Alimentos de proximidad, un extra de salud
Mariano Bueno, divulgador de la agricultura ecológica, repasa en su nuevo libro, Alimentación natural y salud, las claves para una buena salud. Aquí recoge la importancia de comer alimentos locales.
Priorizar el consumo de alimentos locales –de temporada y ecológicos– y volver a optar por dietas saludables y revitalizantes (mediterránea o vegetariana) son las opciones más conscientes y responsables si lo que deseamos es mejorar nuestra salud, la nuestra familia y la del entorno.
De hecho, cuanto más cerca del consumidor final se produzca un alimento determinado, más ecológico resulta. Además, hay que tener en cuenta que diversas investigaciones científicas están demostrándonos que el consumo de alimentos locales puede prevenir trastornos de salud tales como alergias o asma.
No deja de sorprender que se esté constatando que las plantas cultivadas al aire libre y cerca de donde habitamos contienen una serie de moléculas antioxidantes y polifenoles con características distintas a las que sintetizan plantas similares que crecen en otros lugares en ambientes diferentes.
Sustancias específicas que protegen a las plantas también nos estarían protegiendo a quienes las consumimos localmente
Es más, al parecer, estas sustancias específicas que protegen a las plantas de cada lugar de los agresores ambientales y de los factores de riesgo locales que las rodean, también nos estarían protegiendo a quienes las consumimos localmente. Puede sonar extraña esa hipótesis, pero ha sido confirmada en algunos estudios.
Alimentos de proximidad y salud
Diversas investigaciones arrojan datos muy reveladores que corroboran esta hipótesis. A saber: a fin de adaptarse a las circunstancias que les rodean, las plantas –aparte de acumular o sintetizar nutrientes básicos como los hidratos de carbono, las proteínas, los líquidos o las sales minerales– también elaboran una gran varidedad de moléculas específicas en forma de bioflavonoides, polifenoles y otras complejas sustancias químicas que les ayudan a adaptarse a las condiciones climáticas del entorno en el que crecen y les permiten protegerse de los factores de riesgo y de los elementos agresores que inciden sobre ellas, ya sean frío, calor, parásitos, contaminantes ambientales, sustancias químicas, elementos biológicos, bacterias, virus, radiaciones, estrés hídrico, etc.
Lógicamente, dichas sustancias fitoprotectoras serán específicas y diferentes, no solo entre las distintas plantas –silvestres o cultivadas– sino que, entre plantas de la misma especie o variedad, su concentración o composición también variará en función del lugar de cultivo, de las circunstancias y del ambiente en el que se desarrollen.
Y quizá no menos interesante es el comprobar que en las plantas de variedades locales, que llevan décadas (o hasta siglos) adaptándose epigenéticamente a las condiciones específicas del lugar donde se desarrollan, contienen una mayor variedad de sustancias especialmente interesantes para nuestra salud.
Las «biografías» (en forma de complejas moléculas quimicosintéticas) que nos transmiten son mucho más ricas y cargadas de «experiencia vital» que la que puedan aportarnos las variedades híbridas comerciales (o cualquier otra planta cultivada en grandes extensiones de monocultivo industrializado, forzadas a crecer rápido y regadas con profusión de agroquímicos).
Sus complejas moléculas quimicosintéticas son mucho más ricas que las que nos aportan las variedades híbridas comerciales
Además, cuando consumimos alimentos cultivados en nuestro entorno inmediato, aparte de absorber una microbiota ambiental similar a la que respiramos y con la que tenemos contacto cotidiano (y que, por lo tanto, es reconocible por nuestra microbiota corporal e intestinal), también absorbemos las sustancias que las plantas han elaborado para protegerse de las mismas agresiones que les afectaban al crecer en un entorno similar al nuestro; por consiguiente, al consumir dicha sustancias, también nosotros nos protegemos de los mismos factores de riesgo que afectaron a las plantas que terminaron formando parte de nuestra dieta.
Mejor microbiota intestinal
Consecuentemente, cuando consumimos plantas que se han desarrollado a cientos o miles de kilómetros de nuestra casa y en ambientes climáticos y microbianos (o bacteriológicos) muy diferentes, su microbiota y las sustancias protectoras especificas que contienen —aunque sean de cultivo ecológico— quizá no aporten información relevante para nuestro sistema inmunológico digestivo (el 80% del sistema inmunitario se activa los intestinos), puesto que habrán sintetizado "información" de sustancias protectoras específicas para hacer frente a los agresores a los que se vieron expuestas en aquellos lugares lejanos donde crecieron.
Según todo esto, en los alimentos locales y de proximidad habría un plus que va mucho más allá del contenido nutricional, hasta el punto de que, independientemente de lo que nos cuesten, estaríamos obteniendo grandes beneficios con su consumo. Alimentarse con ellos es una excelente práctica profiláctica para potenciar y reforzar el sistema inmunitario, incluso si el balcón de nuestra vivienda o el huerto de nuestra casa o terreno donde cultivamos plantas medicinales, aromáticas u hortícolas están en medio de una ciudad contaminada.
Pese a que a priori puede darnos algo de reparo el prepararnos una infusión con las hojas de la menta que ha crecido «respirando» el humo los tubos de escape de los miles de coches que recorre cada día la ciudad, o bien que dudemos si añadir a la ensalada las hojas de una lechuga cultivada en un huerto urbano (y que encima nos la comamos sin lavarla a fondo ni «desinfectarla»), estos miedos y dudas quizá se desvanezcan y pierdan su sentido si pensamos que ese mismo polvo e infinidad de sustancias contaminantes similares a las que se hayan podido depositar sobre las hojas de dichas plantas son las que estamos inhalando nosotros todo el día.
Al contrario, no deja de ser un alivio descubrir que los fitoquímicos que sintetizan las plantas que crecen cerca de donde vivimos (para protegerse de los elementos y las sustancias potencialmente tóxicas que respiran o con las que tienen contacto) también nos protegen a quienes consumimos dichas plantas. Y esto nos anima aún más si cabe a cultivar nuestros propios alimentos y a consumir preferentemente alimentos locales y de proximidad (a poder ser, de nuestro huerto y de cultivo ecológico).
Este artículo es un extracto del libro Alimentación Natural y Salud (Integral-RBA Libros), donde Mariano Bueno quiere dar respuesta a las preguntas que habitualmente nos hacemos sobre alimentación: ¿Hay alimentos buenos y malos? ¿Cómo incide la alimentación en la salud? ¿Cuál es la dieta más beneficiosa para nuestra salud? ¿Debemos restringir el consumo de algún alimento? ¿Merece la pena comprar alimentos de proximidad o ecológicos? ¿Qué distingue a los alimentos ecológicos de los convencionales? ¿Qué papel tiene la microbiota en nuestra alimentación? Frente a la creencia de que tenemos un “destino” escrito en nuestros genes, Mariano Bueno nos muestra que las investigaciones científicas más punteras indican que el modo de vida es mucho más importante que la genética cuando hablamos de salud, y que una alimentación saludable (con predominio de alimentos vegetales frescos e integrales), junto al ejercicio regular y un buen descanso son la mejor prevención frente a las enfermedades cardiovasculares, la diabetes y el cáncer.
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