Abu Talib, el 'rey' del pollo en Nueva York
Cuida un oasis urbano en pleno Bronx neoyorquino: una granja que surte de huevos y verdura frescos a los vecino
Noticias frescas: vuelve el pollo a la ciudad. Los patios traseros y los jardines comunitarios se pueblan de gallinas que fertilizan la tierra, mantienen a raya a los insectos, picotean la basura orgánica, sirven de inmejorables mascotas y nos regalan huevos para dar y tomar toda la semana.
Abu Talib descubrió las virtudes de las aves ponedoras mucho antes de que estallara la fiebre. Diecisiete años lleva este granjero cuidando de ese peculiar oasis urbano, Taqwa Community Farm, a la sombra del estadio de los Yanquees. Estamos en el corazón del Bronx neoyorquino, entre sus tristes bloques de ladrillo descolorido, pero todo nos remite de pronto al campo...
Quien controla tu cesta de la cocina controla tu destino”, advierte Abu. “Nada hay mejor para el bolsillo y para la salud que cultivar tus propios alimentos"
“Esto fue como volver a mis orígenes, en 1934, cuando nací en Carolina del Sur. Entonces había aún muchas granjas en las ciudades. A todos nos despertaba el canto del gallo y los pollos correteaban por las calles, antes de que todo lo aplastaran los coches. Yo también di el salto a la jungla de asfalto y he trabajado en todos los oficios imaginables en la ciudad de Nueva York, incluido el de taxista. Pero, por fin, he encontrado un propósito. Ésta no es mi pasión, es mi misión en la vida.”
“Imagina que no existe el hambre”... Lo lleva escrito Abu Talib en su camiseta negra, con la estampa de John Lennon. Y ésa es la misión a la que se entrega con devoción religiosa: traer verdura y fruta fresca (que tampoco falten los huevos) a estas barriadas pobres invadidas por el fast food.
“Los chavales son los que más sufren esas carencias”, recalca Abu. “Por eso trabajo especialmente con ellos. Vienen y me ayudan a mantener el jardín. Aprenden a cultivar y, los fines de semana, vendemos el sobrante en el mercado de jóvenes granjeros. Hasta 500 personas comen de lo sacamos de aquí. Imagina una huerta como ésta a la vuelta de cada esquina.”
Suda lo suyo Abu Talib bajo el sol veraniego de Nueva York. Pero no hay tiempo que perder: la cosecha está que hierve, incluidas las lechugas criadas por acuaponía y con la ayuda de un motor impulsado por placas fotovoltaicas para mantener el flujo constante. Las coles, las berenjenas, los tomates y los pimientos jalapeños dan la colorista bienvenida al visitante. Pero la auténtica especialidad de la casa son las fresas, los arándanos, las uvas y los árboles frutales: cerezos, manzanos, melocotoneros...
En el ángulo más remoto de la huerta, están las colmenas: “Dejemos tranquilas a las abejas, que no hacen daño a nadie; ellas se limitan a hacer miel y a proteger a la reina”. Y, finalmente, el cacareo incesante de sus queridas gallinas, que en opinión de su cuidador tienen un solo defecto: “Cagan mucho y en cuanto te descuidas...”. El gallinero anda hoy alborotado. Abu Talib entra sigilosamente y se lleva cuatro huevos de rigor. Vuelve luego, con la intención de coger en brazos a una gallina, pero todas huyen, espantadas por la presencia invasiva de la cámara. Presenciamos hasta a un amago de pelea entre ellas. Abu no tolera la falta de disciplina.
“En cuanto alguna se pasa de la raya, me la llevo allá fuera, a la jaula de castigo, que puedo desplazar fácilmente de un lado a otro de la huerta. Las dejo ahí solas y, en pocas horas, me abonan un pequeño lote. Las gallinas malas se redimen así de la mejor forma posible: fertilizando la tierra de un modo totalmente natural”.
Abu Talib composta la basura orgánica y rara vez le da las mondas a las gallinas, prefiere alimentarlas con grano. Pero reconoce la capacidad de las aves para reciclar las sobras, y su habilidad para atraer y educar a su manera a los niños. Aunque nada se puede comparar, en su opinión, al placer de cocinar y degustar los huevos del día.
“Quien controla tu cesta de la cocina controla tu destino”, advierte Abu. “Nada hay mejor para el bolsillo y para la salud que cultivar tus propios alimentos. Mucha gente se está dando cuenta y por eso las ciudades están cambiando desde dentro”.
Talib es miembro ilustre de Just Food, puntal de la agricultura urbana en Nueva York e impulsor del llamado City Chicken Project. Más de 30 jardines comunitarios e incontables patios traseros –sobre todo, en Brooklyn– se han apuntado a la renovada pasión por las gallinas. La tendencia arrancó en los años noventa en Portland –la ciudad con más pollos per cápita– y se ha extendido ya a decenas de ciudades norteamericanas.
En Madison, Wisconsin, se creó incluso un grupo semiclandestino –The Chicken Urderground– que logró que la ciudad derogara la prohibición de criar gallinas en el casco urbano. La web MadChickens.com ha impulsado notablemente la fiebre local, con más de un centenar de propietarios de gallinas registrados.
En San Francisco, Rob Ludlow ha fundado BackyardChickens.com y ha reconocido públicamente su adicción: “Las gallinas son unas mascotas incomparables y, sin duda, las más agradecidas. ¿Qué otros animales pueden darnos de comer en nuestra propia casa?”.
Urbanchickens.org, con base en Albuquerque, presume de haber contribuido a la ordenanza más permisiva del país, que permite hasta 15 gallinas por unidad familiar y un gallo (exentos de las ordenanzas de ruido).
Pregunta de libro: “¿Cuándo veremos a las gallinas abonando el huerto de la Casa Blanca?”. Abu Talib confía en el instinto proverbial de Michelle Obama, que se ha apuntado a la tribu localívora y no tardará en sucumbir a la tentación del pollo urbano. Varios granjeros, capitaneados por la Yellow House Farm de New Hampshire, han puesto entre tanto en marcha un grupo en Facebook para ofrecer todos sus servicios en nombre de una causa: huevos frescos del día en la mesa presidencial.