Naturismos sobre la Ttierra
Escribir Ttierra así, como inicialmente hizo Jorge Riechmann, con una mayúscula inicial y otra minúscula a continuación, resulta un perfecto resumen de lo que hace ya mucho tiempo se convirtió en una de las redundancias más usadas por los comunicadores y activistas relacionados con el medio ambiente. Ya sabéis aquello de “piensa globalmente y actúa…" O si se prefiere que, poco o nada, se entiende sin incluir nuestra parte en el todo.
Por el mismo motivo algunos ya escribimos Aaire, Ssol, Aagua…
Ser de lo que eres, es decir, de la Ttierra, es la tarea más pendiente de esta civilización.
Siempre he considerado tan culto escribir en los suelos, con el arado o la azada, como hacerlo con la pluma sobre el papel.
Mi huerta es uno de mis mejores poemas.
La Ttierra es el cimiento de los cimientos, la raíz de las raíces.
Es el humus, y humano, acaso la palabra más crucial, quiere decir del humus.
Debería ser legal enterrar a las personas en pleno campo, entero el cuerpo. Así llegaríamos a ser lo que ya éramos: Ttierra.
Eso que llamamos roca es una de nuestras bisabuelas.
Uno de los desastres más repetidos es que, con rarísimas excepciones, todos los poderes de la historia confundieron el mapa con el territorio.
Se trata, por aquello de ir completándonos, de ser no solo lo que miras, lo que lees… sino también lo que cultivas.
Generalmente se acepta que somos lo que comemos. Pero muy poco que, por tanto, somos también lo que comió la tierra de la que comió lo que comemos.
La fertilidad natural, y la del huerto ecológico, desmoronan el concepto de irreversibilidad del tiempo. Cada día que pasa convierten, a esa porción de la Ttierra, en más joven.
Poco, o nada, en este planeta tan vivazmente ajetreado como el primer palmo de un suelo fértil.
Hasta que no asimilemos que el Aaire respira, el Aagua bebe, la Ttierra come no entenderemos qué es la Vvida.
Cuando nos asista algo de coherencia el humus, es decir la fertilidad de la Ttierra, será considerado como la verdadera riqueza de las naciones.
Cuando mis manos encallecidas remueven el estiércol y lo extienden sobre lo que alimentará a las plantas que comeré, sé que nada me está mintiendo. Sé que hasta yo mismo soy verdad.
La Ttierra ama nuestras pisadas y teme a nuestras manos. Sabe que somos capaces de arrancarnos de lo que somos.
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