El inventor de las ecomáquinas
John Todd, biólogo y diseñador ecológico, idea y construye tecnología para reaprovechar residuos o para limpiar aguas contaminadas y en la que los "engranajes" son seres vivos.
"El inventor de las ecomáquinas" es uno de los capítulos del libro "Ecohéroes. 100 voces por la salud del planeta", de Carlos Fresneda, que acaba de publicar la editorial RBA.
John Todd lleva toda su vida buscando la fusión de ecología y tecnología. Desde que creó el New Alchemy Institute, allá por 1969, su empeño se ha ido perfeccionando hasta llegar a esas obras de ingeniería natural que él mismo ha bautizado como “ecomáquinas”.
“Una ecomáquina es una tecnología donde los engranajes son seres vivos”, explica el inventor. “Una ecomáquina puede servir para reaprovechar residuos, para generar biocombustibles, para producir alimentos, para limpiar aguas contaminadas… No hay nada comparable a la diversidad de la vida, trabajando por un fin común”.
El encuentro con John Todd se produce bajo el rumor incesante y relajante de una de sus “ecomáquinas” más celebradas: la del Centro Omega para la Vida Sostenible de Rhinebeck, a orillas del río Hudson. El biólogo y alquimista canadiense ha trabajado mano a mano con su paisano, el arquitecto Jason McLennan, para adaptar el interior acristalado de este edificio “vivo” a esa depuradora natural que –sin necesidad de productos químicos- devuelve el agua limpia a los manantiales.
Ecomáquina del Centro Omega para la Vida Sostenible (Rhinebeck, EEUU).
La “ecomáquina” es en realidad una especie de río, en el interior de un invernadero, por donde desliza el agua a lo largo de 200 metros. En ese corto pero intenso trayecto, el preciado líquido perderá todas sus impurezas gracias a la acción conjunta de plantas, algas, peces, hongos, bacterias, microorganismos, minerales y hasta caracoles, unidos por una ambiciosa meta: reciclar hasta 200.000 litros diarios.
“En la naturaleza no hay residuos, sino que todo son nutrientes”, recalca John Todd junto a su “invento”. “Los ecosistemas funcionan como una auténtica sinfonía, con sus propios mecanismos autorreguladores. Ese modelo podemos replicarlo a todos los niveles, desde el funcionamiento de un edificio a la vida en las ciudades, pasando por la actividad económica”.
Sorprende de entrada que en este espacio luminoso pero cerrado, por donde se suponen que están circulando las aguas “grises” y “negras”, no existan prácticamente olores, más allá del que desprenden naturalmente las plantas…
“Frente a las depuradoras convencionales con tratamiento a cielo abierto, que despiden un mal olor que se percibe a la legua, aquí hemos logrado evitar ese problema. ¿Cómo? El agua sin tratar se contiene en tanques bajo la gravilla que ves en el exterior. De ahí pasan a los lagos y a los estanques, y luego es bombeada hasta la ecomáquina del interior. Ahí empieza un viaje en ciclos, como si fuera un cauce. Cuando el agua llega a este extremo, pasa por gravedad hacia el filtro de arena, la última parte del proceso”.
La belleza de la ecomáquina, según John Toddd, está en todo lo que no se ve y pero que en el fondo “respira” como un ser vivo: “La belleza hay que apreciarla bajo el agua, en las raíces, y también en la fotosíntesis, que produce la liberación de sustancias que benefician al agua y al mecanismo en general. Algunas plantas fabrican incluso potentes antibióticos naturales que matan a los posibles focos de infección”.
El agua que sale de este acelerado proceso natural podría volver a usarse. Fiel a sus principios, John Todd optó sin embargo por la solución más obvia: “Lo mejor que podemos hacer con ella es devolverla al bosque, para completar su ciclo natural”.
El pueblo de Harwick, en Massachusetts, fue el primero en aplicar a gran escala el “ecoinvento” de John Todd para tratar las aguas residuales, que alcanzó poco después su máxima dimensión en South Burlington, Vermont. Desde entonces, la ecomáquinas se han propagado por California y Florida, y a lo largo del río Mississippi, demostrando su capacidad sin límites.
John Todd recuerda cómo la fascinación por el agua le llevó a hacer su doctorado sobre el comportamiento y la adaptación de los anfibios al entorno líquido. Junto a su esposa Nancy, en el New Alchemy Institute, fue uno de los pioneros de la acuicultura y de la agricultura hidropónica, con sus diseños de invernaderos geodésicos en los años setenta. Seguidor de Lynn Margulis y de James Lovelock, toda su labor parte del hecho de que el planeta encierra el secreto de su propia regeneración, en códigos que los biólogos tienen el deber de descifrar.
Su línea de trabajo entronca con la biomímesis, sobre todo desde la creación en 1981 de Ocean Arks y más tarde de JTED (John Todd Ecological Design). El descubrimiento de un estanque contaminado con 15 productos altamente tóxicos en Cape Cod le hizo imprimir un volantazo a su vida personal y profesional: “Perdí a varios amigos de cáncer y estoy convencido de que fue por la degradación ambiental. A partir de ese momento decidí consagrarme a tecnologías naturales que limpiaran el agua”.
“Healing Earth” (“Sanando la Tierra”) da título al libro en el que John Todd glosa ahora toda su experiencia, extendida en los últimos años en proyectos por tierra y agua: desde la regeneración de unas minas abandonadas en Suráfrica a la recuperación de las barreras coralinas con soluciones “naturales”, pasando por el papel del agua en el secuestro del CO2.
“Los biólogos tenemos un imperativo moral en el siglo XXI”, advierte Todd. “Tenemos que aprender a decodificar las “cajas negras” de la naturaleza para encontrar las soluciones a los problemas que nosotros mismos hemos creado, del cambio climático a la degradación de los suelos. Y eso va suponer dejar atrás tecnologías de alta ingeniería basadas en los combustibles fósiles. Para sanar el planeta tenemos que aprender a alinearnos con la naturaleza y aprovechar su inmenso poder restaurador”.
John Todd, enamorado de los ríos y de los océanos, rodeado por el rumor incesante de su “ecomáquina”, se despide recordando que la clave del futuro está seguramente en nuestro elemento más preciado: “La vida en la Tierra es el ciclo del agua. Y nada mejor que usar la puerta giratoria entre la ecología y tecnología para conocerla más a fondo y ser capaces de crear al mismo tiempo belleza, economía y funcionalidad”.
¡Un edificio vivo!
"Imagina un edificio con la elegancia y la eficiencia de una flor". Para Jason McLennan, la arquitectura es poesía y funcionalidad, Gaudí y Le Corbusier, narciso y girasol: sus dos flores predilectas, usadas indistintamente como metáfora de sus sueños más palpables...
"No se trata de hacer edificios ornamentales sin más, sino estructuras que cumplan una función y al mismo tiempo susciten la admiración y el asombro, como nos pasa cuando contemplamos un paisaje y tenemos la sensación de que la tierra palpita"
McLennan lanzó hace tiempo el "reto de los edificios vivos", y a sus espaldas tenemos la primera encarnación de la idea del "flower power" llevado a la arquitectura: el Centro Omega para la Vida Sostenible en Rhinebeck, a orillas del Hudson y a dos horas de Nueva York. Se trata en realidad de una planta de tratamiento de aguas residuales, con una "ecomáquina" a modo de gigantesco invernadero en el interior y un espacioso aula donde se tiene la sensación de estar en pleno bosque y al aire libre.
"Este edificio te invita a "respirar" con él según entras", constata McLennan. "No hemos usado productos tóxicos, sino esencialmente madera reciclada, cristal y cemento. Aquí dentro hay vida, hay agua que fluye, hay sonidos naturales... Este tipo de estructuras son las que necesitamos en nuestras ciudades. Si hemos sido capaces de esto con una planta de tratamiento, imagina cómo sería un hogar o unas oficinas".
Tres edificios han logrado hasta ahora la calificación de "vivos", y el primero fue precisamente éste diseñado por el estudio BNIM de Kansas, que llegó a dirigir el propio McLennan. Otros noventa están en la lista de espera, y muchos otros aspiran a cumplir al menos con la mitad de los siete pétalos (requisitos) para superar el "reto"...
La eficiencia, la luz natural, la ventilación, la energía limpia (solar y geotérmica, en este caso), la captación y reaprovechamiento del agua de lluvia, los materiales no tóxicos (locales y/o reciclados) y el emplazamiento (en el claro de un bosque de robles usado antes como aparcamiento) han sido vitales para lograr la distinción del "living building". Aunque McLennan valora por igual otros dos elementos tantas veces marginados por sus colegas: la belleza y la inspiración.
"El término "vivo" está concebido como respuesta al mundo mecanicista que hemos creado", asegura McLennan. "Y también como reacción al tipo de arquitectura totalmente separada de la naturaleza que ha prevalecido durante décadas".
El arquitecto canadiense, afincado en Cascadia (la frondosa región entre Seattle y Vancouver), no aspira a introducir una nueva certificación que rivalize con el LEED, sino a impulsar más bien un "nuevo ideal" o una "filosofía de construcción" más allá de los límites convencionales de la arquitectura "verde".
"Para que un edificio sea calificado como "vivo" tiene que estar construido sobre suelo urbanizado previamente", recalca McLennan. "Partimos del hecho de que ya hay demasiada superficie urbanizada en el planeta; no podemos seguir ganando hectáreas a la naturaleza".
"Un edificio "vivo" debe estar integrado también en la "eco-región" en la que se construye", agrega el arquitecto. "Trazamos a su alrededor un radio de 350 kilómetros para la adquisición de materiales básicos locales. Exigimos también la autosuficiencia energética, la captación y autoconsumo de agua de lluvia y el tratamiento de las aguas residuales".
Nos quedamos de momento en la "epidermis" acristalada del edificio vivo, que parece iluminarse con la puesta de sol. En el interior se puede respirar con la "ecomáquina" diseñada por John Todd, creador de un complejo ecosistema que incluye plantas tropicales, algas, bacterias, caracoles y hongos, capaz de reciclar los 20 millones de litros de aguas grises y negras generadas año por el Omega Center.
"El agua sale tan limpia del edificio "vivo" que podríamos beberla perfectamente", asegura Jeffrey Reel, coordinador de sostenibilidad del famoso centro de educación holística que ha puesto Rhinebeck en el mapa. "Pero preferimos completar el círculo y devolverla a los acuíferos de donde provienen"...
"EcoHéroes. 100 voces por la salud del planeta"El inventor de las ecomáquinas es uno de los capítulos del libro "Ecohéroes. 100 voces por la salud del planeta", que acaba de publicar la editorial RBA. En esta obra, el periodista Carlos Fresneda, cofundador de El Correo Del Sol y corresponsal de El Mundo en Reino Unido, se asoma a través de cien "ecohéroes" (activistas, emprendedores, economistas, urbanistas y científicos) "al futuro inminente que está a la vuelta de la esquina y que por fin se hará visible en esta década crítica". "De la primatóloga Jane Goodall a la activista Greta Thungberg. Del padre de la teoría Gaia, James Lovelock, al precursor de la ciencia del cambio climático, James Hansen. De la oceanógrafa Sylvia Earle al mayor biólogo vivo, Edward O. Wilson, pasando por la ecofeminista Vandana Shiva, el geógrafo Jared Diamond, fundador de Slow Food, Carlo Petrini o la “madre” de biomímesis Janine Benyus… Las voces más reconocibles de la ecología se dan la mano con otros nombres no tan conocidos pero con historias apasionantes como el micólogo Paul Stamets (“Todos los hongos son mágicos”), el ecologista acústico Gordon Hempton (“El portavoz del silencio”) o el botánico gijonés Carlos Magdalena (“El mesías de las plantas”). Y así llegamos a nuestros ecohéroes autóctonos como el chef José Andrés, el divulgador de la agricultura ecológica Mariano Bueno, el adalid de la “autosuficiencia conectada” Domingo Jiménez Beltrán, el arquitecto Iñaki Alonso, la pedagoga “verde” Heike Freire, la diseñadora Sybilla, el activista mallorquín Guillem Ferrer y Odile Rodríguez de la Fuente, recordando la sabiduría de Félix. Todos ellos se dan la mano a lo largo de este libro-río que aspira a seguir creciendo con historias inspiradoras para estos tiempos inciertos. Más información en este enlace: www.ecoheroes.info |