Los "superpoderes" del joven naturalista

0 comentarios

Dara McAnulty acapara premios a los 16 años con su Diario de un joven naturalista y hace sombra a Greta Thunberg como portavoz de la generación "impaciente".

"Yo era el típico niño al que los profesores le decían: 'Vas a ser incapaz de hilvanar un párrafo en tu vida'"... Retraído y con autismo, como casi toda su familia, Dara McAnulty se sentía fuera de su hábitat en la escuela. Sus compañeros le acosaban a todas las horas y le sometían a suplicios como aplastar insectos de un pisotón ante sus ojos. Porque todo el mundo sabía que el chaval tenía una relación especial con los bichos y que buscaba refugio en los bosques.

A los doce años, sin importarle lo que dijeran los profesores, Dara McAnulty se lanzó a escribir un blog sobre sus incursiones en la naturaleza. Tras su encuentro con la "indómita e inspiradora" Jane Goodall, abanderó un grupo de "Roots and Shoots" en su escuela. A los catorce, se convirtió en el ganador más joven de la prestigiosa medalla de la RSPB (Royal Society for the Protection of Birds) por su campaña de protección de las rapaces en Irlanda del Norte. Y a esa misma edad empezó un personalísimo diario que arranca con la llegada del mirlo...

"La primavera despierta algo en tu interior. Todas las cosas levitan. No queda otra que levantarse y avanzar (...) El mundo se volvió multidimensional y por primera vez entendí. Empecé a sentir cada partícula, y a crecer dentro de ella hasta notar que no había distinción entre mí mismo y el espacio que me rodea".

Escribir fue al final la manera de poner en orden su caos interior. Y también una manera de comunicarse como nunca antes con el mundo exterior... Diario de un joven naturalista (editorial Volcano) se ha convertido en un fenómeno editorial en el Reino Unido y ha consagrado a Dara McAnulty como la voz de su generación tras ganar, a los 16 años, el prestigioso Premio Wainwright de escritura sobre la naturaleza (finalista también el Baillie Gifford al mejor libro de ensayo del 2020).

Las comparaciones con Greta Thurnberg han sido inevitables (fue diagnosticado con el síndrome de Asperger a los cinco años), pero el propio Dara marca las distancias. Aunque él mismo ha sido muy activo en la huelgas climáticas de Fridays for Future, admite que los métodos de Greta para motivar a los jóvenes y pasar a la acción son distintos a los suyos. Dara se centra sobre todo en el activismo local y en el entorno inmediato, "porque es donde puedes ser más efectivo como una fuerza de cambio y esperanza". Y sobre todo prefiere volcar sus pensamientos, y también su ira y su frustración, a través de la escritura.

Desde su terruño en Castlewellan, al sur de Belfast y a los pies de las Mourne Mountains, Dara reconoce otra diferencia fundamental con la activista sueca: "Yo no veo realmente el autismo como mi 'superpoder'. Es cierto que veo y siento quizás las cosas con una intensidad mayor que otra gente, pero también hay retos que afectan a mi capacidad para la vida diaria. Yo no lo cambiaría en ningún caso, me siento muy agradecido".

"El mundo natural es el más grandes de los superpoderes", asegura Dara, con su larga melena, sus gafas de colegial y su rostro risueño. "La naturaleza me habla y yo escucho. Todo el mundo tiene esta habilidad, pienso yo. El problema es esta gran desconexión que estamos experimentando... Mi intención es devolver a la gente a un lugar de conexión y amor hacia el mundo natural. Sin la apreciación y la fascinación, me temo que todo los cambios milagrosos en la ciencia y en la tecnología serán insuficientes para evitar la catástrofre climática. El ciclo de destrucción continuará".       

"No soy ingenuo: si pienso que la COP26 va a cambiar las cosas este año, lo más probable es que acabe decepcionado", advierte. "El hecho de se sigan viendo al cabo de 26 años sin soluciones reales ni decisiones políticas valientes lo dice todo".

Dara se ve a veces como la flor del diente de león, replegándose en sí mismo "cuando todo resulta demasiado doloroso de ver y sentir". En otras ocasiones, hace honor a su nombre ("roble" en gaélico) y saca fuerza y arrojo para decir las cosas como son, y recordar a los políticos que los jóvenes están perdiendo la paciencia...

"Mi generación tiene una claridad y una energía que el mundo no ha visto nunca antes", recalca. "Estamos dispuestos a llegar hasta donde haga falta para reclamar una Tierra saludable para cada habitante, para cada especie... Cuidar de la naturaleza se sigue viendo como una manera de frenar el crecimiento económico, y esa es una filosofia desfasada y muy peligrosa. La gente no parece darse cuenta: lo que estamos haciendo con el planeta es autodestructivo".

Para el joven naturalista, la visión poética es del todo compatible con la reivindicación política. En su propio libro reconoce "la ira y la frustración" que le sigue causando las viejas divisiones en Irlanda del Norte. En el instituto, ha elegido Políticas, Matemáticas, Biología y Química, a modo de declaración de intenciones sobre su futuro.

"Los mayores retos a los que nos enfrentamos son el populismo de ultraderecha y la desinformación", advierte Dara McAnulty. "Aunque nuestra carencia más importante es la falta de compasión y amor por todos los tipos de vida. Si respetáramos a cada persona, si existiera una mayor igualdad, nuestros ecosistemas estarían más equilibrados. Pero el hecho de vivir en una sociedad tan jerárquica, con una grieta tan grande entre ricos y pobres, no permite que esto ocurra".

Dara es el hijo mayor de una familia unida y modesta ("estamos tan juntos como las nutrias") que ha vivido durante años con la casa a cuestas y escuchando música "punk" en el coche. Su padre, Paul, es biólogo, y de ahí le viene a toda la familia la querencia verde. Aunque el joven naturalista asegura que el auténtico faro en su vida ha sido su madre, Roisin, compañera de fatigas en su aventura literaria y filtro impagable ante el asedio mediático por cuenta de su "Diario". Sus hermanos pequeños, Lorcan y Balthnaid, también autistas, parecen encantados ante la dimensión de ecohéroe del primogénito...

"El tramo final del invierno es frustrante", escribe Dara McAnulty ante el equinoccio de su vida, a caballo entre los 14 y los 15 años. "Toda esta espera para viajar a través de un portal, hacia el color y la calidez, despierta la peor de mis características: la impaciencia".

El joven naturalista empezó a escribir su diario "en un bungalow rodeado por familias que mantenían a sus hijos a puerta cerrada y gente que vivía sola y hacía la manicura a sus jardines con las tijeras". En abierto contraste, el jardín de su familia en Enniskillen era algo así como una "mancha silvestre", poblada de flores autóctonas y de insectos, desde donde contemplaba la "gloriosa indiferencia" de los vecinos cuando descorrían las cortinas...

Su refugio natural, y su "soporte vital" durante años, fue siempre el Big Dog Forest, añorado con el tiempo en la distancia: "Hongos. Frutos del bosque. Cada día caminamos sobre estas formas invisibles, inconscientes de lo necesarios que son para la vida en la Tierra. Una escondida y maravillosa red de conexiones".

El otoño cumple a su manera el ritual de entrada en la adolescencia, y Dara deja atrás el encantamiento del bosque y el acoso en su escuela, los delirios y los traumas de la infancia. Durante meses arrastra una sensación de duelo, acrecentada por el invierno, pero la nueva primavera promete, y en el nuevo colegio encuentra el reconocimiento que siempre echó en falta...

"Todo ha cambiado y nada ha cambiado", escribe. Y vuelve a sentirse "en la red de la vida eterna" de su admirado Seamus Heany, y a leer a Oscar Wilde, a Yeats y a Keats, y a Tolkien, y a Ursula Leguin y a Beatrix Potter, y a dejarse empapar por todas esas influencias tempranas que han tenido en él el mismo efecto que el vuelo de las rapaces: "Leer es tan importante para un escritor, esa expansión mental que ocurre cuando te sumerges en un gran libro... Soy un ratón de biblioteca".