Laurel, la bendición del bosque

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Muy apreciado por sus virtudes culinarias, medicinales y, sobre todo, mágico-religiosas, el laurel es una especie autóctona con una preferencia especial por las zonas de costa, donde convive desde tiempos remotos con el hombre.

El laurel es una especie autóctona que soportó estoicamente las glaciaciones en los refugios más favorables. En la Península se encuentra principalmente junto a la costa, ya que no soporta las heladas y necesita cierto grado de humedad.

Su dispersión a través de las aves que comen sus frutos es muy eficaz y allá donde se hallan cercanos un laurel macho y uno hembra es muy fácil descubrir plantones por doquier. Sin embargo, su preferencia por la costa le obliga a convivir con el hombre, por lo que es difícil encontrar bosques de laurel silvestres.

Es muy apreciado por sus virtudes culinarias, medicinales y, sobre todo, mágico-religiosas. La antigua expresión griega “llevo bastón de laurel”, que significaba no temer nada, ni venenos ni maleficios, evidencia su prestigio.

Según la leyenda, cuando la ninfa Daphne huía del intento de seducción de Apolo, invocó la ayuda de su padre, Peneo, una divinidad del río que, para liberarla, la transformó en laurel.

Es símbolo del conocimiento, la inspiración y la poesía, de ahí que sus coronas ciñeran por siglos las sienes de bachilleres y poetas laureados de todos los tiempos

Formó parte de muchos rituales, como los que se practicaban para la adivinación en el santuario griego de Delphos, donde se encontraba el famoso oráculo. Este lugar mítico de reunión de dioses y musas se hallaba a la sombra de los bosquecillos de laureles que vivían alrededor de las fuentes. El citado oráculo tuvo una gran influencia en la antigua Grecia y la importancia del laurel en los ritos que allí se practicaban podría hacernos pensar en un verdadero santuario del árbol.

Roma veneraba también al laurel tal y como cuenta el gran Virgilio en la Eneida II: “Había en medio del palacio, bajo la desnuda bóveda del cielo, un grande altar, junto al cual inclinaba sus ramas un antiquísimo laurel, cobijando con su sombra a los dioses penates de la real familia…”. Y Plinio habla del laurel como protector de casas y palacios, además de símbolo del triunfo.

Ya entonces se pensaba que ahuyentaba el rayo, una creencia que se extendió a nuestro país. Aún en 2005, unos ancianos de una aldea asturiana nos contaban que cada vez que truena, queman en la chapa un poco de laurel bendito del Día de Ramos. Andrés de Laguna desmentiría esta virtud, relatando que en la misma Roma del año 1539, “en el palacio del duque de Castro cayó un impetuosísimo rayo y quebrantó un muy hermoso laurel”.

En el País Vasco ha seguido hasta nuestros días la costumbre de plantar un laurel junto a las casas, y cuando sobre un caserío sobrevenían muchas desgracias, se decía: “Esta casa es sin laurel.” La Iglesia combatió estas prácticas y creencias con edictos como el de San Martín de Braga, que en el año 574 escribía: “Observar las Vulcanales y las Calendas, adornar las mesas, poner coronas de laurel (…), ¿qué otra cosa es sino el culto al diablo?”

Sin embargo, terminó asimilando estos rituales y el ramo de laurel es hoy símbolo del Día de Ramos, y con él se bendice las casas durante todo el año para protección de la familia y la hacienda.

También tiene un simbolismo funerario, como otras especies de hoja perenne que se relacionaban con la vida eterna. De hecho, todvía hoy se usa para adornar las tumbas en muchos lugares. Pero, ante todo, el laurel ha sido símbolo del conocimiento, la inspiración y la poesía, de ahí que sus coronas ciñeran por siglos las sienes de bachilleres y poetas laureados de todos los tiempos.

Para tener buenos laureles, lo mejor es sembrarlos de asiento cuando se dispone del espacio suficiente o ponerlos en maceta, en jardines o en terrazas. Germina muy bien y, salvo el riego y encontrar resguardo de la helada, su cultivo no tiene mayores cuidados. Además, son muy útiles por su follaje perenne, pues defiende prados y cultivos durante todo el año.

En la cocina y en la casa

Se recogen las hojas y se ponen a secar a la sombra, teniendo en cuenta que las de más de un año pierden sabor y propiedades. Una hojita de laurel en los guisos y cocidos de la cocina tradicional debe estar siempre presente, no sólo por el sabor, sino por sus propiedades aperitivas, carminativas y digestivas. También se usa para condimentar escabeches, adobos, carnes y pescados y combina muy bien con el tomillo, el eneldo y el perejil.

En la casa se pone un puñado o una bolsita de tela con hojas en el armario para proteger la ropa de la polilla, y, quemadas, se usaron para purificar el aire y dar buen olor. La madera se ha empleado para hacer cajas, torneados y utensilios diversos, y su leña desprende un aroma intenso y agradable.

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