Los rituales del fuego
Los rituales de fuego del solsticio de verano simbolizan el poder del sol y sirven para ayudar a renovar su energía.
Solsticio de verano en Stonehenge / Simon Wakefield FLICKR |
La tradición une la entrada del verano al fuego. En la prehistoria, el temor ancestral a que el sol no volviera a su esplendor dio pie a los ritos de fuego. Se iniciaban en la víspera del pleno verano, el 20 de junio, simbolizaban el poder del sol y servían para ayudarle a renovar su energía. El ritual se mantuvo a lo largo de la historia. Se encendían hogueras en las cimas de las montañas, a la vera de los ríos, en mitad de las calles y frente a las casas. Se organizaban procesiones con antorchas y se echaban a rodar ruedas ardiendo colinas abajo.
En la Grecia antigua a los solsticios se les llamaba puertas. Al solsticio de verano correspondía la puerta de los seres humanos, y al de invierno la puerta de los dioses. En las fiestas dedicadas al dios Apolo, que se celebraban en el solsticio de verano, se encendían piras purificadoras.
Los romanos, por estas fechas, dedicaron a Minerva, la diosa de la guerra, fiestas con hogueras y tenían la costumbre de saltar tres veces sobre las llamas. También atribuían propiedades medicinales a las hierbas recogidas en aquellos días.
El cristianismo recicló los cultos paganos y conservó la fiesta de inicio del verano. El solsticio de invierno coincide con la Navidad, la fiesta del recogimiento familiar; el solsticio de verano, con la noche de San Juan, la celebración pagana por excelencia.
Hogueras de San Juan e la playa de La Coruña |
En el Evangelio de San Lucas se cuenta como se inició la tradición del fuego coincidiendo con el nacimiento de Juan. Su futuro padre, el sacerdote Zacarías, perdió la voz al dudar de lo que el ángel Gabriel le anunció: que Isabel, su esposa, estaba encinta y daría a luz un niño al cual debía llamar Juan. Al poco de nacer, Zacarías escribió en una tablilla: “Su nombre es Juan”, entonces recuperó inmediatamente el habla y entonó el “Benedictus”. Rebosante de alegría, encendió hogueras para anunciar la noticia a vecinos y parientes. Así conmemoramos el nacimiento de San Juan.
Por el lado más pagano, la noche más corta y el día más largo del año, es la que permite soñar con poderes mágicos, con hadas y deidades que discurren y corren los caminos. Marca una transición astral que anuncia cambios, es una ruptura de orden cósmico que propicia la emergencia de otros mundos.
La atmósfera se carga de un aliento sobrenatural que impregna cada lugar mágico del planeta. La tierra abre sus compuertas a los encantamientos y a lo que ocurre en otras dimensiones.
Las puertas invisibles del “otro lado del espejo” se abren de par en par dando lugar a las leyendas: grutas, castillos y palacios encantados permiten el acceso; quienes estaban cautivos a merced de un embrujo o maldición se liberan de sus prisiones y ataduras; los dragones braman y los “caballos del diablo” vuelan; seres misteriosos salen a dar un paseo a la luz de la Luna en torno a sus moradas infranqueables; enjambres de duendes afloran amparados por la oscuridad de la noche; las gallinas y los gallos ostentan su plumaje áureo; los enamorados sueñan y adivinan quién será el o la que les despose; las plantas venenosas pierden sus propiedades dañinas y, en cambio, las salutíferas centuplican sus virtudes (buen día para recolectar plantas medicinales en el campo); los tesoros se remueven en las entrañas de la Tierra y las losas que los ocultan dejan al descubierto parte del mismo para ser descubiertos; el rocío cura enfermedades y además hace más hermoso y joven a quien se embadurne con él el cuerpo; los helechos florecen al dar las doce campanadas...
En la noche y el amanecer se manipulan instrumentos simbólicos con el fin de luchar contra los males que perjudican a los seres humanos, sus actividades o sus bienes a lo largo del año. Se arrojan a la hoguera objetos, conjuros, deseos y viejos muebles para purificarse y que desaparezcan los espíritus malignos. Es el momento propicio para narrar a nuestros familiares o amigos cuentos, leyendas y fábulas.
Fuente enrramada en un pueblo de Asturias / Toni Samoano |
Existe la tradición de enramar las fuentes que está relacionada con la prosperidad, la abundancia y la fecundidad. Se dice que al amanecer del primer día de verano, las mujeres recogían de las fuentes la flor del agua con la esperanza de encontrar pareja, concebir hijos o hacerse con poderes curativos.
Es el momento de abrir las puertas de la percepción y experimentar aquello que el poeta inglés William Blake anunció: si las puertas de la percepción se depurasen, todo aparecería a los hombres como realmente es: infinito.
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