Cuando los efectos secundarios superan los beneficios
Una sociedad como la nuestra que no puede parar, que no tiene tiempo que perder, ha priorizado una medicina de resultados rápidos para mantenernos activos el máximo tiempo posible; una medicina casi milagrosa que hace desaparecer los síntomas de forma inmediata. En el camino se han sacrificado conceptos hipocráticos como primero no perjudicar, entender y reconducir los síntomas (respuesta del organismo para superar una agresión previa) hacia su finalidad, y la visión global de la persona, que no comprende lo de mejorar un órgano perjudicando otro, etc.
Ya no importa la salud ni la calidad de vida. Prima el rendimiento. No podemos permitirnos las pausas y los “tempos” para que el paciente se autorregule con medidas menos agresivas y de efectos más duraderos. Hemos de intervenir introduciendo sistemáticamente sustancias extrañas que no respetan los mecanismos de homeostasis o equilibro de nuestro organismo, sin esperar a hacer los cambios en nuestros hábitos de vida o recibir la ayuda que corrija la situación de enfermedad.
No es de extrañar, pues, que hoy en día la yatrogenia, las enfermedades producidas por la propia medicina, ocupen un lugar privilegiado entre las causas de enfermedad y mortalidad. Junto a tratamientos adecuados y proporcionados a las patologías que se presentan, nos encontramos diariamente con situaciones en que el tratamiento genera más problemas en el paciente que los que intenta solucionar.
Algunos ejemplos
En ese afán de suprimir síntomas, nos encontramos con la transformación a largo plazo de procesos agudos, que tienen un marcado carácter curativo, en procesos crónicos de más difícil solución. El ejemplo más frecuente es el tratamiento sistemático de la fiebre con antitérmicos, cuando en realidad la fiebre es un mecanismo de defensa que aumenta la temperatura para impedir el desarrollo de las bacterias o virus generadoras de la infección, que favorece la combustión de las toxinas acumuladas en el paciente y las extrañas procedentes del exterior, que incrementa la producción de linfocitos T e interferón, células y sustancias que combaten la infección y estimulan la inmunidad, etc.
Una fiebre constantemente suprimida no produce la limpieza y depuración que la acompañan y disminuye a la larga la capacidad de respuesta del organismo, dejando a su paso un terreno más favorable a procesos infecciosos de repetición.
Esto mismo ocurre con el uso frecuente y abusivo de los antibióticos para tratar cualquier infección: destrucción de células sanas junto al microorganismo que se pretende atacar y deterioro del terreno que facilita posteriores colonizaciones de bacterias o virus.
En la mayoría de los casos la fiebre y la infección desaparecen si hacemos reposo, una limpieza intestinal, seguimos una dieta liquida mientras la temperatura permanece elevada y aplicamos alguna medida hidroterápica para que no aumente la temperatura excesivamente.
El origen de muchos procesos asmáticos está en el tratamiento inadecuado de las inflamaciones de las amígdalas palatinas en la infancia, que al ser suprimidas en su función de mecanismo de defensa con antiinflamatorios, sin atender a sus causas, permiten el crecimiento y traslación de la congestión linfática amigdalar a los ganglios linfáticos de vías respiratorias altas (rinitis alérgica) y posteriormente a los de vías respiratorias bajas (bronquitis asmática y asma).
El uso de corticoides en procesos alérgicos e inflamatorios crónicos de piel (dermatitis), pulmonares (asma), articulares (artritis), intestinales (crohn)… es una de las causas de mayores efectos secundarios, tanto a nivel de huesos (osteoporosis), de hígado (sobrecarga hepática con transaminasas elevadas), como del sistema inmunitario (los corticoides basan su efectividad en la disminución de la respuesta inmunitaria y por ello disminuyen la respuesta alérgica – inflamatoria).
En estas patologías es más recomendable la corrección de hábitos y la supresión de factores de riesgo, sobre todo al inicio de la aparición de los primeros síntomas que nos avisan, y el empleo de preparados fitoterapéuticos y fitonutrientes que controlan y reconducen la inflamación con menor agresividad y sin disminuir la inmunidad cuyo déficit es la puerta de entrada de futuras enfermedades.
Las esofagitis y las gastritis tratadas con antiácidos o protectores estomacales favorecen la cronificación de un problema que puede corregirse fácilmente con un cambio de hábitos que disminuya la necesidad de una importante secreción ácida estomacal.
Solucionar la presencia del Helicobacter pilori en el estómago con antibióticos por considerarlo causa de la úlcera gastroduodenal es otro profundo error, ya que éste está presente en el 95% de los ulcerosos, pero el 90% de los portadores de esta bacteria no padecen ulcus gastroduodenal. El H. Pilori es la consecuencia del exceso de acidez medioambiental y no su causa, por lo que el tratamiento antibiótico genera unos riesgos innecesarios que evitaría la dieta adecuada y en lo posible el control emocional. No en vano en muchos pacientes tratados con esta medicación y que no modifican su alimentación aparece de nuevo la bacteria al cabo de un tiempo.
El tratamiento sintomático de cefaleas o migrañas exclusivamente con antiálgicos, como es habitual, suprime los síntomas pero las hacen recidivantes y de solución cada vez más difícil.
Lo mismo ocurre con la supresión continuada de las erupciones en la piel con pomadas cutáneas que convierten una forma de eliminación del organismo en una patología más profunda que puede afectar a los órganos internos de depuración como el hígado y los riñones.
Quizás uno de los ejemplos de tratamiento más agresivo e innecesario lo encontramos en la menopausia, una etapa de la vida de la mujer que con la medicalización la convertimos en un proceso patológico. El tratamiento hormonal sustitutorio (THS) aplicado durante un tiempo prolongado, a partir de cinco años aproximadamente, ya de forma reconocida por los órganos oficiales de control de los medicamentos, se relaciona con graves alteraciones de la salud como un incremento importante del cáncer de mama, de los tumores uterinos y de las alteraciones hepáticas y tromboembólicas.
En el campo de la prevención, aunque cueste creerlo, para evitar posibles cánceres de mama, útero u ovarios, algunos especialistas están aconsejando y aplicando a las mujeres con factores de riesgo la extirpación de estos órganos sanos para asegurarse que esas patologías no se van a producir. Hay quien puede considerar que ésta es una medida que tranquiliza definitivamente a la paciente y a su médico, pero olvida que lo que enferma no es un órgano sino la persona en su conjunto, y si los factores de riesgo siguen existiendo el problema seguirá presente y se expresara a través de otros tejidos.
Esta reflexión también es válida para pacientes a los que se le extirpa un órgano afectado de cáncer y se les envía a casa sin ningún apoyo emocional y sin medidas correctivas de hábitos de riesgo.
Probablemente el efecto secundario más importante, y que más se repite, es tratar tumores o enfermedades en lugar de enfermos. En casos extremos puede llegarse a considerar un éxito una intervención aunque el paciente fallezca por otro motivo o acabe anímicamente destrozado, eso si, sin el tumor o los síntomas físicos que le afectaban.
Estos son algunos ejemplos de cómo una medicina que persigue resultados inmediatos y que tiene un comportamiento autista, que no quiere considerar los recursos de otros criterios médicos, acaba generando o manteniendo en muchos casos unos problemas de salud que podría evitar o reducir con una colaboración más estrecha con conocimientos que tienen una visión más integral de la persona y más respetuosa con sus mecanismos de autorregulación u homeostasis, su vis natura medicatrix o su médico interno, según le queramos llamar.
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