Fieras
Antes se distinguía a las fieras por su aspecto, por su ferocidad, porque estaban fuera. Ahora las fieras están dentro. Un día aciago en el que todo nos sale mal, alguien que sin saberlo remueve una herida, la pérdida de un ser amado, una disminución física que no permite moverse libremente, el deterioro de cualquiera de nuestros sentidos, la ruina de aquello que amamos, el dolor imprevisto, la enfermedad.
Son señales que despiertan las fieras de nuestro interior, que nos encaminan al precipicio, en el que o damos un gran salto o nos retiramos hacia atrás. Enfrentarse o huir. Era la solución que utilizaron nuestros antepasados y que nos sirve a nosotros.
Pero existe una fiera que es persistente, que nos acompaña de por vida, que nos reta, que se esconde, que, aunque útil para protegernos, puede ser engañosa, vil y mezquina: el miedo. A esa fiera debemos enfrentarnos a diario, cada día en cada momento debemos estar en guardia. Y debemos aceptarla como nuestra, es la única forma de vencerla. Porque si no, aparece con un disfraz embaucador donde los haya: la del miedo a tener miedo. Entonces entramos en un círculo vicioso que nos arrastra a la argucia, a la violencia, a la parálisis, a la insensatez, al embuste, a la estupidez y nos conduce a un círculo vicioso alejándonos cada vez más del círculo virtuoso al que aspiramos.
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