El placer de descubrir

El placer de descubrir

17 Mayo 2014
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Isla de los Pájaros al atardecer.

No hay duda de que viajar afecta tu vida. El tiempo disponible, la pasión por aprender y expandir nuestras ganas de adquirir conocimiento y atesorar experiencias hace que en la mayoría de las ocasiones el resultado sea positivo y nos ayude a ver el mundo y a sus habitantes como un polifacético crisol de múltiples brillos que resultan tremendamente atractivos ya desde los preparativos iniciales del viaje.

Tanto o más si se pretende conocer un archipiélago con tan evocadora denominación como Bocas del Toro. Nada más coger un mapa y contemplar el recoleto conjunto de sus sietes islas y más de 200 islotes y medio centenar de cayos en el mapa, al norte de Panamá, convoca la imaginación con su toponímia que recuerda a la presencia de Cristóbal Colón -bahía Almirante, islas Colón y San Cristóbal-. Como ocurrió durante su cuarto viaje al continente americano. Ya que no solo detuvo sus naves a reponer provisiones, en la isla denominada desde entonces Bastimentos, sino que quedó prendado de este bellísimo archipiélago caribeño.

Hoy es, por su rica biodiversidad submarina, las playas paradisíacas donde las tortugas siguen desovando cada estación, las pintorescas raíces afrocaribeñas, el arte de convertir el cultivo del cacao en un símbolo de sostenibilidad para las comunidades locales o el impulsar senderos como la Ruta de la Amistad que invitando a caminar ignoran las fronteras de Costa Rica y Panamá y promueven un turismo responsable y comprometido con la conservación, lo han mantenido como un rincón del mundo que puede presumir de su naturaleza salvaje como su principal emblema turístico.

Esta tolerancia hacia el entorno que distingue a Bocas del Toro, es impulsada por un arco iris humano, ya que en esos 500 años transcurridos desde que Colón fondeara en el archipiélago, a sus indígenas se sumaron comerciantes europeos, esclavos africanos huidos de las plantaciones de las Antillas, piratas y colonos, así como en las últimas décadas una joven comunidad internacional que ha encontrado en estas islas y la actividad ecoturística, una clave no solo para proteger el entorno sino una vía de desarrollo sostenible.

Una de las mejores formas de conectar con la tradición local es participar en una actividad de las que impulsan en su origen el comercio justo global. Como es adentrarse en la jungla para así, dejar que los secretos de una plantación orgánica de cacao se desvelen. Será  realizando el tour del Chocolate Oreba de la mano de una cooperativa en manos de 30 familias de indígenas Ngäbe que son pequeños productores de cacao totalmente orgánico.

Después de dejar el pueblo y siguiendo sendas monte arriba, a pesar del esfuerzo de caminar por la abrupta ladera hacia un horizonte de selva que se extiende en las cumbres, al alcanzar una pequeña plantación y ver todos los pasos que se realizan para la obtención del cacao, uno no podrá menos que experimentar una dulce sensación, la de encontrarse ante uno de los mejores cacaos del mundo –aunque Panamá ostente una pequeña producción en comparación con otros países- donde un trabajo lleno de mimo y dedicación constante representan la llave de futuro para esta modesta comunidad indígena.

Hacerse con un pasaporte verde de La Ruta Amistad significa querer adentrarse en el bosque nuboso de montaña, que en frontera entre Panamá y Costa Rica, se extiende entre la sierra de Talamanca y el archipiélago de Bocas del Toro. Pero también disfrutar de las maravillas submarinas que la costa caribeña esconde como en el Parque Nacional Marino de Bastimentos donde los arrecifes de coral abrazan una isla de selva tropical y manglares frecuentada por tortugas, monos, caimanes y perezosos entre otros exclusivos habitantes como sus murciélagos.

Uno de los placeres más intensos de hacer un alto en esta ruta promovida por la Alianza de Turismo Sostenible de Bocas y la Asociación de Ecoturismo y Conservación de Talamanca es conocer las comunidades indígenas oriundas y contribuir a la preservación de su frágil entorno. Pero también recorrer las blanquecinas arenas de la afamada playa Red Frog y con suerte encontrarse en sus sendas con una de las ranas más coloridas del mundo que es el habitante más exclusivo de este entorno.

La naturaleza no deja de sorprender a cada paso con hallazgos como la misteriosa reunión de numerosas estrellas de mar en la abrigada playa de las Estrellas. Los curiosos nidos de aves marinas en la solitaria isla de los Pájaros. O el placer secreto de descubrir al confiado manatí y con la puesta de sol toparse con alguna tortuga saliendo a la playa para desovar.

Pues este pasaporte pretende ayudar a los visitantes a encontrar alternativas de turismo sostenible, desde alojamiento entre familias locales hasta actividades de voluntariado, realización de itinerarios guiados e incluso la posibilidad de recibir clases de cocina o danzas que introducen de pleno en la cultura afrocaribeña y mediante todo ello convertirse en un auténtico viajero responsable.



La principal referencia urbana del archipiélago es la ciudad de Bocas del Toro. Ubicada en la isla Colón es una amalgama colorista de razas y viviendas con fachada al mar que se asoman panorámicamente al trasiego constante de embarcaciones que su orilla refleja. Para paladearlo al ritmo local nada mejor que buscar un acogedor restaurante  a su orilla como el Buena Vista, liderado por una joven pareja de panameño y estadounidense, para degustar la hospitalidad local, además de comprobar como la historia de múltiples raíces aún sigue viva en las islas a través de sus habitantes, tanto como en su gastronomía y cultura.

No menos placentero es descubrir la veranda del más majestuoso edificio que se asoma a la orilla de Bocas del Toro. La que fuera sede de la United Fruit Company, de tres consulados y de la Tropical Radio & Telegraph, es un edificio de madera de proporciones generosas que fue construido en 1905. Después de resistir terremotos y un incendio en la actualidad es un establecimiento hostelero lleno de encanto –Gran Hotel Bahía- donde su fresca terraza es el mejor observatorio de la ciudad para tomar el pulso a sus ritmos  y la bellísima caja fuerte de la compañía comercial, guardada en su recepción, una puerta al pasado para seguir contagiándose de la pasión que estas islas han levantado a lo largo de su historia.