Graeber: “Necesitamos una cancelación masiva de la deuda”
Profesor, antropólogo, activista anarquista y autor de En deuda: una historia alternativa de la economía y The Democracy Project, con las reflexiones sobre el movimiento Occupy, en el que participó activamente.
Al profesor David Graeber le expulsaron de Yale por anarquista. Pidió trabajo en treinta universidades norteamericanas, en ninguna le admitieron. Pese a su reputación mundial como antropólogo, tuvo que optar al final por el exilio intelectual en Europa, y aquí sigue, desde su mirador en la sexta planta de la London School of Economics (LSE), oteando el presente y futuro de los movimientos sociales.
En el verano 2011, eso sí, Graeber volvió a la “tierra prometida” con un libro revolucionario bajo el brazo (En deuda: una historia alternativa de la economía) y con el vago propósito de sumarse a un movimiento en ciernes que con el tiempo se llamó Occupy. De la noche a la mañana, con 50 años en sus alforjas, el antropólogo anarquista se encontró en su salsa en su ciudad natal y echó raíces en Zucotti Park, junto a un puñado de jóvenes radicales que poco después acuñaron el lema de “Somos el 99%”.
Fiel a sus principios y a su carácter, tímido pero incisivo, Graeber asegura que él no fue ni “cabecilla” ni líder de Occupy (en todo caso “antilíder”). Huye también de la supuesta autoría del “We are the 99%”, que no fue sino el fruto de una “creación colectiva”, como todo lo que vendría después. De aquella experiencia ha nacido otro libro, The Democracy Project, en el que el autor “maldito” en su tierra nos invita a extraer las lecciones del primer movimiento social del siglo XXI y aplicarlas a eso que aún llamamos “democracia”.
Como colofón, y a tiempo para las elecciones británicas, Graeber se desamarca con The Uptopy of Rules, un alegato contra la burocracia rampante, institucionalizada en organismos como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. Desde su trinchera como intelectual y activista, a su paso reciente por el Shumacher College, Graeber defiende la necesidad de crear “espacios exteriores” para bombear ideas y recalca el riesgo de caer en las redes del sistema con la formación de nuevos partidos políticos.
He seguido la creación de Podemos, y creo que va por el mismo camino que Syriza en Grecia. Está por ver si un nuevo partido puede marcar la diferencia
¿Cómo ve desde aquí lo que está ocurriendo en España? ¿Ha llegado tal vez el momento de canalizar la protesta a través de partidos políticos como Podemos?
Tengo una querencia especial por España porque mi padre luchó con las Brigadas Internacionales en Barcelona y las referencias anarquistas han estado siempre ahí. Seguí muy de cerca el movimiento de los indignados, que yo diría que fue la inspiración directa del movimiento Occupy, junto con la Primavera Arabe en Egipto... Y sí, he seguido la creación de Podemos, y creo que va por el mismo camino que Syriza en Grecia. Está por ver si un nuevo partido puede marcar realmente la diferencia. Con la actual estructura política, corre el riesgo de ser absorbido por el sistema. Digamos que el sistema tiene mil maneras de digerir cualquier partido a la vieja usanza. El objetivo de Occupy no era crear directamente un partido político, sino más bien el de bombear ideas y estímulos para regenerar la democracia… Yo sigo creyendo en el poder de esos espacios exteriores.
Pero si la protesta y la indignación no se “canalizan” a tiempo, ¿no corren acaso el riesgo de acabar en la irrelevancia? Usted mismo denunciaba recientemente el escaso eco mediático que está teniendo Occupy Democracy, la reencarnación del movimiento en Reino Unido…
Yo creo que la acción directa no violenta sigue siendo relevante, y en este caso es para denunciar un hecho que resulta incomprensible cómo pueden ignorar los medios. Nos han suprimido el derecho de reunión por vía policial. Se ha cancelado de la noche a la mañana uno de los derechos más fundamentales y eso no es noticia. En la plaza del Parlamento en Westminster, donde la gente confluía pacíficamente para expresar sus demandas, levantaron de la noche a la mañana un muro con los efectivos antidisturbios. En algo insólito que está ocurriendo en muchos países llamados “democráticos”. Creo que en España ha pasado algo parecido.
¿Se refiere a la Ley Mordaza?
Eso es. El sistema ha puesto en marcha un mecanismo de autodefensa para evitar protestas en masa como las de los indignados o las de Occupy. La estrategia empezó en Estados Unidos, justo cuando empezaron los desalojos de las plazas y los parques ocupados. No estoy hablando de una teoría conspiratoria, es algo que está probado… Al mismo tiempo que el FBI y el Departamento de Seguridad daban las órdenes de desalojo, los grandes medios cancelaron las entrevistas con representantes del movimiento. No sólo fue suprimida nuestra voz, sino que fue cancelado el derecho de reunión. Y todo ello ante el silencio cómplice de la izquierda americana. Si la izquierda defendiera en Estados Unidos los derechos civiles con la misma pasión con la que la derecha defiende su sacrosanto derecho a llevar armas, otro gallo cantaría.
Y todo esto bajo la supervisión de Obama…
Obama ha traicionado la promesa del cambio y se ha convertido en un conservador, en sentido literal… La gente en Estados Unidos estaba preparada para un cambio masivo a su llegada en el 2008. Obama estaba en una posición en la que podía haber hecho casi todo, con el respaldo de gran parte de la población, la misma que eligió bajo la consigna del cambio… Hubo un momento al principio en parecía intentarlo, cuando dio el discurso en Egipto y se le veía dispuesto a dar un volantazo en política exterior. Pongamos que intentó dar la vuelta a la sangrienta fama del Imperio Americano, pero después dio marcha atrás, y empezó a perder sus batallas: vimos lo que ocurrió en Ucrania y lo que ha vuelto a pasar en Oriente Medio. De puertas hacia dentro, ya veremos en qué queda al final la reforma sanitaria. En plena crisis pudo haber actuado también de otra forma, pero decidió rescatar a los grandes bancos y a la industria del petróleo. O sea, mantener el “status quo”. O sea, ser conservador.
El lema 'Somos el 99%' fue una creación colectiva, fiel al espíritu del movimiento Occupy
¿Hay realmente esperanzas de cambio con un sistema bipartidista como el norteamericano?
No las hay, efectivamente. El Partido Demócrata está tomado ideológicamente por el neoliberalismo y por el fundamentalismo del mercado. Y los republicanos no tienen en el fondo ideología: son un puñado de nihilistas y oportunistas.
Meses antes de que prendiera la mecha de Occupy, usted escribió un ensayo en Adbusters titulado Esperando la chispa mágica. ¿Lo vio venir?
No, realmente. Yo estaba cumpliendo entonces mi cuarto año de exilio académico desde que me fui de Yale y me cerraron las puertas todas las universidades norteamericanas. Estaba enseñando Antropología en el Goldsmiths College en Londres y me involucré mucho en el movimiento estudiantil británico, denunciando el asalto a la educación pública. En el verano del 2011 volví a Estados Unidos, con la idea de viajar y dar un impulso al libro que acaba de terminar ( “En deuda: una historia alternativa de la economía”). Mi empeño era separar claramente mi parte académica y mi parte activista, como he hecho siempre, pero resulta que todo el mundo quería hablar de pronto de la deuda… El caso es que acabé formando parte del pequeño grupo de anarquistas que ocupó el Zucotti Park, a un paso de Wall Street. Empezamos a organizarnos, con la experiencia que cada uno traíamos. En mi caso, haber participado en la acción directa en el movimiento de la justicia global que acabó de fraguar en Seattle en el 99. Era lo más cercano a un movimiento global que hasta entonces habíamos tenido… Pero no sabíamos hasta qué punto nuestra iniciativa iba a cuajar. Al fin y al cabo se llevaba hablando de posibles disturbios y disrupción social desde el 2008, cuando arrancó la crisis. Y la chispa prendió, vaya si prendió. Pero nunca te acabas de explicar la fórmula. De pronto, un grupo de 30 personas se convierte en uno de tres mil, y un día van y aparecen 300.000 personas en las calles…
¿Hasta qué punto los indignados contribuyeron al lanzamiento de Occupy y al lema de “Somos el 99%?
Hubo mucha conexión con los españoles, los griegos y los egipcios. La frase del 99% fue una respuesta a una pregunta que nos hicimos: “¿Quiénes somos realmente? ¿Qué nos une?”. Hasta entonces se había puesto mucho énfasis en el 1%, y ésta era una manera de darle la vuelta al argumento. Recuerdo que el grupo de trabajo del que salió el lema había dos españoles y un anarquista griego. Y que al principio hablamos de “Nosotros, el 99%”. El “somos” fue una aportación de un coreano que llevaba la campaña “Food No Bombs”. De alguna manera fue una creación colectiva, fiel al espíritu del movimiento.
Entre otras cosas revindicaron el valor de llegar a acuerdos por “consenso”, un término tan gastado y sin embargo tan poco usado en política…
Los cuáqueros llevan toda la vida funcionado por consenso, casi lo consideran un sacramento. Es una lástima que no enseñen cómo construirlo y practicarlo… En los años sesenta y los setenta era muy habitual funcionar así, de manera asamblearia y por consenso, sobre todo en movimientos como el feminista y el antinuclear, que también tuvieron mucha influencia anarquista.
¿Y qué nos dice de “Lo llaman democracia y no lo es”: otro eslógan “made in Spain” que ha dado la vuelta al mundo?
Ah, la democracia... A los americanos se nos hace la boca agua hablando de nuestros “padres fundadores” como si fueran los pioneros de la democracia, cuando el sistema que diseñaron estaba claramente diseñado para suprimir la democracia. El modelo no era Atenas, sino Roma, una república con un equilibrio muy claro de poderes, con cierto “input” popular para mantener un sistema de controles y equilibrios, pero en el fondo muy parecido a una monarquía aristocrática, con su Cámara Alta y su Cámara Baja. La palabra “demócrata” era entonces muy radical, como ahora lo es anarquista. En el fondo, el sistema elegido fue el de un Gobierno aristocrático institucionalizado a través del voto. Elegir los mejores, ése es un principio aristocrático. Los ingleses lo llevan haciendo desde hace siglos… Lo de renombrar esto como una “democracia representativa” vino después.
Condonar las deudas no me parece una idea tan radical. No sé lo que vendría después o si sería el final del capitalismo, pero seguro que a partir de ahí surgen grandes ideas
Su amigo, cómico y “revolucionario” Russell Brand montó una buena en el Reino Unido cuando presumió de no haber votado y dijo más o menos que votar sirve solo para legitimar a la clase política…
Parte de razón tiene mi amigo Russell (risas). En Grecia, el grupo de Occupy tuvo una propuesta muy ingeniosa que dice mucho sobre el valor real que tiene el voto en este sistema que hemos creado. Antes que nada indagaron en las razones y se preguntaron ¿cómo puede seguir cayendo la participación electoral en medio esta crisis económica y con los problemas que tenemos encima? Llegaron a la conclusión de que la apatía no tenía la culpa de las abstención: la gente no votaba simplemente porque no se sentía representada. Y para “corregir” el sistema pidieron que se midiera exactamente la proporción de votantes registrados que se abstenían. Finalmente propusieron que ese mismo porcentaje se aplicara a las listas de candidatos, para que un parte de ellos fueran elegidos aleatoriamente en una lotería. No sé si habría sido un sistema más justo, pero sin duda más original…
Usted sostiene que Occupy es un regalo que el anarquismo le ha hecho a la democracia. ¿Qué es lo que queda realmente del movimiento?
Creo que el principal efecto ha sido cambiar el modo en que la gente habla de la democracia, descubrir que existen otros modos de democracia directa y otras maneras de participación, sin tener que esperar a cumplir cada cuatro o cinco años con el rito del voto. Sinceramente, pienso que el impacto que tuvo Occupy en un año habría tardado en fraguar al menos 20 años si se hubiera canalizado por los cauces habituales de la política. Otro de los grandes logros ha sido introducir el concepto de clase social en el debate, algo que no ocurría desde los años treinta. ¿Quién iba a imaginar hace tan sólo tres años que la desigualdad económica iba a ser uno de los grandes temas en la agenda de Davos? Occupy puso bajo los reflectores a ese privilegiado 1% que se ha beneficiado del crecimiento en los últimos 20 años y que tiene tomada por el mango la sartén de la política. Ese 1% usa su poder económico para comprar el poder político, y a cambio logra favores para adquirir aún más riqueza. Vivimos en un sistema político totalmente corrompido, el equivalente al chantaje legal.
Hablemos de la deuda…
Esa es la otra cara de la moneda. La gente tiene la idea más o menos equivocada de que el mundo de las finanzas es como la magia, y que los financieros no hacen otra cosa que especular y jugar en el casino de la economía. Pero lo que de verdad hace esta gente es financiar las deudas de otra gente y perpetuar el imperialismo de la deuda. Este es el origen del pastel.
En su libro sostiene que el verdadero origen del dinero no es el intercambio sino la deuda…
Así es, y antes incluso de que surgiera el dinero, ya se contabilizaban las deudas, como hacían en Mesopotamia. La deuda es un elemento presente en todas las civilizaciones humanas, aunque en unas ha estado más institucionalizada que en otras. Los romanos y los griegos, por ejemplo, se vieron envueltos periódicamente en crisis originadas por la deuda, pero adoptaron medidas para mitigar el impacto o evitar revueltas sociales. En casi todas las sociedades han existido fórmulas para proteger a los ciudadanos frente al hostigamiento de los acreedores, pero esta última reencarnación del capitalismo que es el neoliberalismo ha dejado a la mayoría desprotegida. Los ricos, eso sí, no tienen problemas. Entre ellos mismos se perdonan las deudas: yo lo llamo el “comunismo de los ricos”. A ver si no, ¿cuántas veces ha estado en bancarrota Donald Trump?, ¿y cuántas veces ha logrado rehacer su fortuna?
Usted propone una cancelación masiva de la deuda. ¿Es una solución realista?
Lo ha sido en otros momentos de la historia. En algunas sociedades se practicaba incluso un año de jubileo, en el que se borraban las cuentas y se empezaba de cero. El milagro económico alemán después de la Segunda Guerra Mundial fue posible gracias a la condonación de la mitad de su deuda en el Tratado de Londres de 1953… La deuda no tendría que ser un gran problema. Es una promesa como cualquier otra. Entre familiares y entre amigos nos perdonamos las deudas: el problema surge cuando cruzas las líneas de clase entre ricos y pobres. Es ahí cuando salen a la luz las relaciones “extractivas” que existen entre los humanos, y cuanto entra en juego el lenguaje de la moralidad. Yo me pregunto qué habría pasado en el 2009 si en vez de rescatar los bancos, se hubiera “rescatado” directamente a la gente hipotecada. O si el último “alivio cuantitavo” del Banco Central Europeo hubiera servido para cancelar la deuda griega…Yo no lo encuentro tan subversivo, pero había que hacer el juego a los bancos, que siguen creando dinero que en realidad es deuda. Lo llaman la “democratización de las finanzas”, cuando en realidad es el imperialismo de la deuda. Así que no me parece una idea tan radical: condonar las deudas. No sé lo que vendría después o si sería realmente el final del capitalismo, pero seguro que a partir de ahí surgen grandes ideas.
“Los anarquistas somos muy organizados”
Hablando de ideas ¿desde cuándo es usted anarquista?
En alguna ocasión he dicho que a los 16 años, aunque en realidad fue una evolución natural. Viviendo un apartamento cooperativo en Manhattan en los años sesenta y setenta, rodeado de gente que practica la autogestión y el consenso, a uno le parecía la forma más normal de funcionar.
¿Hasta qué punto su referente fue su padre?
Fue una gran influencia, por supuesto. Se fue con las Brigadas Internacionales y estuvo conduciendo ambulancias en Benicassim, en la primera unida de evacuación. Fue a España como comunista, aunque no tenía la ideología muy grabada. Presenció, es cierto, las pugnas entre los comunistas y los anarquistas durante la Guerra Civil. Pero lo que más le impacto fue el experimento revolucionario en Barcelona: la ciudad bajo control democrático, las industrias bajo control de los trabajadores, el empoderamiento de las mujeres, la desaparición de los oficinistas de “cuello blanco” (y la constatación de que no sirven realmente para nada). Me habló de Barcelona como uno de los mayores experimentos anarquistas de la historia, y algo se me quedó, claro. Mi madre no era anarquista, pero era simpatizante.
¿Cuál es el mayor error de percepción que la gente tiene sobre el anarquismo?
Creo que el mayor error es equiparar el anarquismo con el caos. En el fondo, los anarquistas creen tanto en la organización que consideran que no debería forzarse a nadie a pertenecer a una organización (risas). Hay mucha gente que cree que el anarquismo no es una mala idea, pero que pertenece más bien al terreno de la utopía o de la locura. Cuando a la gente le hablas de una sociedad sin jerarquías y sin estructuras opresivas, piensa automáticamente: “Pero sin policía nos mataríamos los unos a los otros”. Y al final resulta que no, y lo puedo decir tras haberlo comprobado empíricamente como antropólogo. Durante años estudié cómo funcionaba la gente en Betafo, en Madagascar, un lugar “abandonado” por el Estado donde se había instituido una especie de “democracia sin gobierno”. La decisiones se tomaban con consenso, el poder estaba descentralizado, todo se hacía de una manera muy directa… Y no hacía falta policía. A veces me pregunto si la violencia en nuestras sociedades se produce de alguna manera como respuesta a la opresión y a esa amenaza persistente de intervención. Soy de la opinión de que si a la gente le tratas como niños, se acabarán portando como niños. Si les tratas como adultos, tienes muchas más posibilidades de que se comporten como adultos.
Ser anarquista requiere pues una cierta fe en la bondad de la naturaleza humana…
Sí y no. Al mismo tiempo estamos diciendo que no se puede tener mucha fe en la naturaleza humana porque si a alguien le das poder, acabará oprimiendo. Puede parecer una paradoja, pero así es.
¿Y cómo concilia usted al antropólogo y al activista?
Es curioso, porque allá donde iba como profesor me decían: “Si hubieras venido por aquí unos años antes, todo era diferente”. En los años setenta era normal que un intelectual estuviera en la trinchera y pasara a la acción. Pero con el tiempo se ve que los dos papeles han entrado en contradicción. En el mundo políticamente correcto de las universidades norteamericanas, hay gente que se siente amenazada si te ve tomando partido en un movimiento de política transformativa.
¿Y eso fue lo que ocurrió en Yale?
En Yale eligieron como chivo expiatorio a mi mejor estudiante, que estaba implicado en el sindicato y tenía fama de instigar las protestas. Yo puse mucho cuidado allí en no mezclar las dos facetas y en dejar el activismo para fuera del campus. Pero defendí a mi estudiante y pagué por ello. No solo no me dejaron seguir en Yale sino que se me cerraron las puertas de todas las universidades norteamericanas. Creo que llegué a pedir trabajo en treinta, me consta que en muchas vieron mi nombre y no abrieron si quiera mi curriculum. De poco sirvió el apoyo de decenas de antropólogos, ni las invitaciones que me hacían de otras universidades del mundo. Acabe marchándome y adaptándome a Londres, primero en el Goldsmiths College y ahora en la LSE. Desde aquí soy más libre.
¿Volverá algún día?
He renunciado a volver a una universidad norteamericana. Pero siempre estoy dispuesto a regresar de vacaciones o unirme a un movimiento social.