici, y el 85% de los que “no saben” son mujeres. O no aprendieron de niñas, o le cogieron miedo, o se toparon con el muro invisible de las resistencias culturales, que aún perduran. Pues la bicicleta, ya se sabe, ha sido siempre un “sospechoso” símbolo de autonomía y liberación, desde los tiempos de las sufragistas.
Contra la desigualdad de las dos ruedas se rebela Isabel Porras Novalbos, madrileña de 37 años afincada en Sevilla, donde ha contribuido a dar el impulso proverbial desde Santa Cleta, el “santuario” de la bici en pleno barrio de la Macarena. “Aprende a montar en bici y ser más libre”, fue el reclamo que usaron para convencer a los sevillanos y sevillanas a los que aún se les resistía el pedal…
En los Países Bajos, el 55% del total de ciclistas son mujeres,
y en Alemania rondan el 50%. En España, el falso techo
femenino sigue instalado en torno al 35%
Algún que otro hombre acudió al reclamo, pero casi todo fueron mujeres, de 30, 40, 50 y 60 años, funcionarias y estudiantes, inmigrantes y trabajadoras autónomas, profesoras, enfermeras y doctoras, que se decían con indredulidad a sí mismas: “¿Cómo no lo había intentado antes?”.
“Poco a poco me fui dando cuenta de que aquí ha habido un problema cultural más o menos silenciado”, advierte Isabel, que puso a rodar Santa Cleta en “tándem” con Gonzalo Bueno y Fernando Martínez Andreu. “Que prácticamente solo vinieran mujeres a los cursillos era un indicio… Asomándote cualquier día a los carriles bici de Sevilla compruebas la desigualdad. De los más de 70.000 viajes, el 65% corresponde a hombres y solo el 35% a mujeres”.
Al cabo de cinco años, después de haber enseñado a montar en bici a más de 400 mujeres, Isabel Porras Novalbos ha dado una pedalada más con la publicación de Sin cadenas (culBuks), una guía exprés para aprender a montar que tiene también algo de manifiesto feminista del manillar en la era de #MeToo.
En el epílogo del libro, Isabel se pone a la rueda de Sue Macy, autora de Wheels of Change, y recuerda cómo la bicicleta ha sido “un instrumento de empoderamiento a través de la historia”. En 1884, la candidata presidencial del Equal Rights Party Belva Lockwood convirtió el triciclo inglés con el que paseaba en Washington en su símbolo reivindicativo.
Ahí tenemos también a Frances Benjamin Johnston, fotógrafa oficial de la Casa Blanca, haciéndose un autorretrato vestida de hombre en bicicleta y librando su pulso personal con la Liga del Rescate de Mujeres, que consideraba el artilugio de las dos ruedas como “el agente moral y físico del demonio”. Mary Henderson pasó a la historia como la inventora del sillín acolchado para dar “confort y seguridad a la hora de montar”, y Sarah C. Clagett patentó la primera falda femenina diseñada para montar en bici.
Pero más que en las batallas del pasado, Sin Cadenas se recrea sobre todo en las luchas de presente. En historias como las de Susana, que ha sabido “normalizar su miedo” y sentirse finalmente “bien, libre y capaz” después de las cuatro sesiones de rigor. O María, que renunció de niña cuando le quitaron los ruedines y no sabía mantenerse. O Angie, que recordaba el día en que su padre le regaló bicicletas a sus dos hermanos y les negó el mismo derecho a las dos hermanas: “Las bicis no son para niñas”…
A Isabel le gusta recordar también los casos de mujeres en los barrios periféricos o de inmigrantes “que llegan ahora pedaleando en 15 minutos donde no llega el transpote público y donde antes tardaban 50 minutos en llegar andando”. La bici, al final, no es solo la opción más ecológica, sino también la más eficiente y la más económica para muchas mujeres.
La bici, al final, no es solo la opción más ecológica,
sino también la más eficiente y la más
económica para muchas mujeres
“Cada persona es una historia, y es increíble la variedad de razones con las que te encuentras”, asegura la autora de Sin Cadenas. “Pero yo diría que el principal factor que echa atrás a las mujeres es la percepción de la seguridad. Las mujeres salen menos de noche que los hombres por miedo, y se lanzan menos a la calle en bicicleta por la misma razón. Y eso no va a cambiar hasta que no se normalice el uso y las ciudades se adapten a los ciclistas y a los peatones”.
Sevilla dio un paso de gigante en esa dirección hace una década, con la construcción de más de 200 kilómetros de carriles-bici. “De la noche a la mañana pasamos de cero al 10% del total de los desplazamientos en bici”, recuerda Isabel. “En el 2013, Sevilla fue elegida como la cuarta ciudad mejor para las bicis tras Amsterdam, Copenhague y Utrecht… Pero entonces llegó el abandono. Tuvimos varios equipos de gobierno que se dedicaron a “no hacer nada” y caímos hasta el número 14 en la lista, aunque ahora hemos vuelto a ganar tracción”.
Lamenta sin embargo Isabel la falta de apoyo institucional a iniciativas para fomentar el uso de la bici y acabar con la patente desigualdad de género. En los Países Bajos, el 55% del total de ciclistas son mujeres, y en Alemania rondan el 50%. En España, el falso techo femenino sigue instalado en torno al 35%, aunque los datos oscilan en función de las ciudades.
Queda aún un largo trecho por delante, pero el primer paso ya está dado. “Lo más importante para que la bici avance es el impulso inicial”, recuerda Isabel. “Esa es una lección que la gente aprende después de haber encontrado antes el equilibrio sin pedales. En apenas dos horas, el 90% de la gente aprende a pedalear. Y en la tercera sesión, cuando ya han cogido confianza, salimos al carril bici. Sobre la marcha se acaba aprendiendo la lección más importante: usando la bici mejoras tú y mejoramos tod@s”.