El visionario del desierto
“No lo llaméis utopía”, solía decir Paolo Soleri. “Llamadlo laboratorio urbano... La utopía es el 'no lugar', el ideal inalcanzable. Esto que veis es algo sólido, y está arraigado en la realidad. Arcosanti es un lugar en permanente evolución, con una meta concreta: crear el 'efecto urbano' en un hábitat a la medida del hombre, pero en profunda armonía con la naturaleza"...
El silencio telúrico del desierto de Arizona ha despedido esta semana a uno de los arquitectos más visionarios del último medio siglo. Laboratorio o utopía, Arcosanti lleva marcando desde los años setenta el horizonte de lo posible, a la vera del río Agua Fría y a 100 kilómetros de la pesadilla urbana de Phoenix.
“No he querido caer nunca en el idealismo irrelevante”, fue otra de las frases que se nos quedó clavadas en nuestro encuentro con Paolo Soleri hace tres años, cuando acababa de cumplir los noventa y rebosaba aún entusiasmo y sabiduría… “Somos parte de la realidad, y las construcciones deberían ser como organismos vivos, con toda su complejidad, admitiendo sus imperfecciones y evolucionando, siempre evolucionando”.
Discípulo predilecto de Frank Lloyd Wright, con quien estudió en la cercana Taliesin West, Soleri se acabó desmarcando con sus críticas furibundas contra la América suburbana y sus alegatos contra el materialismo. Nacido en Turín, su obra más sólida es seguramente la fábrica de la Ceramica Artistica Solimene, en la costa amalfiana. En el año 66 diseñó el anfiteatro que lleva su nombre en Santa Fe, emulando las construcciones autóctonas de los indios pueblo.
Poco después empezó su propia búsqueda filosófica y arquitectónica en un laberinto cavernícola y gaudiano en las afueras de Phoenix llamado Cosanti a secas, donde creó varios talleres que aún siguen creando las famosas campanas metálicas que sirvieron para financiar sus proyectos. Cuenta la leyenda que el mismísimo George Lucas se inspiró en las construcciones de Cosanti para idear la futurista Mos Espa, en el planeta árido de Tatooine, pero Soleri lo desmentía una y otra vez alegando que lo suyo no era la ciencia ficción.
En 1970, y en el nombre de la “arcología” (arquitectura más ecología), el visionario del desierto decidió entregarse en cuerpo y alma a una visión superior: Arcosanti, una insólita comunidad urbana para 5.000 habitantes en medio de la nada, como antídoto al 'sueño americano' que empezaba a hacer aguas. Al cabo de cuatro décadas, los vecinos de Arcosanti apenas sobrepasan el centenar, pero el mutante 'skyline' emerge como un auténtico milagro de hormigón entre cipreses y peñascos…
“Solíamos estar más lejos, pero la ciudad sin límites creció hacia nosotros”, llegó a bromear Soleri. "En el último medio siglo, y gracias al automóvil, hemos adoptado el modelo de expansión de los organismos más primarios. Las especies más complejas, como las abejas o las termitas, eligieron vivir hace tiempo en dimensiones compactas. ¿Por qué hemos sido tan estúpidos los humanos?".
El "laboratorio urbano" ha sido levantado con el sudor de más de 7.000 'aprendices', venidos de 35 países, pioneros en el arte de la bioconstrucción, la permacultura, la agricultura orgánica, la energía solar y eólica, las 'máquinas vivas' para la depuración de las aguas y otras ideas más o menos utópicas (con perdón). Su diseño futurista marcó un hito en las construcciones “pasivas”, apuntando al sur para aprovechar al máximo la luz y el calor en los rigurosos inviernos del desierto de Arizona, con grandes espacios sombreados para hacer la vida mucho más llevadera bajo el fogonazo del verano.
Sabía Soleri que su visión nunca se llegaría a completar en vida, y lamentaba el aspecto perpetuamente inacabado de Arcosanti, que tienen algo de ruinas mayas de hormigón… “La culpa ha sido mía. Nunca he sido un buen relaciones públicas y sigo considerando a los promotores urbanísticos como la encarnación del diablo. Lo reconozco: he fallado a la hora de materializar el proyecto. Nunca será como lo soñé, pero espero que el tiempo acabe dándone la razón: la ciudad del futuro será compacta, y los aparcamientos dejarán paso a las huertas urbanas, y no necesitaremos derrochar el tiempo y la energía como hacemos ahora”.
"La ciudad debería ser la mejor expresión de la humanidad, el lugar donde trascienden todas nuestras limitaciones", palabra de Soleri, en su manifiesto urbano titulado “La ciudad en la imagen del hombre”. "Así ha sido siempre en todas las grandes civilizaciones, de Mesopotamia a los romanos... Lamentablemente, las ciudades que hemos construido en el último medio siglo son una receta para la catástrofe. El sueño americano de una casa y dos coches se está reproduciendo en todo el mundo y está destruyendo el planeta".
Mary Holdey, una de las primeras vecinas de Arcosanti, seguidora intermitente de Soleri, reconoció cómo un imán irresistible le hizo volver después de haber probado suerte en varias comunidades intencionales: “La ambición fue seguramente excesiva y pusimos el listón muy alto. Hemos pasado por momentos bajos, pero cuando lo dábamos todo por perdido aparecía una legión de voluntarios, como la que ahora construye el invernadero, dando un nuevo aliento al proyecto… Yo, particularmente, nunca he tenido una vida tan plena como en mi casa excavada en la roca y construida con mis propias manos bajo las directrices de Paolo”.
Ed Werman, 64 años, ceramista mayor, lamentaba cómo la crisis económica lo ha ralentizado todo y ha hecho estragos en la población flotante, pero aseguraba que la mera existencia del "laboratorio urbano" -por el que pasan anualmente 50.000 visitantes- es suficiente motivo de esperanza: "Este es un lugar único en el mundo y hay que hacer todo lo posible por seguir construyendo esa 'visión'. Mantendremos muy viva la llama de Soleri, aunque ya no esté con nosotros".
(Paolo Soleri, nacido en Turín en el solsticio solar de 1919, murió el pasado 9 de abril a los 93 años de edad por “causas naturales” en Cosanti, Arizona.)
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