El engaño de las partes
Existe en la actualidad un pensamiento mayoritario instaurado en la sociedad que promueve una visión analítica y parcializada de las cosas, que profundiza mucho en las partes y se olvida del todo, y que por este mismo motivo actúa como si nosotros y nuestro entorno fuéramos entidades separadas y diferentes, ocultándonos la realidad y engañándonos a nosotros mismos.
Este pensamiento aplicado a la ciencia es el que permite hoy en día decir que dos vasos de vino diarios son buenos para el corazón, aunque para el hígado y para el sistema nervioso sean un problema; que el azúcar refinado nos da energía y lo necesitan los niños para crecer, a pesar de que sea un agente inmunosupresor y un desmineralizante y ladrón de vitaminas conocido; que los helados que llevan leche son ricos en calcio y por lo tanto buenos para la osteoporosis, sin valorar el aporte de aditivos, colorantes y demás sustancias no reconocibles por el organismo que incorporan, y que sobrecargan los filtros orgánicos (hígado, riñones) y sus mecanismos defensivos (sistema inmunitario)...
Es el mismo pensamiento que considera un éxito un medicamento que alivia el dolor articular, aunque lesione el estómago; que busca y utiliza los principios activos de las plantas sin tener en cuenta la acción reguladora y sinérgica del conjunto; que dice que un órgano está enfermo sin reconocer que la enfermedad afecta a todo el individuo y se expresa a través de dicho órgano; que proclama que en el tercer mundo las personas se mueren de enfermedades infecciosas, cuando estas no son más que la expresión de un sistema inmunitario debilitado por el hambre...
La importancia del conjunto
Este pensamiento hace que fraccionemos nuestra vida, separando las necesidades del cuerpo de las de la mente y el espíritu (convertimos el trabajo y el dinero que nos reporta en un fin más que en un medio); que fragmentemos la naturaleza para obtener energía y armas nucleares y liberemos al medio en que vivimos sustancias radiactivas como si de elementos sin importancia se tratara; que intervengamos en grandes ecosistemas, por ejemplo, destruyendo los bosques que nos aportan el oxígeno que respiramos, como si de algo ajeno a nosotros se tratara...
Siguiendo este pensamiento esperamos que la ciencia analítica nos diga qué hemos de comer, como si el alimento más adecuado para nosotros no estuviera sobre la tierra desde que la pisamos, integrado, completo, y esencialmente crudo, como nos lo ofrece la naturaleza. La fruta que nos dan los árboles ahora es buena porque lleva vitaminas, bioflavonoides, antioxidantes. ¿Y antes de saber de la existencia de estos nutrientes no era buena? Y cuando conozcamos todos lo elementos nuevos que sin duda contiene y que todavía están por descubrir, ¿será mejor?.
Si nos empeñamos en conocer a fondo las partes, sin tener en cuenta el conjunto, tal como dice la irónica definición de especialista, llegaremos a saber mucho de nada.
Cambio de paradigma
Necesitamos recuperar ese pensamiento hoy minoritario, procedente de las antiguas culturas orientales, preincaicas o mediterráneas, que no pierden la visión sistémica de la realidad, relacionando siempre la parte con el todo; que respeta nuestro entorno porque entiende que somos una prolongación de lo que nos rodea; que nos ayuda a reconocernos como individuos que formamos parte de una sociedad dependiente del planeta donde vivimos, planeta que nos da el sustento y que viaja por un espacio que no es más que energía en estado puro, la misma que vibra y habita en lo más íntimo de nuestras propias células.
Conocer los ciclos vitales que nos dan la vida y nos la mantienen, no para diseccionarlos y mejorarlos como pretende la ciencia moderna, sino para entenderlos en su conjunto e incorporarnos a ellos, es el camino más corto para no engañarnos y encontrar respuestas válidas para nuestra supervivencia como especie, y nuestra plenitud como personas.
Añadir nuevo comentario