Sin miedo al futuro
Tenemos a nuestro alcance muchas herramientas para afrontar nuestros temores, desde ejercicios de visualización hasta centrarnos en una actividad presente o movilizar nuestra creatividad.
Con el telón de fondo de la crisis económica, los medios de comunicación están propagando el miedo a gran escala. Se paraliza la construcción por miedo a no vender los pisos, cierran comercios ante la falta de expectativas, se producen despidos en masa por temor a la recesión... El actual clima de pánico ha logrado incluso desvanecer temores mucho más fundados que habían acaparado la atención los últimos años. Porque ¿quién habla ahora del calentamiento global? Parece que todo lo que necesita la humanidad es salvar la economía para volver a comprar coches, segundas residencias y ropa de marca. La pregunta que debemos hacernos es: ¿dónde se genera el miedo que estamos viviendo?
Cuando nuestros temores empiezan a ocupar el espacio mental que correspondería a la toma de decisiones y a la acción, el deseo negativo acaba desembarcando en la realidad
El contagio del pánico
Nuestro actual clima de inquietud y desánimo nos hace olvidar que la sociedad occidental ha vivido, no hace tantas décadas, otras oleadas de pánico generalizado, incluso antes de la guerra fría, que hizo temer un fin catastrófico. En 2008 se cumplían 70 años de la famosa transmisión radiofónica de La guerra de los mundos, de H.G. Wells, una dramatización de la novela que la CBS lanzó a las ondas y que relataba la invasión de la Tierra por parte de los extraterrestres. El programa estaba dirigido por un joven Orson Welles –la semejanza del apellido con el autor del texto era solo una coincidencia–, que en su adaptación radiofónica pidió a los locutores que interpretaran su papel con gran realismo. El guión incluía llantos de los presuntos periodistas e interrupciones de los informativos para alertar sobre el desembarco de los alienígenas en Nueva Jersey.
El resultado es sobradamente conocido, pero merece la pena recordar algunos episodios. Al escuchar en las supuestas noticias que el ejército norteamericano combatía a los invasores en las calles, un ciudadano de New Jersey irrumpió en un teatro lleno para dar la voz alarma, lo que provocó la estampida de los espectadores. Miles de personas huyeron de la urbe en sus coches, mientras que los que no disponían de transporte se envolvían la cabeza con toallas húmedas para librarse de los gases venenosos de los alienígenas.
Al darse cuenta de las consecuencias, la CBS empezó a radiar mensajes de calma, recalcando a la audiencia que se trataba de una ficción, pero fue necesaria toda una noche para que se desactivara el pánico generado. Un programa de 55 minutos y medio había desatado el caos en la nación más poderosa del mundo. Esta experiencia demuestra que el miedo es un detonante que hace llegar su explosión incluso a los que no han podido oírla.
Profecías paralizadoras
Sobre las ondas expansivas del miedo en las crisis económicas hay un relato muy ilustrativo en el libro de Gabriel García de Oro La empresa fabulosa. Cuenta la historia de un hombre que vendía unas rosquillas deliciosas al lado de una carretera. El negocio iba viento en popa, tanto, que ni oía la radio ni leía los periódicos. Tampoco hacía demasiado caso a la televisión. En verano vino a visitarle su hijo, que estaba haciendo un posgrado en Ciencias Empresariales, y le dio una noticia: “Padre, ¿usted no escucha la radio ni lee los periódicos? Estamos sufriendo una enorme crisis. Esto se hunde.” El padre pensó: “Mi hijo tiene estudios, está informado y sabe de lo que habla.” De modo que compró menos ingredientes y de inferior calidad para reducir su producción de rosquillas. Las ventas fueron disminuyendo día a día y al cabo de poco tiempo, empezó a sufrir pérdidas. El hombre llamó a su hijo a la universidad para decirle: “Tenías razón, hijo. Estamos inmersos en una crisis muy grande.”
Esta fábula nos enseña que el miedo, muy especialmente el miedo al porvenir, puede convertirse fácilmente en una profecía de autocumplimiento. Es decir, cuando nuestros temores empiezan a ocupar el espacio mental que correspondería a la toma de decisiones y a la acción, al final, el deseo negativo acaba desembarcando en la realidad. La persona que ha sintonizado el fracaso como emisora mental hará inconscientemente todo lo posible para poder decir al final: “¿Lo ves? Ya te lo decía yo.”
Miedo al miedo
Cuando nos enfrentamos a una emergencia experimentamos una subida de adrenalina, pero en ningún caso nos quedamos paralizados por el temor. Probablemente, el miedo aparecerá después, cuando la persona se dé cuenta del peligro que ha corrido. Sin embargo, lo más común es que el miedo haga acto de presencia con anterioridad a algo que todavía no ha sucedido. Las personas que padecen fobias saben por propia experiencia que el pánico anticipatorio –también llamado “miedo al miedo”– provoca más sufrimiento que la situación que se trata de evitar. En la raíz del miedo está siempre el temor a lo desconocido, a aquello que no sabemos si podremos gestionar. Por lo tanto, todo miedo es futuro.
La psicóloga María Teresa Lemus recurre a la logoterapia de Viktor Frankl en busca de herramientas contra el miedo al porvenir. “Cuando pensamos que el futuro no alberga ningún sentido–explica–, ya sea por los conflictos internacionales o porque se está viviendo una crisis financiera o un divorcio, necesitamos corregir nuestra actitud y ampliar nuestro campo de visión. Viktor Frankl hablaba de una 'repolarización de la actitud'. La vida espera de nosotros que esculpamos con arte nuestro propio bloque de mármol. Nuestro limitado campo de visión necesitará ampliarse para que podamos percatarnos de las magníficas esculturas que pueden salir de ese bloque. Poder visualizar a priori nuestra obra nos salva de darnos por vencidos en las épocas difíciles de nuestra vida. Todo esto se resume en una frase logoterapéutica: “O consagramos nuestra vida a un fin o claudicamos.”
En opinión de esta terapeuta, la tendencia a la claudicación se combate trabajando para aquello que puede dar sentido a nuestra vida, y lo único que tenemos a nuestro alcance para conseguirlo es corregir nuestra actitud. “El anhelo por un objetivo en la vida se sacia habilitando dicho objetivo y la única forma de lograrlo es ampliando nuestro campo de visión”, concluye Lemus.
La creatividad como solución
En su ensayo NoMiedo, la doctora en organización de empresas Pilar Jericó asegura que la mejor manera de afrontar el miedo al futuro es diseccionarlo de forma parecida a lo que hacen los asistentes a un curso para superar el pánico a volar. Una de las técnicas que se utilizan más a menudo es imaginar con todo lujo de detalles el temido accidente. Semanas antes de tomar el avión, la persona dedica varios minutos al día a visionar todo el escenario: la llegada de los bomberos, el drama exhibido por televisión... El objetivo es conseguir que cuando finalmente se suba al avión, esté tan aburrida de imaginar estas escenas que se ponga a pensar en otras cosas distintas de su miedo.
“Cuando diseccionamos nuestros miedos con sentido común y de forma concreta, vemos que no son tan terribles. No olvidemos que nuestro peor enemigo somos nosotros mismos. E imaginando situaciones ambiguas y terribles somos grandes expertos.”
Como señala Pilar Jericó, en el miedo hay muchas veces una sensación anticipada de pérdida, ya que nace de la amenaza de perder lo que tenemos. Para desactivarlo, es conveniente concretar qué es eso que tanto nos asusta perder. ¿El trabajo?, ¿una propiedad?, ¿nuestros ahorros? Una vez determinado qué es, deberíamos hacernos la pregunta: ¿Y qué? Seguramente, nos daremos cuenta de que tenemos recursos para salir adelante y de que si no encaramos la posibilidad de la pérdida como el fin del mundo, dejaremos de estar aterrorizados.
Por lo tanto, debemos poner nuestros temores en el mapa para dejar de tener miedo al miedo. “Los miedos ambiguos nos atemorizan. En la medida que los hagamos concretos, con sentido común, seremos capaces de mirarlos a la cara y buscar alternativas”, asegura Jericó.
Definir lo que queremos
Contra el miedo al porvenir, otro americano mucho más célebre, John F. Kennedy, dijo en un discurso muy recordado: “No preguntes qué puede hacer América por ti, sino qué puedes hacer tú por América.” Parafraseando esa idea, estaría bien dejar de pensar sobre qué será de nuestro futuro para decidir qué clase de futuro es el que queremos construir.
A fin de cuentas, el futuro no es algo que aparece en nuestro horizonte como una nave extraterrestre, sino que es el fruto de todas las decisiones y acciones que llevamos a cabo en el día a día. De aquí a unos minutos, cuando el lector haya completado la lectura del artículo, es muy posible que haga algo aparentemente sin importancia: una llamada telefónica, una anotación en la agenda, un proyecto que empieza a tomar forma, etc. Pero, sin darse cuenta, estará haciendo algo muy trascendente: diseñar su futuro.
Puesto que nos asusta lo desconocido, la mejor manera de acabar con el miedo al porvenir es empezar a definirlo. En el momento en que moldeamos con nuestros actos lo que queremos que suceda, la realidad futura deja de ser algo enigmático y amenazador controlado por un oscuro azar. Aunque inesperado –si fuera previsible no soportaríamos la vida–, lo que nos espera será en buena parte obra nuestra. Una obra que se edifica con el momento presente, que es el oro negro de los constructores del futuro.