El antropoceno: la huella geológica del hombre
La actividad humana tiene ya un impacto que está quedando grabado en los estratos.
Geológos como Jan Zalasiewicz y Alejandro Cearreta, del Grupo de Trabajo del Antropoceno, buscan en todo el mundo la evidencia científica.
Los fósiles y los sedimentos se acumulan hasta el infinito en la mesa de trabajo de Jan Zalasiewicz. Puestos a elegir uno, el intrépido geólogo de la Universidad de Leicester se inclina por una pizarra del período Silúrico inferior, formada hace 430 millones de años en lo que entonces era un fondo marino en Gales… “Algo parecido es lo que nos proponemos encontrar ahora, algo que sirva como prueba definitiva y geológica del impacto del hombre en el planeta”.
“Las rocas no mienten”, recuerda Zalasiewicz, al frente del Grupo de Trabajo del Antropoceno, que aspira a rebautizar la época en la que vivimos con ese nombre “incómodo”… “Hemos dejado de ser meros habitantes de la Tierra para convertirnos en actores geológicos. La actividad humana tiene ya un impacto que está quedando grabado en los estratos, y eso es lo que pretendemos demostrar. No se nos escapa las implicaciones políticas del tema, pero lo que a nosotros nos ocupa es la ciencia”.
Los dinosaurios nos dejaron huella. El Homo Sapiens está dejando rastros que van de un móvil a un microchip, de un bolígrafo a un cepillo de dientes
La noción del Antropoceno, acuñada en los años setenta por el biólogo Eugene Stoemer y por el premio Nobel de Química Paul Crutzen, ha ido ganando enteros entre la comunidad científica en la última década. El salto cualitativo se produjo en el último Congreso Internacional de Geología de Suráfrica, donde el grupo encabezado por Jan Zalasiewicz (y al que pertenece el geólogo de la Universidad del País Vasco Alejandro Cearreta) presentó su conclusión unánime a favor rebautizar la época en la que ya estamos, tomando el relevo del Holoceno que arrancó hace unos 11.700 años.
El punto de inflexión del Antropoceno sería 1945 (el año de la primera explosión de la primera bomba nuclear Trinity en Alamogord, EEUU) o en todo caso 1952 (cuando se inicia el registro sedimentario de los isótopos radiactivos). La segunda mitad del siglo XX coincide también con la Gran Aceleración, cuando el “boom” de la población, el crecimiento económico y los avances tecnológicos empezaron a provocar un cambio ambiental de una intensidad y a una escala sin precedentes en la historia de la Tierra.
“Cualquiera que haya nacido en mi época reconocerá que los cambios han sido vertiginosos”, apunta Jan Zalasiewicz, nacido en 1954. “Me resulta curioso mirar hacia atrás y pensar que yo mismo he nacido en el arranque del Antropoceno. Hasta ahora hemos sido conscientes de los avances que hemos tenido en los últimos 70 años, pero no nos hemos detenido a calibrar suficientemente los efectos”.
Establecida la franja temporal del Antropoceno, la metodología científica exige ahora la evidencia. En un plazo de dos o tres años, los geólogos se han propuesto encontrar el así llamado Estratotipo Gobal del Límite (GSSP, por sus siglas en inglés), también conocido en lenguaje llamo cono del “clavo dorado” (“Golden Spike”). El inicio del Holoceno quedó establecido en la “frontera” entre dos capas de hielo encontradas en las profundidades de Groenlandia y preservadas en Dinamarca. El “clavo dorado” del Antropoceno puede ser algo más escurridizo…
Radioisótopos. Dado que el pistoletazo de partida serían las explosiones nucleares, los geólogos consideran que la prioridad debe ser la busca de “registros sedimentarios de radiosótopos de origen artificial”. Entre ellos destaca el Plutonio-239, el radionucleido artificial más detectable del planeta. Alejandro Cearreta estima que la busca debería centrarse “en los 30-60 grados al norte del ecuador, donde la señal radiactiva es máxima, y posiblemente en medios sedimentarios marinos o lacustres”.
Alejandro Cearreta, profesor de Micropaleontología en la Universidad del País Vasco. |
Sedimentos marinos. Los fondos marinos en las aguas costeras, pobres en oxígeno y ricos en materia orgánica, despuntan en lo alto de la lista. Jan Zalasiewicz reconoce que uno de los lugares predilectos de los geólogos ha sido siempre la bahía de Santa Bárbara, en California, rica en sedimentos laminados. Otra firme candidata es la Fosa de Cariaco, en el Caribe venezolano, la mayor cuenca anóxica del mundo. Los fondos de los lagos, en diversos puntos del planeta, podrían encerrar también la “llave” del Antropoceno.
Plásticos. Si un producto define la ubicuidad de la especie humana es el plástico, de ahí su alto valor como “marcador estratigráfico”. De los dos millones de toneladas fabricadas en 1950 hemos pasado a más de 300 millones de toneladas actualmente. El plástico lo invade todo y ha dado lugar a la formación de “tecnofósiles”. “Los dinosaurios nos dejaron huellas”, recalca Jan Zalasiewicz. “El Homo Sapiens está dejando ahora rastros que van de un móvil a un microchip, de un bolígrafo a un cepillo de dientes. Todos esos objetos están siendo atrapados por los sedimentos como prueba de nuestro paso por la Tierra”.
Fragmento de plástico en la playa de Gorrondatxe-Azkorri (Bizkaia). Foto: H. Astibia. |
Cenizas volantes. Las emisiones de las centrales térmicas de carbón, en forma de cenizas volantes, es otra de las “trazas” humanas que buscarán los geólogos, como señal de la era de los combustibles fósiles. El uso masivo de fertilizantes de la agricultura industrial también ha alterado notablemente la cantidad de nitróge
Especies invasivas. De todas la especies invasivas introducidas por los humanos hay una que destaca por su ubicuidad: el pollo “industrial”. “Se trata de un ave más grande que la que existía antes de la Segunda Guerra Mundial y está totalmente asociada a la expansión de las ciudades”, asegura Zalasiewicz, que advierte como los huesos de pollo “se han fosilizado en miles de terrenos en todo el mundo”.
Cuevas y Corales. Los espeleotemas (estalagmitas y las estalactitas) en cuevas como la de Ernesto, en el norte de Italia, guardan también un registro anual especialmente valioso. Los porites, el coral más común en todos los hábitats, podrían ser también testigos del impacto humano, al igual que las capas de hielo polar en Groenlandia o en la Antártida.
Los geólogos se encuentran en pleno proceso de identificación de las “candidaturas” al “clavo dorado” (incluida la playa vizcaína de Tunelboca) y eso podría llevar como mínimo dos o tres años. La propuesta debería superar después la prueba de fuego la Comisión Internacional de Estratigrafía, y ser ratificada finalmente por la Unión Internacional de Ciencias Geológicas. En ese momento, el Antropoceno se convertiría en una nueva “época”, dentro de la era Cenozoica y del Período Cuaternario.
El “tesoro” de Tunelboca
Las playas de Tunelboca y Gorrondatxe, en Getxo, despuntan como una de las candidatas para la busca del “clavo dorado” del Antropoceno. “Se trata de un depósito natural de playa formado por un millón de toneladas de escorias de la fundición de hierro producidas por Altos Horno de Vizcaya”, explica Alejandro Cearreta. Durante casi un siglo, el mar ha moldeado este “tesoro” industrial que es una prueba irrebatible del impacto del hombre.
“Estamos ante un depósito antropoceno excepcional por el gran espesor del registro geológico cementado y por la presencia abundante de tecnofósiles (ladrillos, plástico, vidrio)”, asegura el geólogo español. La propuesta de este emplazamiento fue debatida “muy positivamente” en la última reunión del Grupo de Trabajo del Antropoceno. Cearreta reconoce sin embargo dos osbtáculos para su consideración final… “Por su ubicación costera, la playa está siendo erosionada por el ascenso del nivel marino actual. También juega en su contra el grano grueso de las gravas y arenas, que impiden la presencia de radioisótopos artificiales y por la tanto la posibilidad de una datación detallada de sus estratos”.