Iniciación a la cerámica
La cerámica nos ayuda a expresar las emociones, a dar rienda suelta a nuestra creatividad y a explorar nuestras habilidades.
La alfarería es una de las habilidades que distinguen al ser humano. Crear algo capaz de contener líquido ha sido considerado incluso un fenómeno trascendente que colocaba a los alfareros a la altura de los magos. Muchas personas han soñado en convertirse en ceramistas gracias a las imprescindibles experiencias infantiles con la arcilla, pero la industria ha dejado que pocos cumplan este sueño. Sin embargo, es un arte en el que siempre es posible iniciarse por cuenta propia. A continuación ofrecemos opciones al alcance de todos.
Decorar piezas hechas
Se puede empezar pintando piezas blancas de cerámica con fines decorativos. Primero hay que darles una capa de selladora y luego se colorean con pintura acrílica al agua. Las piezas no pueden emplearse para contener o servir alimentos, porque podrían desprenderse restos de pintura. Pueden ser de superficie lisa, sobre la que se puede pintar un diseño personal, u ofrecer algunas formas en relieve.
En lugar de pintura acrílica, se pueden utilizar esmaltes que necesitan horneado. Esta técnica representa un salto en la calidad de la pieza, pero se necesita para ello alquilar o compartir el horno de un artesano profesional.
Crear piezas propias
Un aficionado que no tenga acceso a un horno cerámico profesional puede crear sus propias piezas con arcilla polimérica (más conocida por el nombre de la marca alemana Fimo), que puede secarse al aire libre o en un horno de los usuales en la cocina.
La arcilla polimérica se utiliza para hacer piezas pequeñas, como colgantes, anillos y figuritas. Además la pasta Fimo viene ya coloreada en tonos brillantes y el resultado no tiene nada que envidiar a la cerámica profesional.
Otra opción es el modelado a mano con arcilla normal. Las posibilidades son infinitas con esta técnica. Eso sí, hace falta encontrar un horno profesional. Los materiales necesarios son la arcilla, un rodillo de amasar, periódicos o telas y otros artículos domésticos como cuchillos, tenedores, agujas… En cualquier libro sobre modelado pueden encontrarse pistas para construir las primeras piezas sencillas.
Aprender a usar el torno
Un paso más en el milenario arte de la alfarería se da cuando se emplea el torno. Las ventajas sobre el trabajo a mano son que permite realizar piezas de aspecto perfectamente simétrico y de manera mucho más rápida.
Aunque es posible aprender por uno mismo, es conveniente apuntarse a un cursillo o al menos acudir al taller de un artesano para ver en directo cómo trabaja. Hace falta un poco de paciencia para aprender a tornear. Si se intenta en solitario existe el riesgo de frustrarse enseguida. En cambio, el consejo de un maestro o la compañía de otros esforzados novatos ayuda a no perder la constancia. Además, en las clases encontraremos el torno y el horno. Si se nos da bien, podemos pensar posteriormente en adquirirlos o fabricarlos.
Aunque el principiante desea meter enseguida en el horno sus primeras creaciones, normalmente tras las primeras pruebas se da cuenta de que necesita mejorar su técnica de modelado. Esto se consigue dando forma y deshaciendo una y otra vez la masa de arcilla.
Tipos de cocción
Todo alfarero o ceramista se decide en algún momento a probar con diferentes tipos de arcillas y métodos de cocción. Por ejemplo, a fuego lento –por encima de los 600 ºC y por debajo de los 950ºC– las piezas ofrecen colores brillantes y su diseño no se altera, por lo que puede ser muy detallista. El inconveniente es que no se vitrifica –la arcilla no se funde completamente– y se hace necesario terminar la pieza con una capa de barniz resistente al agua.
El fuego de medio a vivo o gran fuego –por encima de los 950 ºC– se emplea en cerámica artesanal para conseguir los acabados vitrificados que se denominan gres o porcelanánico (debe realizarse con un tipo de arcilla blanca que incorpora feldespato y cuarzo). El resultado son piezas muy resistentes, completamente impermeables, que pueden ser utilizadas como vajilla. Se trata de objetos con paredes finas, en los que la arcilla se ha combinado con el esmalte dando lugar a texturas superficiales muy interesantes. El inconveniente es que los dibujos no pueden ser muy definidos.
Esmaltado
Los esmaltes para cerámica pueden conseguirse libres del tóxico plomo y en forma líquida o en polvo. Para aplicar el líquido solo hace falta un pincel. El polvo se utiliza para pulverizarlo con una pistola o para disolverlo y sumergir la pieza entera o por partes. Una de las ventajas del baño es que se obtiene una capa uniforme de esmalte.
Los ceramistas experimentados elaboran ellos mismos sus esmaltes para crear nuevos efectos, pero obtener siempre el resultado deseado es un arte que no se acaba de dominar nunca completamente. Hasta el profesional más veterano se ve sorprendido, para mal o para bien, con lo que se encuentra al abrir el horno. Tanto si se es un novato como un experto, es imprescindible ponerse siempre máscara y guantes.
La técnica del "rakú"
Existen muchos métodos tradicionales de alfarería que gustan a los aficionados porque no requieren materiales ni hornos caros. Por ejemplo, la técnica japonesa del rakú –cuyo significado mezcla la diversión, la felicidad y la tranquilidad– se emplea para elaborar los recipientes que se utilizan en las ceremonias del té.
Esta técnica tiene como característica que las piezas sencillas de arcilla y esmaltadas se calientan a un máximo de 900 ºC y se enfrían en medio de virutas que, al incendiarse, las tiñen con su humo y provocan la metalización de la superficie. El rakú es, como la cerámica en general, una alquimia en la que intervienen los cuatro elementos (tierra, fuego, agua y aire) de la cual resultan piezas únicas, siempre maravillosas.