El primer “refugiado climático”
Un informe de la ONU advierte que Kiribati será uno de los primeros en países en desaparecer del mapa por efecto del cambio climático
El Comité de Derechos Humanos de la ONU le da la razón a uno de sus ciudadanos en el contencioso que ha mantenido durante años contra Nueva Zelanda por ser considerado un refugiado por culpa del calentamiento global
Se llama Ioane Teitiota, nació hace 43 años en el remoto país de Kiribati en la Polinesia y ha entrado en la historia con su propio pie y su mirada de fuego como el primer “refugiado climático”. Lo acaba de reconocer el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, que se ha puesto parcialmente de su lado en su pulso legal con el Gobierno de Nueva Zelanda, que le mandó de vuelta a su país de una patada cuando caducó su visado y pese a su irrefutable argumento: “Mi país puede ser inhabitable y desaparecer bajo las aguas en 10 o 15 años”.
El “caso Teitiota” ha dado la vuelta al mundo y se ha convertido en una batalla simbólica en esa tragedia invisible que por fin salta a la vista. En el año 2018 hubo más de 17 millones de desaplazados por el cambio climático. La cifra podría llegar alarmantemente a los 140 millones en el 2050, según proyecciones del Banco Mundial.
“Yo huyo del clima, igual que la gente huye de la guerra”, declaró en su día Teitiota ante las autoridades neozelandesas, en el momento de explicar su pulso personal contra los efectos del cambio climático en Kiribati, azotado por los temporales cada vez más violentos y las mareas cada vez más altas, más la erosión, la salinización del agua y las precarias condiciones económicas de un país condenado a la extinción.
A medio camino entre Hawai y Australia, los 33 atolones coralinos y la isla volcánica que componen Kiribati recuerdan desde el aire al país de Nunca Jamás. El remoto archipiélago de apenas 800 kilómetros cuadrados fue “conquistado” en tiempos por el español Alvaro de Saavedra Cerón (primo de Hernán Cortés) y colonizada después por los británicos, que la rebautizaron como Islas Gilbert hasta su independencia en 1979.
Pese al entorno exótico y las aguas turquesa, Kiribati está en el furgón de cola de los países más pobres del mundo. En su capital, Tarawa Sur, se concentran la mitad de sus 110.000 habitantes en unas condiciones extremas. Un informe de la ONU advierte que Kiribati será uno de los primeros en países en desaparecer del mapa por efecto del cambio climático, convertido en la Altántida del siglo XXI.
Durante años, el kiribatiano más ilustre fue el presidente Anote Tong, del Partido Pilares de la Verdad, que recorrió el mundo buscando una “patria de adopción” para sus paisanos ante el inevitable hundimiento de su país. Antes de su marcha en el 2016 (relevado por Taneti Maamau), Tong llego a plantear incluso en el Parlamento la compra de terrenos en las islas Fiyi para empezar el éxodo.
El protagonismo se lo robó sin embargo en estos últimos años el humilde Ioane Teitiota, nacido en el pequeño atolón de Tabiteuea y con sangre micronesia. Como tantos otros compatriotas, emigró de joven rumbo a la capital, Tarawa del Sur, y se instaló en una pequeña finca compartida con familiares de su esposa, amenazada permanentemente por la marea alta.
Cansado de librar una lucha contra los elementos, Teitiota decidió abandonar el falso paraíso de Kiribati en el 2007 para buscar una vida mejor con su mujer en Nueva Zelanda, donde tuvo tres hijos y trabajó como agricultor en los invernaderos. Tres años después le expiró el visado, y como era demasiado tarde para regularizar su situación, decidió pedir amparo en los tribunales como “refugiado climático”.
Durante varios meses, defendido con una fe proverbial por el abogado y pastor pentecostal Michael Kidd, Teitiota acarició la posibilidad de lograr el estatus aún no reconocido legalmente. Las autoridades neozelandesas rechazon sin embargo su solicitud, alegando que si bien es cierto que Kiribati “puede ser inhabitable en 10 o 15 años”, también lo es que su Gobierno puede reclamar en ese tiempo asistencia de la comunidad internacional para proteger o incluso reubicar a su población.
Teitiota se vio obligado pues a hacer las maletas, de vuelta al terreno familiar asediados por las olas, protegido a duras penas por un muro lleno de agujeros que él mismo construyó y que tiene que reparar cada dos por tres. Pero su lucha legal siguió su camino, arropado por ONG como Oxfam, que rodó un documental sobre vida titulado “El mayor reto de nuestro tiempo”. Al cabo de cinco años, el tenaz kiribatiano ha logrado una victoria moral que le ha hecho recuperar la fe en el futuro…
El Comité de Derechos Humanos de la ONU le ha dado la razón, alegando “el derecho de las personas refugiadas y desplazadas por causas climáticas a no ser retornadas su país de origen”. La sentencia determina que tanto los sucesos repentinos (huracanes o tifones ) como los procesos de evolución lenta (la sequía o el aumento del nivel del mar) pueden poner en riesgo el derecho fundamental a la vida.
El fallo no es vinculante, pero sienta un precedente a escala mundial y supone el reconocimiento tácito del pimer “refugiado climático”. Decenas de casos similares se han ido acumulando en Nueva Zelanda y Australia desde los años noventa, cuando empezaron a agudizarse los efectos del cambio climático en las islas de la Polinesia, que han lanzado de esta manera su inusual S.O.S..
“Como decía Gandhi, hemos agitado el mundo de una manera gentil”, asegura el abogado impenitente de Teitiota, Michael Kidd. “Nuestro caso tiene una gran fuerza moral. Mi cliente es un “refugiado” porque ha sufrido una persecución indirecta por el calentamiento global causado por la acción humana… Las leyes reconocen a los refugiados por motivos de raza, religión y opinión política, pero ha llegado seguramente el momento de cambiar las leyes”.
El taciturno Teitiota, que apenas habla inglés y suele entenderse a través de un intérprete, ha recibido con cautela el fallo de la Comisión de de Derechos Humanos de la ONU, consciente de que no tiene tiene un efecto práctico e inmendiato. “Sigo atrapado entre Kiribati y Nueva Zelanda, y en los dos sitios me siento aceptado y rechazado de la misma manera”, reconoce en declaraciones a la revista Foreign Policy. “Todo el mundo ama su país, pero si me quedo aquí, sé que no hay futuro para mis hijos”.
Pese a haberse convertido en símbolo mundial, Teitiota admite que su lucha le ha traído problemas en su tierra y en su propia familia: “Piensan que estoy menospreciando a nuestro país. Mi cuñada se da la vuelta o me grita cada vez que hablamos del tema. Mi esposa, Angua Erika, recibe el mismo tratamiento de su hermano cada vez que le llama por teléfono”.
El “refugiado climático” seguirá viviendo pues con su familia en la modesta casa compartida con sus cuñados a borde del mar. La casa tiene electricidad, pero carece de agua y de saneamiento. El agua potable la captan de la lluvia en un depósito porque ya no pueden sacarla del pozo: cada vez está más salinizada y expuesta a la contaminación por los restos fecales de los animales (cerdos y perros) que viven en la finca.
La tuberculosis y la lepra campan a sus anchas en las chabolas de la superpoblada Tarawa Sur, que se ha ido llenando con inmigrantes de los pequeños atolones. La erosión, las inundaciones y la subida del nivel del mar han provocado un éxodo paulatino con destino a la capital de Kiribati, que con un desempleo del 30% vive con gran precariedad económica.
“Es increíble que el Gobierno de Nueva Zelanda piense que está bien devolver a la gente a vivir en estas condiciones”, denuncia el abogado de Teitiota, Michael Kidd, que espera que el mundo despierte pronto a la “amenaza exitencial” en que se ha convertido la crisis climática.
Se estima que unos 2,2 millones de habitantes de naciones-isla (sobre todo en la Polinesia, la Micronesia y el Caribe) podrían verse obligados a dejar sus países a finales de siglo. En el 2050, con la tendencia actual, el número de “desplazados” por el cambio climático podría llegar a los 140 millones, según proyecciones del Banco Mundial.
“El cambio climático es el ingrediente impredecible que, añadido a las tensiones sociales, políticas y económicas tiene el potencial de provocar violencia y conflictos de consecuencias desastrosas”, adviete Steve Trent, fundador y director de la Fundación por la Justicia Ambiental en Reino Unido. “Estamos expuestos a migraciones en masa por la falta de alimento, de agua y de las mínimas condiciones vitales y económicas”.
Janes McAdam, autora de “Climate Change, Forced Migration and International Law”, advierte que casos como el de Ioane Teitiota ponen al rojo vivo un problema inminente: “¿Qué vamos a hacer con los habitantes de estados desaparecidos bajo las aguas que quedarán pronto sin país y a la deriva como auténticos náufragos?”