Naomi Klein: “Los políticos son el gran obstáculo ante el cambio climático”

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Ha estado en España para presentar su nuevo libro, Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima (Paidós), en el que aboga por respuestas radicales ante el cambio climático.

Foto: CCCB © Miquel Taverna

Al cambio climático le hacía falta un libro definitivo. Un “manifiesto” de 466 páginas cuajado de argumentos científicos, humanos, económicos y políticos. Una declaración de resistencia y optimismo que deje finalmente en evidencia a los “negacionistas” y logre encender la mecha alicaída del activismo en tiempos de austeridad…

Ese libro es Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima (Paidós) y escribirlo fue por momentos como la travesía del desierto. A diferencia de No logo y La doctrina del shock, que se escribieron casi solos, Naomi Klein (Montreal, 1970) ha necesitado esta vez una motivación especial para seguir en la brecha. No tanto por la titánica tarea de hacer digerible la píldora amarga, sino por la ausencia de un movimiento de “acción climática”, que en el momento de concepción del libro era más bien un páramo.

La idea original fue anterior a Copenhague, y aquel fiasco se lo puso aún más difícil. Y eso por no hablar de la crisis, que sepultó nuestra preocupación ambiental en el subsuelo, más o menos a la altura de los combustibles fósiles. Pero algo le hace pensar a Naomi Klein que la cosa está cambiando y que el 2015 puede marcar el punto crítico. Las campañas de resistencia al “fracking”, el movimiento de desinversión del petróleo o la transición energética en Alemania son algunas de las “respuestas radicales” por las que aboga Klein, convencida de que la clave está en una alteración de la “realidad política” y en una “radical transformación” del sistema económico.

Pero es España, de momento, seguimos con el “catecismo” de la austeridad y en guerra contra las renovables….
España está dando pasos de gigante y en la dirección equivocada. Lo que está ocurriendo aquí no se entiende desde fuera. Un país que había dado pasos audaces y se había convertido en referente mundial de las renovables, decide de pronto dar marcha atrás y apostar por el “fracking” y por el petróleo (he seguido muy de cerca el tema de las prospecciones en Canarias). Yo he estudiado muy de cerca el caso español, desde la desregulación de 1997. La raíz del problema es ésa: con una centralización y una concentración de ese nivel, estamos haciendo un flaco favor a la lucha contra el cambio climático. ¿Cómo puede cualquier Gobierno hacer frente al poder de las électricas? ¿Cómo se puede castigar a quien decide instalar placas fotovoltaicas en su tejado? ¿Y cómo se puede cerrar las puertas a una fuente de generación de empleo? La democracia tiene que llegar tarde o temprano al sector de la energía en España, como está ocurriendo en Alemania y como sucederá en otras partes del mundo. Creo que la democratización de la energía va a ser una de las grandes batallas del siglo XXI.

¿Cómo se puede castigar a quien decide instalar placas fotovoltaicas en su tejado? La democracia tiene que llegar tarde o temprano al sector de la energía en España

Es curioso el doble rasero de Angela Merkel, que por una lado impone el yugo de la austeridad en el sur de Europa y por otro lado permite que sus ciudadanos asuman el control de la energía…
Es una situación contradictoria, efectivamente, difícil de creer y difícil de explicar. Y el contraste entre lo que está ocurriendo en Alemania y lo que está pasando en España se explica con números. Mientras en España el hachazo a la energía solar se ha traducido en la pérdida de más de 30.000 empleos, en Alemania se han creado 400.000 puestos de empleo a través de las más de 900 cooperativas energéticas que han ido surgiendo. Ciudades como Hamburgo y decenas de pequeñas poblaciones han tomado el control de su propia energía. Me cuentan que el proceso no está siendo en cualquier caso un camino de rosas, y que al mismo tiempo han subido las emisiones por el aumento del consumo del carbón. Pero al menos países como Alemania y Japón han decidido apostar fuerte por las renovables y poner en marcha soluciones radicales.

En España, en cualquier caso, los problemas económicos y sociales han sido de tal magnitud que la cuestión del cambio climático se ha caído por su propio peso de las prioridades…
Cuando la cuestión es poner la comida en la mesa, es hasta cierto punto comprensible que la gente mire el cuidado del medio ambiente como un lujo. Pero son las dos caras de la misma moneda, y va siendo hora de hacer la conexión, por más que la ideología neoliberal dominante nos lo impida. Las decisiones “ambientales” pueden tener beneficios económicos y son parte de la alternativa a la austeridad. Tenemos que poner el cambio climático en el plato, es un imperativo inaplazable. Y la mejor manera de hacerlo es ligándolo a los cambios profundos en el sistema económico: frenando los recortes y las privatizaciones sistemáticas, reclamando el valor de lo público, poniendo en marcha un auténtico plan para “descarbornizar” la economía y fijarnos el objetivo de una reducción anual del 8% al 10% para países como España, que es donde nos deberíamos estar moviendo ya para evitar un cambio climático de efectos catastróficos.

©New York Times/Suzanne DeChillo

¿Por qué sigue habiendo sin embargo estas grandes resistencias ante el cambio climático? ¿Están ganando los escépticos la partida?
Llamar “escépticos” a los “negacionistas” me parece casi un halago. En mi libro hago una distinción muy clara entre la línea dura -esos que dicen “está nevando, luego el cambio climático es mentira”- y la mayoría de la población, que cree en lo que dicen los científicos, pero les cuesta reconocer o hacerse una idea de la dimensión del problema al que nos estamos enfrentando. Y no, no creo que los “negacionistas” hayan ganado la partida. Lograron sabotear la cumbre de Copenhague con el escándalo de los emails “hackeados” de la Universidad de East Anglia, pero hoy por hoy están muy desacreditados y son objetos de mofa todas las noches en los programas de los cómicos americanos.

Pero en la opinión pública, y en países como España, no existe esa sensación de urgencia ante problema. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptarlo?
Hay una razón muy simple: yo lo llamo “bad timing” (“el peor de los momentos”). El cambio climático es tan difícil de metabolizar en nuestras conciencias porque el problema se ha agudizado al mismo tiempo que se ha impuesto la ideología neoliberal. En la era de las desregulación, las privatizaciones y los recortes del gasto, es muy fácil que te tilden de comunista si reclamas la defensa de lo público o un mayor control de la economía. Creo que el problema nos ha golpeado en el peor momento posible, y eso explica estos 25 años perdidos, en los que las emisiones han subido un 60% y hemos llevado al planeta a una situación límite.

En la era de las desregulación, las privatizaciones y los recortes del gasto, es muy fácil que te tilden de comunista si reclamas la defensa de lo público o un mayor control de la economía

Usted sostiene que el capitalismo ha declarado la guerra al planeta y que básicamente hay que cambiar el ADN de nuestro sistema económico para encontrar una salida. ¿No es una solución demasiado ambiciosa para el tiempo que tenemos?
La razón por la que he titulado el libro “Esto lo cambia todo” es precisamente porque creo que ha llegado el momento de las respuestas radicales al cambio climático (y no me refiero precisamente a la geoingeniería). Nos estamos acercando a una situación límite: o cambiamos gradualmente nuestra manera de funcionar, o permitimos que el clima nos la cambie de una vez y para siempre. Lo que no tiene sentido es seguir con esta economía extractiva que han llevado a la sociedad y al planeta al borde del precipicio. No nos han dejado otra opción: no podemos seguir aspirando a crecer a toda costa sin calibrar las consecuencias. Hay que cambiar de modelo si queremos lograr una reducción anual de las emisiones del 8% al 10% en países como España… Y creo que en poco tiempo podemos cambiar el contexto, deconstruir la lógica de la austeridad y lograr el apoyo de la opinión pública.

Le acusan frecuentemente de convertir el cambio climático en una causa ideológica. Defiéndase…
Me acusan a veces de polarizar el debate, es cierto, pero es que la situación actual requiere un cambio radical y urgente. Debemos contagiarnos de esa sensación de urgencia que de pronto tienen las fuerzas que se oponen al cambio. La industria de los combustibles fósiles están extraordinariamente motivadas porque hay mucho dinero en juego.

¿Hay algo que hacer mientras la industria siga alimentando a los políticos? ¿Cómo se entiende que el republicano Jim Inhofe, que preside el comité de medio ambiente del Senado norteamericano, pueda ser financiado por la petrolera BP?
He ahí la ironía. Creo que ha llegado la hora de desenmascarar y pedir cuentas a los políticos, exigirles una transparencia total y acabar con estas puertas giratorias que durante décadas les han convertido en correas de trasmisión de los “lobbies” energéticos. Hoy por hoy, creo que el mayor obstáculo para hacer frente al cambio climático son los políticos, no los “negacionistas”.

Ha llegado la hora de desenmascarar y pedir cuentas a los políticos, exigirles una transparencia total y acabar con estas puertas giratorias que les han convertido en correas de trasmisión de los “lobbies” energéticos

¿Y campañas como la desinversión en petróleo acabarán surgiendo efecto? ¿Es realista pensar que vamos a dejar la mayoría de las reservas bajo el suelo?
Si la realidad política no nos permite hacer lo que tenemos que hacer, entonces cambiemos la realidad política, porque se ha quedado desfasada y no nos vale... Cuando empecé a escribir Esto lo cambia todo, no existía realmente un movimiento de acción climática. En septiembre pasado, más de 400.000 personas tomaron las calles de Nueva York, y eso ha marcado una profunda diferencia. Los grandes cambios ocurren porque la sociedad hace presión, y de hecho tenemos ahora una gran ventana abierta con la caída de los precios del petróleo. Con el barril a 50 dólares, el petróleo ha dejado de ser el negocio lucrativo que era y los inversores están huyendo finalmente de proyectos de energía extrema como las arenas botuminosas de Alberta. Es una gran ocasión: podemos aprovecharla a nuestro favor.

Usted ha sido muy crítica con el presidente Obama y ha llegado a decir que sus ocho años en el poder pueden ser al final “la mayor ocasión perdida en nuestras vida”. ¿Tiene aún ocasión de enmendarse?
Obama desaprovechó esa oportunidad real de cambio que existía en el 2008, con el Congreso y el Senado a su favor y con una opinión pública clamando un cambio radical. Creo que desde la época de Roosevelt no había existido realmente una ocasión así. Pero la dejó pasar, acabó siendo un prisionero del sistema, y quienes creímos que podíamos cambiar las cosas desde dentro tardamos en reconocer el error. Ahora, la presión le viene desde fuera, porque hay un movimiento que ha alcanzado una masa crítica y que reclama un cambio. De hecho, creo que Obama ha hecho en un año más que en el resto de su mandato.

¿Y cree usted que ese movimiento está lo suficientemente maduro para propiciar un cambio en el 2015? ¿No cabe el riesgo de que la cumbre del clima de París acabe en un fiasco como el de Copenhague?
No podemos esperar ingenuamente a que los líderes vean repentinamente la luz. Por eso hay que seguir presionando desde la calle. Y mi esperanza, aquí en Europa, es que se produzca a tiempo una convergencia de los movimientos contra la austeridad y de la acción contra el cambio climático. Espero que partidos como Podemos y Syriza recojan el testigo y ayuden a avanzar hacia a esa convergencia, que yo considero imprescindible.

Denos al menos tres razones finales para el optimismo
Lo que más me ilusiona en estos momentos es la campaña emprendida por The Guardian (”Keep it in the ground”) para dejar tres cuartas de partes de las reservas de petróleo sin quemar y en el subsuelo. Es uno de los requisitos básicos si no queremos que las temperaturas aumenten más de dos grados, donde acaba nuestro colchón de seguridad según los científicos. Ver a un periódico y una web implicándose de esa manera te devuelve la fe en la labor de los medios… Podría hablar también de ese activismo al alza que yo llamo en el libro “Blockadia” y que se está traduciendo en frentes globales de resistencia al “fracking”, que ha sido por cierto prohibido en Gales y en Escocia en los últimos meses. Nada de todo esto sucedía cuando empecé a escribir el libro, en una situación hasta cierto punto frustrante como activista. Todo cambió con las manifestaciones contra el oleoducto Keystone que aspiraba a llevar a Texas el petróleo de las arenas botuminosas de Alberta. Mi amigo, autor y activista Bill McKibben, fundador de 350.org, ha sido uno de los principales impulsores de ese cambio. Yo estoy con él en que los libros no cambian el mundo, son los movimientos sociales. Los libros, en todo caso, son buenos acompañantes.