El ecologista centenario

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"Mi siglo verde" relata la vida y el ideario del payés urbano Joan Carulla, un adelantado a su tiempo

Joan Carulla (Juneda, 1923) lleva un siglo adelantándose a su tiempo. Ya de niño tuvo sus primeras intuiciones, como la de convertirse en "generador de amor" y practicar el bien sin esperar nada a cambio. De su padre aprendió el oficio de campesino y de mayor, por pura "añoranza del campo", se convirtió en "el abuelo de los tejados verdes" en el corazón de Barcelona... Más de 50 años lleva cultivando su vergel de 40 árboles frutales e hileras interminables de vegetales en una azotea en el quinto piso, marcando el horizonte a las ciudades en tiempos del cambio climático. 

Ecologista antes de que se acuñara la palabra. Pacifista desde nuestra trágica guerra civil, que le pasó por encima. Vegetariano en la mísera posguerra "por convicción y necesidad". Pionero también de la era de los supermercados y presidente del Gremio de la Alimentación. Testigo de tres monarquías, dos dictaduras y una república...

Joan Carulla las ha visto de todos los colores a lo largo de su azarosa vida. Pero si tuviera que elegir un pigmento se quedaría con el verde de la clorofila y de sus plantas, con las que ha desarrollado una relación casi simbiótica. "La Naturaleza, sin abrir un libro, se sabe todas las lecciones", le gusta recordar. Pero él, por si acaso, ha decidido poner en orden sus recuerdos en "Mi siglo verde" (Icaria), escrito al alimón con quien aquí suscribe, a partir de cientos de páginas que él mismo ha ido tecleando a lo largo de su vida en su vieja Olivetti.


Carlos Fresneda y Joan Carulla, en la presentación del libro "Mi siglo verde" (Icaria) en BioCultura Barcelona.

La historia arranca en 1923 en "una habitación más fría que el establo de Jesucristo" en su pueblo, en la comarca leridana de Les Garrigues, bañado por el agua milagrosa del Canal de Urgel. Inquieto desde niño, aún recuerda cómo hacía caricaturas de Alfonso XIII y cómo ayudaba a su padre a vender ligas con las banderas republicana y catalana cuando llegó la república.

La guerra le sacó la escuela. El frente del Segre se instaló a 14 kilómetros de su pueblo y los tres mil vecinos acabaron "esparcidos como conejos por el campo", huyendo de los aviones alemanes e italianos... "Llevo toda mi vida llorando nuestro millón de muertos, y el medio millón que murió después de puro espanto, como mi madre".

Al acabar la guerra decidió empuñar la azada, su "fusil de la paz". "La agricultura es una carrera que no se acaba nunca", le advirtió su padre, en aquella finca de una hectárea que les daba para comer y poco más. Se casó con su querida Ramona, pidió un préstamo 4.000 pesetas a un amigo y partió hacia Barcelona en los años cincuenta, con una maleta atada con cuerdas.

Se hizo corredor de comercio, vendiendo jabones y embutidos con su querida bicicleta, "mi novia metálica". Dejó atrás la miseria a base de pedaladas, de austeridad bien entendida y de jornadas de hasta 16 horas diarias, con la ayuda de su mujer y sus dos hijos, Toni y Joan. Abrió uno de los primeros supermercados de la ciudad y llevó a la práctica lo que él mismo llama "anticipación social": "Es bueno tener ideales, aunque vengan tardías las realidades"...

Su palpitante "realidad", a punto cumplir 100 años, es esa "parcelita" de 150 metros cuadrados en los terrados del barrio de Guinardó, donde lleva medio siglo viendo crecer a sus "hermanas vegetales": "La cosecha más importante para el campesino es ese intercambio invisible de vibraciones con las plantas".

Decenas de artículos y varios documentales (como "Utopía", de Lucho Iglesias y Alex Ruiz; o el más reciente de "Su siglo verde", de la productora Otoxo) han dado cuenta de la increíble proeza del ecologista centenario, que arrancó su singladura en tiempos de la represión franquista y en plena expansión del urbanismo duro...

"En su día nos llamábamos naturistas, porque reivindicábamos a nuestra manera la vuelta a la naturaleza. A mí me influyeron mucho las enseñanzas del profesor Nicolás Capo y su revista "Pentalfa". Eramos muy activistas y llegamos a tener nuestro Centro Naturista en la calle Caspe. Luego ya empezó a hablarse de la ecología, que clama por la salud y la supervivencia de nuestro maltrecho planeta. Yo diría que fuimos ecologistas sin saberlo".

"El amor y el sudor son los mejores abonos del huerto", es otra de las frases predilectas de Joan Carulla, que suele referirse a su tejado verde como "nuestra Sagrada Familia", por el esfuerzo compartido por su esposa ya fallecida y sus dos hijos. Sin ellos, asegura, no habría podido cultivar su utopía en la azotea, ni dedicarse al activismo ecológico y pacifista junto a su inseparable amigo Antoni Gallego en el Club de Amigos de la Unesco.

En aquellos tiempos no se hablaba aún de permacultura. Y sin embargo muchos han creído ver en Joan Carulla -guiado por su experiencia y su intuición- el más claro antecedente en nuestras tierras de "esa filosofía de trabajar "con" la naturaleza y no contra ella" que en allá por 1978 popularizaron los australianos Bill Mollison y David Holmgren.

"Yo no quería llegar a la Luna, solo pretendía acercarme un poquito", recuerda el propio Carulla, que contempló el paso histórico de Neil Amstrong cuando estaba visitando a un constructor... Fue lo más parecido a empezar su casa por el tejado. O por el terrado, más bien, teniendo en cuenta que más del 65% de de los tejados de Barcelona son planos, lo cual facilitó relativamente la ardua labor.

Todo habría sido impensable sin ese afán suyo por ir comprando y sumando parcelas en la calle Navas de Tolosa 381-383, donde echó raíces su supermercado. Hasta que llegó un momento en que la única solución posible en la destartalada finca era la "demolición y nueva planta".

Como se fue haciendo por etapas a lo largo de 14 años, el Ayuntamiento empezó a poner pegas. El resultado fue un edifico menguante con menos altura (cuatro pisos) y menos viviendas (trece al final) de las que él había imaginado. Meditando sobre "el despilfarro de espacio", el payés urbano tuvo el pensamiento elevado de "aprovechar los 260 metros de terrazas para todo tipo de plantas, con fruto o no, unidas en la labor de ayudarnos humildemente a enriquecer de oxígeno la contaminada atmósfera de la ciudad".

"¡Manos a la tierra!", fue la consigna que Joan impartió a sus hijos Toni y Joan. La misión casi imposible era rebajar una montaña cercana y enviar camiones y cubos de tierra hacia su tejado verde. Calcula que fueron setenta toneladas en total, "de una tierra tan estéril como una tapia caída" que alimentó a base de basura orgánica, cartones del super y facturas atrasadas (maestro también del "arte del compostaje").


En el huerto de la azotea de su casa, en la calle Navas de Barcelona.

Aunque antes tuvo que calcular la resistencia del tejado, y poner doble capa de cerámica, y aislarlo con doble tela asfáltica para mantener a raya las raíces y evitar las filtraciones, sin olvidarnos de la importancias del drenaje. Y encima de todo, una capa de 25 centímetros de tierra que sirvió de sustrato para todo lo que quería plantar.

Como buen payés, Joan miró al cielo y pensó en el agua. Y para no depender del grifo ideó su propio sistema de captación de lluvia, con bidones capaces de almacenar hasta 9.500 litros, más "un buen motor en el segundo piso" para distribuirla entre sus tres terrazas. Así tenía garantía de agua "gratis" al menos durante diez meses al año. 

Lo primero que sorprende al ascender al vergel de Joan Carulla en el quinto piso es el verde de las plantas, en contraste con el ladrillo de las casas circundantes, y el olor repentino a campo, como si hasta el corazón de la ciudad hubiera trasplantado un trocito de su añorada  Juneda...

Ante nuestros ojos se depliega un pequeño paraíso urbano de limoneros, melocotoneros, ciruelos, albaricoqueros y nísperos. Hasta bien recientemente, Joan se adentraba con pie firme en su vergel apoyándose en las barras metálicas estratégicamente situada entre las parcelas, y por las que trepaba la frondosa parra que llega a dar hasta cien kilos de uvas al año. 

Ahora suele hacer repaso a sus plantas sentado en una silla, dando instrucciones sobre la marcha a su hijo Toni. En el último año ha asistido a la muerte de ocho árboles frutales, y eso le preocupa: "La terraza se me está desertificando"...

Joan Carulla no oculta su creciente preocupación por lo que les espera a sus nueve bisnietos, y a eso le dedica los últimos capítulos del libro: "Mirando y suplicando el futuro... "Este mundo sin rumbo me empieza a recordar a los peores momentos del siglo pasado. Ahí tenemos las guerras como la de Ucrania, seguimos sin darnos cuenta de que la paz es la salud del planeta. Más el problema del cambio climático, la escasez del agua, la despoblación del campo, la sobrepoblación en las ciudades. Y eso por no hablar de la alimentación irracional, del consumismo desmedido o de la pérdida de valores como la fraternidad. Solo cuenta el instinto individual de supervivencia, parece que hayamos perdido el instinto colectivo como especie".

"Vivimos en el paraíso y sin embargo estamos contribuyendo a la amarga Tierra", advierte el ecologista centenario, con la sabiduría acumulada y la curiosidad insaciable del niño que lleva dentro. Su "siglo verde" (cumplirá los 100 el 26 de mayo del 2023) quiere celebrarlo con una nueva cosecha. En enero plantó los ajos y las cebollas. Y en la "Luna Vieja" de marzo, como hacían en el campo, les llegó el momento a las patatas. Luego llegarán los tomates, los pimientos y las berenjenas que cultiva también en su terraza del segundo piso, moteada por las flores de hibisco.

Desde su azotea verde se domina el barrio de Guinardó, que hasta hace poco más de un siglo mantenía su carácter rural en el valle de Horta, rodeado de torres y masías, y que en los años sesenta creció desmesuradamente con bloques de pisos que apenas dejaron espacios verdes. Joan está convencido de que se puede hacer más, mucho más, por volver a traer la esencia de la huerta a la ciudad: no solo en las azoteas, también en las manzanas del famoso ensanche de Cerdá.

"Dicen que solo aprovechamos el 1% de lo que podríamos cultivar en las terrazas y balcones", recalca Joan Carulla, que hace un año recibió el premio que lleva su propio nombre, creado por la asociación Replantem por toda una vida dedicada a la agricultura urbana... "Yo animaría a cualquiera que tenga un mínimo espacio en la ciudad a que inicie esta relación de amor con la tierra: lo agradecerá su estómago, sus pulmones y su estado de ánimo".

A su gentil manera, Joan Carulla intuyó que los edificios iban a servir con el tiempo para algo más que para alojar a la gente, y que su función iba a ser vital tanto para la generación de energía como para la captación de agua y la producción de alimentos".

 "La capa de tierra que tenemos bajo nuestros pies es una gran protección contra el frío en invierno y el calor en verano", recalcaba Joan. "Cada hoja es una fábrica de oxígeno que contribuye además a la evaporacion, por lo que estamos ante un sistema de refrigeración natural, sean plantas ornamentales o comestibles".

"Hay muchas cosas que aún ignoro de las plantas, pero las observo muy detenidamente y voy haciendo mis deducciones", agrega el payés urbano. "La vida de las plantas y de los animales dependen de la ley universal siguiente: todos necesitamos una temperatura vital. Y esta se regula fundamentalmente a través de la evaporación que cada planta "conoce", como el hombre conoce la suya. Cada planta tiene su temperatura o desaparece".

Hubo un tiempo en que Joan "hacía vida en el huerto" y subía al quinto piso como quien sale a dar un paseo por el campo. El mismo reconoce haber pasado aquí media vida, con el esfuerzo y el sudor que requiere el trabajo en la tierra, pero con una satisfacción muy íntima. A su modo presume de haberse mantenido en forma hasta llegar al siglo de vida gracias a la horticultura, "que es la gimnasia perfecta: te agachas por aquí, te estiras por allá".

Pero tanto o más que los beneficios físicos, Joan Carulla valora el alimento espiritual que sigue recibiendo de su huerto en las alturas: "A las plantas hay que tratarlas humildemente, con total agradecimiento. No digo ya de rodillas, pero sí con los brazos abiertos. Al fin y al cabo son ellas las que convierten la energía del sol en materia, y en todo lo que nos sirve de medicina y alimento. Razón tenía Hipócrates".

("Mi siglo verde. Lecciones de vida de Joan Carulla" (Icaria) de Carlos Fresneda se presenta el 7 de mayo a las 12,00 del mediodía en el festival Biocultura de Barcelona, Palau San Jordi, sala 2)     

EL SECRETO DE MI LARGA VIDA

"No sé cuál puede ser el secreto para mi larga vida... Será por la alimentación primitiva y vegetariana desde nuestra desgraciada guerra. Será porque tenía ideas naturistas y por ello no caí en ningún vicio. Será porque siempre trabajé a gusto y con ilusión, como pequeño empresario y agricultor, en contacto diario con mis queridas plantas".

"O quizás porque he procurado apartar de mi mente el odio y la envidia. O porque soy de sonrisa fácil y a lo mejor fluye por ella un poco de bonhomía. O porque ya de niño tuve la idea de ser "generador de amor", una frase que sin saber su importancia acabé adoptando y difundiendo toda mi vida".

"O será tal vez por haber seguido a pies juntillas la receta que extendía un gran hombre, llamado Josep de Letamendi, médico, poeta y filósofo, que tiene una plaza en Barcelona y una plazuela en mi corazón...

"Vida honesta y arreglada
Usar de pocos remedios
y poner todos los medios
de no apurarse por nada.

La comida, moderada.
Ejercicio y distracción.
No tener nunca aprensión.
Salir al campo algún rato.
Poco encierro y mucho trato.
Y continua ocupación".

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