“El siglo XXI puede ser una pesadilla si no actuamos rápido”
Nicholas Stern, director del Instituto Grantham para el Cambio Climático y el Medio Ambiente de la LSE, alerta de que nos quedan sólo dos o tres décadas para imprimir el giro definitivo al problema del calentamiento global.
El "informe Stern" marcó un antes y un después. El cambio climático dejó de ser una preocupación estrictamente ambiental para convertirse en un problema principalmente económico: el PIB mundial puede caer más del 3% si el mundo se calienta más de dos grados...
Nicholas Stern, el venerado economista de 69 años de la LSE de Londres, al frente del Instituto Grantham para el Cambio Climático y el Medio Ambiente, reconoce al cabo de una década que sus conclusiones se quedaron cortas. El problema se está agudizando, el planeta se calienta más rápido y el impacto económico puede ser aún mayor. Nos quedan como mucho dos o tres décadas para imprimir el giro definitivo. En nuestras manos está enderezar el rumbo del siglo XXI... o convertirlo definitivamente en una pesadilla.
Nos estamos empezando a mover en la dirección correcta, pero lo estamos haciendo muy lentamente
Le hacemos la pregunta que usted mismo lanza al viento en su último libro… ¿A qué esperamos?
El título del libro va con segundas: la respuesta implícita es que no podemos esperar. Nos estamos empezando a mover en la dirección correcta, pero lo estamos haciendo muy lentamente. Y esto ocurre porque estamos ante un fenómeno, el cambio climático, que aún no se ha manifestado en toda su dimensión. La gente no ve la urgencia ni la necesidad de cambiar urgentemente. Los políticos tienen por desgracia un horizonte muy corto…
Usted ha vaticinado que el siglo XXI puede ser el mejor o el peor de los siglos para la humanidad. ¿Hacia dónde caerá la moneda?
El siglo XXI puede ser una pesadilla si no actuamos rápidamente. Tenemos dos décadas, o la sumo tres, para dar una volantazo. Si no lo hacemos, vamos a estar pronto en una situación difícil y vamos a tener problemas. Con la tendencia actual de las emisiones, las temperaturas podrían aumentar tres o cuatro grados de aquí a finales de siglo, y eso sería un desastre. Muchas partes del mundo, incluido el sur de Europa y parte de España, se convertirían en desierto. Otras partes quedarían irremediablemente bajo el agua. Se descongelaría el permafrost del Ártico y las emisiones de metano acelerarían aún más el cambio climático…
¿Por qué es tan vital no pasar de los dos grados centígrados?
Porque la temperatura global de la Tierra (en torno a los 15 grados) ha fluctuado como mucho un grado hacia arriba o un grado hacia abajo en los últimos 8.000 años. Esto ha permitido lo que llamamos “civilización”. Con la revolución industrial, y el aumento de las emisiones de gases invernadero, todo empezó a cambiar. Las acciones humanas nos han llevado a este punto crítico: por encima de los dos grados nos adentramos en territorio inexplorado y el clima puede quedar fuera de control. El coste económico también se dispara. Las condiciones de vida en el planeta serían mucho más extremas.
Necesitamos grandes inversiones en nuevas tecnologías para conseguir que las renovables sean más baratas, para mejorar el almacenaje de energía y tener redes inteligentes
Con la publicación del informe Stern, usted demostró que el cambio climático es un problema esencialmente económico ¿Han comprendido el mensaje las grandes compañías?
Las empresas están cambiando, aunque no lo suficientemente rápido, insisto. Si miramos como estábamos hace diez años, o incluso hace seis en la cumbre de Copenhague, los poderes económicos reaccionaban con escepticismo o negaban el mensaje. Ahora no hace falta explicarlo: las empresas entienden que un clima hostil compromete el crecimiento económico. En pocas palabras: los beneficios de actuar ahora son mayores que los costes por la falta de acción. Esta idea está empezando a calar, y este mismo año hemos visto que la mitad de las inversiones en energía son ya en renovables. Si alguien invirtió en carbón hace dos años, el precio de sus acciones habrán caído un 75%, y eso lo dice todo. Pero hay que acelerar la transición: necesitamos grandes inversiones en nuevas tecnologías para conseguir que las renovables sean más baratas, para mejorar el almacenaje de energía y tener redes inteligentes.
¿Le ponemos un “precio” al caborno?
Eso es lo que han hecho en varias regiones del mundo y parece que funciona. El mercado necesita incentivos para dirigir las inversiones hacia las energía limpias. Durante décadas, las compañías de energías fósiles se han beneficiado de subsidios invisibles porque no les hemos hecho pagar el gran daño ambiental que están causando. Ponerle un precio al carbono es importante, como también lo es la regulación. La “economía baja en carbono” tiene que ser la gran oportunidad de crecimiento en este siglo.
Tenemos una oportunidad en los próximos 20 años de constuir una manera más atractiva de vivir
¿Y qué hacemos con la ciudades, las grandes emisoras de CO2?
Cuando digo que este siglo puede ser el peor o el mejor de la humanidad, me refiero sobre todo a la vida urbana. El futuro del planeta nos lo jugamos en las ciudades. Vamos a pasar del 50% a más del 70% de la población viviendo en núcleos urbanos: estamos hablando de 3.000 millones de personas… Tenemos una oportunidad en los próximos 20 años de constuir una manera más atractiva de vivir. Esta va a ser también la gran oportunidad: lograr ciudades menos congestionadas, más eficientes, menos contaminadas, donde la gente se mueva en transporte público o en bicicleta, o en coches eléctricos sin conductor. Podemos convertirlas en lugares más vivibles, más saludable y más respetuosos con la naturaleza. Si las seguimos construyendo como hasta ahora seguirán contribuyendo grandemente al cambio climático y serán muy vulnerables.
¿Habrá voluntad política en París para evitar otro fiasco como el de Copenhague?
Creo que los políticos han entendido ya que estamos ante una oportunidad económica; ahora tienen que aceptar la “obligación moral”, que consiste ni más ni menos que en dejar un mundo habitable para sus hijos y sus nietos. Unos 170 países han adelantado ya sus compromisos para reducir sus emisiones, y ese escenario nos pondría en 2,7 grados. Hemos avanzado con respecto a Compenhgue, pero aún no es suficiente.
La cumbre de París se celebrará bajo el espectro del terrorismo ¿No existe el riesgo de convertir el cambio climático en víctima propiciatoria?
El terrorismo es un problema muy importante. Lo que ocurrio en París fue un crimen contra la humanidad, y el mundo tiene que unirse para actuar contra eso. Pero también tenemos que unirnos ante el cambio climático: no tiene por qué haber una competición entre los dos temas. Los dos problemas requieren neustra atención… Cometeríamos un crimen contra las futuras generaciones si no cambiamos de rumbo.