La necesidad de volar

La necesidad de volar

21 Abril 2015
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La sensación de sentirse a merced del viento, solo la tienen ellas, las aves. Viajeras incansables impulsadas por su tenacidad para la supervivencia. El turismo ornitológico es una buena opción para contagiarse con su espíritu viajero. Observarlas en su refugio invernal del Valle de Hula en Israel es hablar de un largo camino por compartir territorio. Su paisaje, aunque humanizado, es un lugar único en Oriente Medio, donde la clave, como casi siempre, es la armonía con el hombre.

No hay luz suficiente aún para apreciar el paisaje por el que un tractor se desplaza ronroneando. Detrás arrastra un remolque alargado y cubierto de asientos a modo de gradas perpendiculares al movimiento para así convertirse en un hide o refugio. Su característica de ser móvil facilita el transporte de los visitantes aficionados a la ornitología, mientras las aves se comportan confiadas ante su presencia, pues no perciben la cercanía humana, sino el tranquilo y rítmico quehacer de un pacífico agricultor. 

Además, la niebla no deja atisbar más que unos pocos metros alrededor cuando, un graznido suave y con voces individualizadas como un trompeteo se va convirtiendo en música disonante que adquiere un grado ensordecedor por minutos, a medida que el día se ilumina. La neblina se levanta con la caricia amarillenta de los primeros rayos solares y desvela el humedal con sus bordes indefinidos por la vegetación que, se encuentra a escasos metros del remolque. En sus aguas, desentumeciendo sus alas después del sueño nocturno, centenares de grullas levantan el vuelo al unísono en un movimiento que se hace contagioso, creando un espectáculo natural fascinante.

A medida que los grupos de grullas se alejan de las balsas y pozas del humedal en busca de los campos de cultivo, donde pasarán el día alimentádose lejos del agua, también se despeja el horizonte. Surge un panorama verde de vegetación y masas de agua envueltos por campos de cultivo y retazos de árboles alineados. Así es como el día descubre, en el corazón de la región de Galilea, el valle Hula. Estamos al norte de Israel donde un horizonte de montañas amarillentas, los Altos del Golán, marcan frontera con los vecinos países de Libano y Siria.

Como todo valle tiene un río que corre por su zona más baja y es nada menos que un río cargado de historia y sacralidad, el Jordán. A mediados del siglo pasado gran parte del valle estaba cubierto por un gran lago que suponía un enclave esencial para que descansasen las aves que desde el Ártico y norte de Europa y Asia cada año migran hacia Africa evitando de este modo la dureza climatológica del invierno. Su desecación paulatina para el establecimiento de cultivos agrícolas y con el fin de evitar enfermedades transmitidas por los insectos ligados al agua como los mosquitos puso en peligro de desaparecer al extenso humedal. 

No obstante una oposición firme y apoyada por la Sociedad de Protección de la Naturaleza logró que, por el contrario, se convirtiera en el primer espacio protegido de Israel. Corría el año 1964 y las tareas de restauración del humedal se han ido complementando con un programa para concienciar a los agricultores. De este modo se pretendía no solo compensar los daños que la residencia invernal de miles de aves causan en sus cultivos, sino promover la disminución en el uso de compuestos químicos en la producción agrícola, tóxicos para la vida que irremediablemente acaban en el agua, así como fomentar el control de plagas de maneras más natural, como la de instalar cajas nido para rapaces que se alimentan de pequeños roedores.

El resultado ha sido magnífico para todos los visitantes alados de la Reserva Natural de Agamon, como se denomina la zona protegida del valle. Tanto los que se convierten en residentes invernales, entre los que destacan grullas comunes y pelicanos, o para todas aquellas aves que lo utilizan como descanso temporal en su largo viaje migratorio. 

Ya que se ha encontrado una forma de resolver el conflicto entre vida salvaje y agricultura. Agua, alimento y y ausencia de conflicto con el hombre lo han convertido en un paraíso de aves. Incluso las piscifactorias de la zona conviven con la gran presencia de garzas que se registra en invierno. Para ello cubren parte de sus estanques con redes que eviten la pesca de las aves. Parece que finalmente el hombre y las aves aquí han aprendido a vivir en paz.

Tanto es así que este lugar de importancia internacional ve pasar cada año 500 millones de individuos de unas 300 especies de aves, suponiendo para todas un alto esencial en Oriente Medio. Algunas como las grullas optan por permanecer el invierno. Alcanzando cifras de población excepcionales como los 46.700 ejemplares que se han censado este invierno, algo nunca antes visto. 

Para minimizar los daños en cultivos se les provee con alimentación suplementaria de maíz. A finales de noviembre, cada tarde, en lo más duro del invierno, el tractor cargado con los apetecibles granos de maíz, despierta un revuelo extraordinario entre los centenares de hambrientas y ruidosas grullas que, en la espera se deleitan cuidando de los jóvenes o entrenándose en la danzas nupciales.

Telescopios, prismáticos, listas de aves y miradas cómplices son el ambiente común entre los aficionados a la observación de aves de todo el mundo que en esa época coinciden asomándose a las charcas, recorriendo las sendas del parque o deambulando entre los cultivos y piscifactorias. 

Tanto es así que cada año un festival internacional de aves se organiza en lo más álgido de la estación. Para deleite de sus participantes sonidos y observaciones se solapan a lo largo de cada jornada. No solo de muchas especies de aves sino de buenas cantidades de ejemplares como, aparte de grullas y pelícanos, los milanos negros, aguiluchos laguneros, moritos, una buena representación de la familia de las garzas o martines pescadores de especies de Europa, Africa y Asia que solo se reúnen aquí. Todos garantizan la admiración ante la perfecta armonía que las aves y el hombre han traído al valle.