Pasar sin dejar huella

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El análisis de la huella de carbono –el más desarrollado sistema de evaluación ambiental de actividades– podría suponer grandes cambios en la economía y en nuestros hábitos como consumidores.

A muy pocas empresas les preocupa hoy una buena huella de carbono y la mayoría de nosotros ni siquiera sabe lo que es. Pero lo sabremos, porque a esta contabilidad de emisiones para productos y servicios se suman cada mes cientos de empresas, y empieza a ser un criterio de elección por parte de los consumidores y un requisito inexcusable para trabajar con la Administración o con empresas comprometidas socialmente. De paso, especializarse en todo esto puede ser una apuesta personal que garantice el trabajo durante décadas.

Pero, ¿qué es eso de la huella de carbono? Todas las actividades que realizamos (desde nuestros desplazamientos a lo que comemos pasando por las compras o los materiales que desechamos) implican consumir energía y, por tanto, emisiones a la atmósfera. La huella de carbono es un sistema que cuantifica la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero que son liberadas a la atmósfera por una actividad o por un producto a lo largo del tiempo. Esto nos permite, como consumidores, decidir, por ejemplo, si una manzana local nos interesa, además de por su reciente recolección o su contribución a la economía de nuestra zona, por su bajo impacto climático. O al revés: tendremos claro que un juguete made in China aparentemente barato tiene un coste envenenado para la atmósfera que van a heredar nuestros hijos o nietos, aquellos, precisamente, a los que queremos hacer felices hoy con un regalo. ¿Serán felices mañana con ese otro regalo ambiental que estamos haciendo?

Un juguete made in China aparentemente barato tiene un coste envenenado para la atmósfera que van a heredar nuestros hijos o nietos

Pongamos un ejemplo. El vino, los zumos o el aceite tienen cada vez más formas de envasarse y llegar al consumidor: vidrio, PVC, plástico PET, bricks, latas de aluminio o, lo más moderno, bag-in-box (unas bolsas de aluminio con grifo que se sostienen de pie dentro de una caja de cartón) y los stand-up pouch (unos sobres con grifo y base reforzada para mantenerlos verticales). La multinacional escandinava del envase Smurfit Kappa ha encargado a una empresa independiente un estudio ambiental comparativo de cinco envases de vino (botella PET de 75 centilitros, botella de vidrio de 75 centilitros, bag-in-box de 3 litros, stand-up pouch de un litro y medio y un brick de litro). Y el resultado es que la huella de carbono de sus envases bag-in-box es cinco veces menor que el de la botella de vidrio clásica y también gana –aunque por un margen estrecho– a las otras tres opciones de envasar el vino. Aun considerando que los resultados del estudio favorecen a la empresa que los ha contratado, el elevado gasto energético de la botella de cristal es un dato a tener en cuenta.

“La huella carbono es el único ratio mesurable que nos puede indicar  si un material es más o menos ecológico comparado con otro –concluye José Fariñas, director de marketing de Smurfit Kappa–; es decir, si para su fabricación lanzamos más o menos toneladas de CO2 a la atmósfera”. “Estamos seguros –añade– de que, en un futuro, este será un factor muy determinante a la hora de decidir el packaging  para la distribución de un producto y, por nuestra parte, el aspecto ecológico de nuestros embalajes formará parte de nuestro argumentario comercial”.

Estrategia de ahorro energético

Porque todo esto de la huella de carbono lo que permite a la empresa –aparte de mejorar la imagen de marca ante unos consumidores que demandan empresas responsables– es reducir el gasto energético allí donde más falla o, cuando menos, compensar las emisiones. Inclam CO2 es una de esas empresas que han surgido para ayudar a otras empresas a mejorar el comportamiento climático de la firma.  “No solo calculamos la huella de carbono –explica Elena Gómez-Salazar, técnica de esta consultora–; tratamos de implantar una estrategia empresarial de ahorro energético y compensación de su impacto medioambiental”. La empresa ha firmado con el Instituto Tecnológico Hotelero  un acuerdo para desarrollar una herramienta web de autodiagnóstico de consumos energéticos que va a permitir a todos los hosteleros tener un informe de preauditoría energética, información sobre su huella de carbono y recomendaciones de ahorro y mejora. 

Algunas administraciones públicas –como la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha– han primado una baja calificación de emisiones en las compras públicas, y esa es otra ventaja competitiva que van a tener las empresas que estén haciendo sus deberes para con el clima.

Yendo más allá, el gobierno de Nicholas Sarkozy intentó hace unos años, a través de su normativa Grenelle, gravar las importaciones de China y otros países con un impuesto ambiental basado precisamente en la marca de CO2 de cada producto. El Ejecutivo francés no resistió las presiones en contra de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y tuvo que retirar la medida. La gran fábrica china, cuya energía procede generalmente de la quema de carbón, no quiere ni oír hablar de semejante medida que gravaría sus exportaciones y haría más competitivas las producciones fabriles del resto del mundo. Incluso Estados Unidos, tan poco amigo de cualquier cosa que suene a proteccionismo comercial, está empujando en esta dirección porque tampoco allí pueden resistir hoy la competencia low cost de las macrofactorías chinas.

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Gama ‘low carbon’

Lo que sí ha cuajado ya es la idea de diferenciar comercialmente la producción nacional ambientalmente sostenible de esos otros productos fabricados con energía del carbón, que han recorrido en barco medio mundo desde Asia y que no respetan normas ambientales o de calidad habituales en el mundo occidental. El gigante galo de la distribución Geant Casino tiene una gama de productos low carbon en la que se informa al comprador, en el envase, de la huella de carbono medida en la producción y transporte del producto que el consumidor puede comprar o no. Marks & Spencer y otras cadenas han advertido a sus proveedores que tienen que calcular su huella de CO2 y reducirla si quieren seguir siendo eso, proveedores, a largo plazo. E iniciativas parecidas se están desarrollando entre empresas de Alemania y Japón. Porque esto es lo bueno para las empresas: que al ser una certificación de producto, la huella de carbono puede utilizarse en la propia etiqueta y sirve por lo tanto de comunicación entre el productor y el consumidor. Eso sí, por ahora, la metodología no está muy madura y proliferan las etiquetas más o menos rigurosas que informan al consumidor de un aspecto clave del producto –en unos casos– pero que, en otros, le confunden con méritos excesivos sobre la sostenibilidad del mismo.

El gigante galo de la distribución Geant Casino tiene una gama de productos 'low carbon' en la que se informa al comprador, en el envase, de la huella de carbono de la producción y transporte 

Todo esto, sin embargo, no es más que el principio, porque, tarde o temprano, tendremos que pagar por aquello que perjudique al clima. “Alguna vez –sostiene Javier Soria, jefe de la división alimentaria de la certificadora Det Norske Veritas (DNV)–, los sectores difusos, como el transporte o el sector residencial, tendrán que pagar un impuesto por la emisión de CO2, y tenemos que hacernos a la idea de que las emisiones serán un recurso limitado, igual que lo es hoy el agua, y habrá que repartirlo”. Según este experto, la huella de carbono tendrá un impacto muy fuerte en la contabilidad de las empresas. Incluso algunos piensan que, en pocos años, las entidades financieras empezarán a pedir un análisis de huella de carbono a las empresas que les solicitan un crédito, no solo como garantía de sostenibilidad ambiental sino también de sostenibilidad económica, ya que la emisión de cuotas de carbono va a ser un coste clave para las compañías en cuanto deje de ser gratis contaminar la atmósfera. Y el precio de la tonelada de carbono emitida va a subir año tras año, según los expertos, en beneficio de quienes hayan reconvertido sus sistemas y estructuras para reducir al mínimo su huella de carbono.

Información parcial

Por ahora, sin embargo, el uso que hacen los fabricantes y distribuidores de la información climática de que disponen es bastante modesto y no siempre resulta fiable. Algunos fabricantes que utilizan, por ejemplo, tejidos artificiales no consideran la fase de residuo, sencillamente, porque eso empeora su calificación.

Cadenas de tiendas como Wal-Mart pretenden ser carbon neutral en su conjunto, es decir, aspiran a un balance cero de CO2 en toda su actividad, pero dan muy poca información sobre el procedimiento empleado para otorgarse semejante título. En la misma línea, los supermercados británicos Tesco han anunciado que van a colocar a cada producto una etiqueta denominada carbon label que indique el carbono generado en su producción, embalaje y transporte.

Para poner orden en todo esto, la Organización Internacional para la Estandarización ha trabajado en una norma (denominada ISO 14.067) sobre huella de carbono de producto. Sin embargo, queda mucho por hacer hasta que se imponga un estándar de cálculo de huella climática y, mientras tanto, será inevitable que muchas marcas exageren sus méritos o disimulen sus flaquezas.

Iniciativa andaluza

¿Y en España? El Proyecto Huella de Carbono permitirá que algunos alimentos opten a una etiqueta climática como las que hemos citado en otros países, pero bastante más fiable. La iniciativa nació de la Asociación de Empresas de Productos Ecológicos de Andalucía, que, junto con la Junta de Andalucía, ha desarrollado una metodología para calcular las emisiones durante el ciclo de vida de un producto. La metodología se basa en un estándar internacional denominado PAS2050 y las etiquetas cuentan con la validación de una certificadora independiente. El proyecto arrancó con la certificación voluntaria de tres alimentos piloto producidos de forma ecológica: tomates cherry, aceite de oliva y vino Pedro Ximénez. Al mostrar su etiqueta, cada empresa se compromete a reducir sus emisiones mediante la eficiencia energética o una mejor gestión de la cadena de suministro.

Una vez solucionados algunos problemas y contratiempos con las producciones elegidas como banco de pruebas, la certificiación –siempre voluntaria– se extenderá a frutas y hortalizas, la ganadería y, finalmente, a productos made in Andalucía no alimentarios.

La empresa Aguirre Newman ha obtenido su certificado de huella de carbono en España siguiendo la metodología del British Standard Institute. Tras la obtención del sello, la inmobiliaria va a seguir un plan verde que incluirá un programa de movilidad sostenible para sus empleados, otro de ahorro energético en sus instalaciones y un tercero de reciclaje, además de  una campaña de compensación de emisiones.

Cementeras, productores de leche, empresas energéticas, fabricantes de tecnología y otras muchas compañías españolas y de todo el mundo se van sumando a la moda de anunciar que calculan, reducen y compensan su huella de carbono.

Incluso están surgiendo firmas como Zeroemissions, Inclam CO2 o Itene que han encontrado un mercado floreciente en el análisis de las emisiones contaminantes empresariales. “Si no conocemos siquiera cuántas emisiones producimos –concluye Mercedes Hortal, directora de la Oficina de Huella de Carbono de Itene–, difícilmente podremos saber cómo reducirlo”. Lo que indica, de paso, que invertir tiempo en formarse como calculador de carbono puede ser una apuesta personal de futuro tan rentable como lo es reducir las emisiones para la empresa.

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Calculadoras ‘on line’ de emisiones

Empresas aparte, cualquiera de nosotros puede medir la huella que va dejando su vida en las capas altas de la atmósfera. Por simple curiosidad, o para no llevarnos sustos cuando una normativa fiscal penalice a los coches de gasolina o a la calefacción individudal de casa, los consumidores disponemos de diversas calculadoras de CO2 en Internet. La Comisión Europea, por ejemplo, ofrece una web en varias lenguas para que los ciudadanos comunitarios calculemos nuestra huella de carbono, saber qué tipo de actividad emite más CO2 y cómo reducirlo.

En España, la Fundación Ecología y Desarrollo (ECODES) ha creado también unas calculadoras on line, para conocer las emisiones personales de CO2. “Con ellas –explica la fundación con sede en Zaragoza–, puedes saber cómo influyen en el medio ambiente tus viajes en avión, autobús o coche y tus consumos habituales del hogar. Compruébalo ahora mismo”. Pues vamos a comprobarlo. Entramos a la página web www.ceroco2.org y vamos contestando a las distinas preguntas que nos plantean: ¿Ha contratado energía verde? ¿Consumo anual de electricidad en kilowatios? ¿Calefacción eléctrica o inexistente? ¿Agua caliente con caldera o termo de butano? ¿Caldera individual de gas para calefacción y agua caliente? ¿Calefacción y agua caliente central de edificio? ¿Número de vehículos a motor en la familia? ¿Tipo de combustible que utiliza el motor? ¿Kilómetros que le hace al coche o la moto? Etcétera. Según la respuesta, tendremos una puntuación que podremos comparar con las cifras de una persona climáticamente responsable.

Las calculadoras de carbono, eso sí, distan de ser herramientas exactas por ahora. La revista británica de consumo Which, por ejemplo, ha publicado recientemente un estudio comparativo de trece de estas iniciativas y concluyó que cada calculadora daba un resultado distinto para un mismo caso y, además, con  grandes diferencias de resultados.