¡Que cunda el pánico!
Vivimos en una versión perversa de la “doctrina del shock” de la que hablaba Naomi Klein hace unos años. Sólo que el desastre no es esta vez “natural”, sino que ha sido creado por los mismos y oscuros poderes que lo siguen alimentando, con sacudidas que periódicamente provocan “tsunamis” en el Mediterráneo. Bienvenidos a la era del terror financiero: ayer Grecia, hoy Chipre, mañana Eslovenia y posiblemente Malta...
El efecto dominó del euro se sigue propagando y la espiral que no cesa amenaza con convertirse en el “tragadero” del Mare Nostrum, cada vez menos “nuestro”. Hemos pasado de la marejada que no cesa al pánico total, no ya a perder la sanidad pública o las pensiones, sino a poder sacar simplemente nuestro dinero del banco.
El “corralito” chipriota no ha sido más que la última advertencia. Nada es sólido en estos tiempos que corren: un decretazo de un puñado de burócratas en Bruselas puede llevarse por tierra los ahorros de toda una vida y los sueños maltrechos de toda una generación.
Dicen que la factura en Chipre la pagarán al final los más ricos (los depositarios con más de 100.000 euros en los bancos), pero las noticias del rescate “ejemplar” son confusas y las sacudidas seguirán repercutiendo en nuestras costas. La sola idea de ver cerrados a cal y canto los cajeros durante varios días es suficiente para echarse a temblar y lanzarse a la calle como los chipriotas a los gritos de “¡Manos arriba! Esto es un robo”.
Nadie cuestiona que lo ocurrido es fruto de la miopía de los políticos y los banqueros de este paraíso fiscal, tan atractivo para los oligarcas rusos como la City de Londres. Lo que no es de recibo es que se amenace con expropiar su dinero al millón largo de ciudadanos.
La posibilidad de un “corralito” a la española, tan desmentida una y otra vez por nuestros políticos, se hace repentinamente más real después de lo visto en las calles de Nicosia. El propio premio Nobel Paul Krugman vaticinaba hace un año que esa situación extrema es mucho más real de lo que muchos piensan en España y en Italia. El Estado (o Bruselas) podría imponer límites a la cantidad que los ciudadanos puedan disponer de sus cuentas bancarias, en aras a la estabilidad de un sistema que sigue haciendo aguas.
Al final vuelven a pagar justos por pecadores. Los banqueros y los especuladores siguen campando a sus anchas y cobrando sus “bonus” millonarios, mientras la gente corriente se aprieta el cinturón de la austeridad y se pone a la cola de la “sopa boba”.
En Gran Bretaña, sin ir más lejos, el director ejecutivo del área de inversiones del Barclays, Rich Ricci, se acaba de embolsar un “bonus” de 20 millones de euros. O lo que es lo mismo, 656 veces más que el salario medio de los británicos. Suficientes para pagarse el avión privado todas las semanas y para mantener su cuadra de once pura sangres en Irlanda (mientras la familia media británica ve recortados sus ingresos hasta 1.000 euros anuales con las nuevas medidas de austeridad).
Irlanda, por cierto, fue la primera pieza de este dominó que amenaza no sólo con pulverizar el sueño europeo, sino con convertirlo en una pesadilla diaria para decenas de millones de familias. “¿Cómo ha podido caer el sistema financiero europeo tan bajo?”, se preguntaba en The Guardian el economista Aditya Chakrabortty. “¿Cómo se puede plantear la apropiación directa de los ahorros porque no somos capaces de resolver los problemas sistémicos del euro? No son sólo los bancos los que están en bancarrota. Es todo este sistema sangrante el que se ha salido de madre, por mucho que nos obstinemos en seguir negándolo”.
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