Los tesoros de la cesta invernal (1ª parte)
Aprovechar lo mejor de cada estación a la hora de hacer la compra es una regla básica para llevarnos los ejemplares más sabrosos y aquellos que van a proporcionarnos todos los nutrientes necesarios para reforzar nuestra salud. Este factor todavía cobra más importancia en los meses del año donde necesitamos tener las defensas en plena forma, ya que el arranque del frío más extremo amenaza con debilitarlas.
Es por esta época del año, cuando dentro de la “huerta” nacional aparecen variedades de enorme valor culinario y terapéutico, muy poco conocidas , ya sea porque su cultivo comercial es de reciente implantación en nuestro país o porque forman parte de la tradición gastronómica de regiones muy concretas de nuestra geografía. A este desconocimiento se le suman en muchos casos unas texturas y formatos tan extraños que a muchos les cuesta encontrar la forma de incluirlos en su dieta habitual. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con el gelatinoso caqui, los fibrosos cardos o de la granada con sus incómodas semillas. Cualquiera de estas dificultades culinarias son absolutamente insignificantes si las comparamos con los incontables beneficios que van a procurarle a nuestro organismo y por eso merece la pena dedicarles unas líneas que nos acerquen un poco más a su consumo.
El cardo
Esta verdura invernal por excelencia, pariente de la alcachofa, aparece en los mercados a mediados del otoño y se mantiene hasta el comienzo de la primavera. Pese a que su consumo es minoritario en nuestro país, a excepción de Navarra donde forma parte de su recetario, España es el primer país europeo productor de esta verdura. Pese a su aspecto humilde, merece un lugar especial en nuestra dieta, ya que aporta unos altos niveles de hierro y calcio, tiene propiedades hepatoprotectoras y diuréticas y mejora el tránsito intestinal y muchos trastornos digestivos.
Hay diferentes formas de preparar el cardo. De entrada, sempre hay que lavarlo muy bien y eliminar los posibles filamentos fibrosos. Si son pencas jóvenes y tiernas, podemos cortarlas en tiras y comerlas crudas en ensalada, pero lo normal es cortarlo en trozos medianos y cocerlo en agua con sal y zumo de limón para evitar que se ennegrezcan. El tiempo de cocinado depende de nuestro gusto, pero siempre hay que procurar añadir la menor cantidad de agua posible para no perder muchos nutrientes. Si queremos asarlo, nos bastará con blanquearlo 10 minutos y después acabar la cocción en el horno, gratinándolo o acompañándolo de una salsa suave de tomate o verduras.
Los grelos
Los grelos, tan típicos de la cocina tradicional gallega, son los tallos tiernos que aparecen en la planta del nabo antes de su floración, normalmente hacia el mes de enero. Esta verdura supera en contenido de nutrientes al propio nabo, y muy especialmente en pro-vitamina A y folatos. Es importante elegir aquellos de una textura tierna y conservarlos dentro de una bolsa de plástico en la nevera, separados de su raíz. Podemos comerlos crudos pero debemos recordar que poseen un sabor amargo que se atenúa al escaldarlos unos minutos.
El hinojo
Del hinojo se utiliza todo. Sus semillas como especia, sus hojas como hierba aromática y su bulbo como hortaliza. Desafortunadamente no existen casi recetas en nuestra gastronomía que utilicen este bulbo, pese a ser un alimento versátil y tener la cualidad de volver más digerible a cualquier alimento que lo acompañe.
Con esta verdura podremos aromatizas sopas y caldos, añadirla muy picada a sofritos y salsas para darles un toque anisado, saltearlas en tiras con otros vegetales e incluso asarlas enteras, tras un breve blanqueado. Las posibilidades son innumerables más allá de las ensaladas y su presencia en nuestra cocina va a mejorar sustancialmente muchas de nuestras creaciones invernales. Inclusos podemos experimentar añadiendo hinojo a recetas de tartas dulces como las de manzana.
En la próxima entrada: Tres frutas imprescindibles para el invierno
Fuente: The Food Therapy
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