¡Milagro!
Los milagros son comparables a las piedras: están por todas partes ofreciendo su belleza y casi nadie los ve. Estoy aquí ahora mismo, escribiendo, mis manos se mueven con ligereza por el teclado, percibo la luz de la pantalla, oigo a los niños del vecino que acaban de llegar, a la lejanía se escucha el rumor de la calle.
Mi sistema nervioso con miles de ramificaciones está en marcha, activando millones de neuronas que se interconectan. Recuerdo que hace un momento acabo de subir las escaleras de casa, mi respiración, mi corazón y con él el resto de los sistemas del cuerpo se han adecuado al esfuerzo, cientos de músculos se han puesto de acuerdo y millones de células se han organizado para que pueda subir. Antes he hablado con Raquel y mi lengua me ha ayudado, mi memoria se ha puesto a punto para recordar el vocabulario.
Respiramos, pintamos, cocinamos, leemos, subimos, bajamos, nos vestimos, hablamos, sabemos, desconocemos… Acciones, acciones, acciones se suceden una tras otra sin parar. Y a todo esto el sol ha salido sin que tengamos que hacer nada para ello. Estamos dentro de un milagro incesante que está sucediendo ahora mismo:
¡Mira! ¡Escucha! ¡Saborea! ¡Huele! ¡Siente!¡Milagro!
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