Sanidad no invierte en salud
Al margen de accidentes o enfermedades hereditarias, toda enfermedad es un proceso. Cuando nosotros identificamos una patología no es el momento en que se produce, sino el final de un largo recorrido en que han estado interactuando las diferentes agresiones externas y los mecanismos de defensa, control o autorregulación, internos. Por ejemplo, una obstrucción coronaria que provoca un infarto, es el resultado del depósito acumulado durante años de restos de grasas, proteínas, incluso minerales como el calcio, en el interior de las arterias, y que han desbordado los mecanismos espontáneos de eliminación del cuerpo. Una infección se manifiesta clínicamente cuando la bacteria o virus se ha multiplicado suficientemente en unos tejidos en que ha encontrado lo necesario para nutrirse y desarrollarse, superando la primera barrera de control inmunitario. El cáncer, de origen multicausal, se diagnóstica años después de que se inicie el proceso de alteración o mutación de los genes de determinadas células por la acción continuada e irritante de agentes físicos, térmicos, químicos, biológicos o emocionales.
A la espera del paciente
Es evidente que si actuamos cuando la enfermedad se manifiesta, el proceso muchas veces puede estar ya muy avanzado. Si analizamos donde están hoy en día las grandes inversiones sanitarias, nos daremos cuenta que quizás no andamos en la dirección más inteligente, más eficaz, y mucho menos en la más económica.
Todo el arsenal terapéutico de la medicina considerada ortodoxa u oficial está preparado y diseñado para actuar cuando los síntomas se manifiestan en toda su madurez: medicaciones sintomáticas (antiinflamatorios, antitérmicos, antihistamínicos...), quimioterapia, cirugía, radioterapia, terapia génica... Los propios centros sanitarios o grandes hospitales están preparados para atender enfermos, pero no, y este es el matiz importante, para recuperar la salud de los pacientes. Es decir, que la Sanidad está a la espera de que las personas enfermen para poder intervenir, y cuando lo hacen no tienen otro interés que suprimir los síntomas, ignorando que estos son la expresión de un esfuerzo del cuerpo para superar o avisar de una agresión previa (fiebre para destruir microorganismos, erupciones cutáneas para eliminar toxinas a través de la piel, dolor como señal de alarma...), y por supuesto, la mayoría de las veces, sin plantear al paciente las posibles causas que generaron el problema y su corrección.
No hay verdadera prevención
De los tres objetivos de la medicina, prevenir, curar, y mantener la salud una vez recuperada, fundamentalmente sólo uno se tiene en cuenta. Porque aunque se hable de prevención hemos de reconocer que lo que en realidad se práctica mayoritariamente es el diagnóstico precoz: los chequeos con sus analíticas, los screenings mamográficos, las revisiones periódicas, no consiguen otra cosa que localizar una patología cuando ya ha surgido. Las vacunas quizás ocuparían el lugar de la prevención, pero al ser específicas para cada variante de enfermedad y no estar exentas de ciertos efectos secundarios, son un riesgo imposible de asumir: protegerse implica vacunarse de forma indefinida de infinidad de patologías sin conocer los verdaderos efectos para el organismo de la locura inmunológica que esto significa para la persona.
Creo que ya es momento de sentarse a reflexionar. Asumamos que la industria farmacéutica sólo puede sobrevivir actuando sobre una enfermedad ya establecida, y que la educación sanitaria no le beneficia y por supuesto no es su función. Pero, ¿qué hace el Estado protector, que retiene parte de nuestro salario para invertir en una sanidad pública, que se lamenta de falta de recursos para cubrir el gasto en medicamentos, para comprar elementos diagnósticos de última generación, para construir más hospitales y para investigación “punta”, y que apenas destina medios para la educación de la población en salud, para el fomento de hábitos de vida saludable, o para el apoyo a criterios médicos que actúan regulando los mecanismos de defensa del organismo y no sobre el síntoma?
Es evidente que esta fórmula no funciona puesto que cada vez aumenta el número de enfermos, en lugar de disminuir.
También expertos en salud
Dice un aforismo hipocrático que “lo que previene cura”. Sería deseable que esta receta vigente en la medicina naturista y que tiene más de veinticinco siglos, se incorporara a la enseñanza de las facultades de ciencias de la salud, de manera que los profesionales que forman pasen a ser, además de especialistas de la enfermedad, expertos en salud. De este modo, conociendo los factores de riesgo y fomentando los hábitos saludables, y aunque la patología ya este establecida, con el mismo esfuerzo se conseguiría prevenir, curar, y mantener la salud, disminuyendo de forma considerable y progresiva los gastos públicos en sanidad, y por supuesto lo que es más importante, aumentar la calidad y la esperanza de vida de las personas.
Pedro Ródenas (Médico Naturista)
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