Querido Petróleo…
Carta de desamor al "oro negro", que ha sido el gran motor energético y económico de casi todo el siglo XX, pero en pleno siglo XXI ha llegado el momento de ir pensando más allá del crudo.
Querido Petróleo:
Nuestra relación duraba ya demasiados años. Fueron casi dos décadas de sumisión absoluta al volante, quemando de cinco a diez litros diarios entre las idas y venidas, resignado a empotrarme en el atasco y convencido de que no había escapatoria posible. Toda ruptura es siempre dolorosa, pero quiero aprovechar este singular 14 de febrero (Gran Día Mundial de la Desinversión en Petróleo) para examinar a fondo las consecuencias de nuestra dependencia mutua, que se ha convertido en una tóxica adicción, para nosotros y para quienes nos rodean.
Confieso que fui de los que pensaban que el tren y el metro son para los que no tienen coche, y que la ciudad está hecha para moverse a cuatro ruedas, salvando los “obstáculos” de los ciclistas y los peatones. El coche me lo robaron cuando más lo necesitaba, o eso creía. Sin querer, descubrí lo fácil que es moverse de otra manera y sin llenar las calles de malos humos.
Como bien dice Bill McKibben, fundador de 350.org, estamos esencialmente ante “una lucha de poder”
Pero quien esté libre de petróleo, que tire la primera piedra...
Como el azúcar en nuestra dieta, el “oro negro” está presente en cada paso que damos: del champú para la cabeza hasta la suela de nuestros zapatos, pasando por el detergente para los platos, el fertilizante de los tomates, el colorante, el conservante, el lubricante, las fibras sintéticas y los plásticos que estrangulan nuestros océanos.
Todo o casi todo en el siglo XX lleva la "mancha" intransferible de ese líquido bituminoso que tomó el relevo del carbón como motor de la revolución industrial. Pero estamos en el siglo XXI, y ha llegado el momento de ir pensando más allá del crudo.
Desde la gran crisis del petróleo 1973 (propiciada por los mismos países que ahora compran alegremente nuestros clubs de fútbol), el mundo ha sufrido periódicas sacudidas por culpa de nuestra dependencia inconfesable. Las voces a favor del ahorro energético, de la eficiencia y de la transición hacia las renovables han sido sin embargo acalladas sistemáticas con la misma estrategia con la que los gigantes del tabaco negaban los efectos nocivos para la salud de los cigarrillos.
Ni el fantasma del “pico del petróleo”, ni la amenaza del cambio climático doblegaron la voluntad de la industria de los combustibles fósiles. El destino nos mandaba periódicamente recordatorios del cambio inaplazable, y ahí tenemos los desastres del Exxon Valdez, del Prestige y del Golfo de México.
La campaña Divest-Invest pide “desviar” más de 44.000 millones de euros de las energías “sucias” a las renovables
Pero las protestas se diluyeron como el chapapote, y algún día tendrán que sentarse en el banquillo de los acusados todos estos políticos que han perpetuado la adicción hasta el límite, usando la “puerta giratoria” entre los gobiernos y los consejos de administración de la todopoderosa industria.
Como bien dice Bill McKibben, autor de la “El fin de la naturaleza” y fundador de 350.org, estamos esencialmente ante “una lucha de poder”. De poco vale tener a la ciencia de nuestro lado si el dinero tira hacia el otro… “Tenemos que construir un movimiento lo suficientemente grande para contrarrestar a la fuerza más poderosa del planeta. Los políticos les tienen miedo a ellos; va siendo hora de que nos tengan miedo a nosotros».
En España casi no nos enteramos (otro día hablaremos de nuestra despreocupación ambiental), pero el pasado 21 de septiembre más de 700.000 personas participaron en la mayor acción mundial frente al cambio climático. Y el “giro” planetario vino acompañado además de un acto de alta carga simbólica: la familia Rockefeller -que hizo su fortuna con la Standard Oil- decidió abonarse a la desinversión en petróleo.
La campaña Divest-Invest, que llevaba cuatro años gestándose, acabó de remontar el vuelo y son ya 800 “desinversores” (entre empresas, universidades, fundaciones, iglesias y gobiernos locales) los que se han sumado, con el compromiso de “desviar” más de 44.000 millones de euros de las energías “sucias” a las renovables. Con el premio Nobel Demond Tutu a la cabeza, la campaña llama ahora a las puertas del Papa Francisco, para que “desinvierta” los fondos del Banco Vaticano en combustibles fósiles.
Algo está cambiando, y una buena prueba es que el Financial Times le dedique a todo esto más media página en color sepia. Hasta el presidente de Shell, Ben van Beurden, se ha dado por aludido en la Semana Internacional del Petróleo y ha pedido un “debate equilibrado” para no propiciar “la muerte súbita de los combustibles fósiles”.
Van Beurden reconoce a estas alturas que el “cambio climático es real”, pero prefiere pasar de puntillas por un hecho icontestable: con el petróleo que tienen en sus reservas las grandes multinacionales, produciríamos 2.795 gigatones de CO2 en los próximos años. O sea, cinco veces más de lo que científicos consideran el límite (565 gigatones) para provocar un aumento crítico de las temperaturas de más de dos grados.
Pronto nos veremos en esta tesitura: o dejamos el crudo bajo tierra, o lo seguimos quemando a espuertas hasta empujar el clima hacia una espiral incontrolable.
Estamos pues la última encrucijada, querido Petróleo, por más que nuestros políticos –los mismos que pretenden cobrarle un peaje al sol- se empeñen en buscar a estas alturas el “oro negro” en las Islas Afortunadas. Ahí va esta carta de desamor, sin acritud por todo los que nos has dado, pero reconociendo que ha llegado el momento de separar nuestros caminos.
Apremiantemente.
C.F.