¿Qué es la sabiduría?
Tres amigos, tres sabios, tres líderes del pensamiento actual. Christophe André, Alexandre Jollien y Matthieu Ricard, psiquiatra, filósofo y monje budista, arrojan luz a estos tiempos inciertos con su Abecedario de la sabiduría: una guía luminosa para vivir con más claridad, coherencia y alegría.
La sabiduría según Alexandre Jollien
Alexandre Jollien es filósofo y escritor. Su elogio de la debilidad fue galardonado con el premio de la Academia francesa. Padece parálisis cerebral. De pequeño, sus padres creyeron que su futuro pasaba por un internado, donde vivió recluido y en un mundo alejado de la realidad.
Un camino que da la bienvenida a los errores
La sabiduría no es algo prefabricado. Es un camino, un descenso a las profundidades, a la intimidad de nuestro corazón, donde la alegría, la paz y la salud nos parecen guaridas.
Cada día, cada uno de nosotros está invitado a mantener el rumbo hacia esta fuente, a seguir su brújula interior, esta llamada, por decirlo con las palabras de Rumi, usando todos los medios a su alcance, contra los vientos y mareas de la mente.
Cuando todo nos lleva a una reacción automática, cuando es tentador decantarse por la amargura o la maldad, entonces debemos pacientemente, mil veces al día, respondedor a esta llamada. La sabiduría despeja el horizonte. Sí, es posible vivir las circunstancias de nuestra existencia sin quedar atrapadas dos en la espesa niebla de nuestras proyecciones, sin actuar en modo bola de billar.
Demasiado caótico, a menudo me siento en las antípodas de una verdadera sabiduría, una estabilidad de hierro. Pero siempre, a pesar de la desesperación y el miedo, sigo viendo un atisbo de luz, de dirección.
Claro que sí, tenemos un largo camino por recorrer. Se trata de escapar de esta prisión, la del ego; hay que practicar, hay que remar, Nietzsche nos proporciona una valiosa herramienta: el concepto de la «buena salud». El ideal de buena salud resplandeciente, sin defectos, margina a muchas personas.
La buena salud, por otro lado, incluye heridas, traumas, contradicciones, discapacidades y enfermedades. Nunca estática, la gran sabiduría es una fuente de inspiración, e incluso nuestras contradicciones pueden llevarnos a la iluminación. Paso a paso, milímetro a milímetro, podemos, cualesquiera sean nuestras fragilidades, ponernos en marcha, y quizás incluso trabajar con otros errores y nuestras molestias cotidianas.
Querer llegar rápidamente a la sabiduría tiene dos peligros. Primero, la tiranía del «yo». ¡No hemos percibido todos en las profundidades de nuestra psicología una especie de miniTrump que no grita «America first» sino «yo primero»?
Somos más de siete mil millones de seres humanos. ¿Cómo puede la voz de la mente desvariar hasta el punto de ignorar a esos otros siete mil millones de personas?
El segundo peligro es el de la dictadura del «nosotros». Como diría Heidegger: leo este libro porque «nosotros» leemos este libro; amo porque «nosotros» amamos; estoy indignado porque «Nosotros» estamos indignados; en resumen, tomo prestado de fuera mis gustos, mis comportamientos, lo que se dice, lo que se hace...
Aspirar a una gran sabiduría es sobre todo centrarse en esta etapa, este progreso, el momento presente, el aquí y ahora, como yendo de la mano de este instante, entregándonos a él.
Inaugurar un nuevo arte de vivir, lejos del «Yo» y del despotismo del «yo», ¡esta es la cuestión, el fabuloso desafío!
La etimologia de la palabra «filosofía» lleva consigo el amor a la sabiduría. Con humildad, el filósofo se pone en camino, busca, es su misión. Rodeado de buenos amigos, dedica su vida diaria a la práctica de sí mismo, a la relación con el mundo y con los demás, decidido a alejarse de las pasiones tristes, las falsas expectativas y los arrepentimientos.
Para los griegos, la sabiduría tiene dos dimensiones íntimamente ligadas: sophia, la sabiduría contemplativa, teórica, la excelencia intelectual en cierto sentido, y la sabiduría práctica, sophrosyné, es decir, la manera de moderar las emociones, entre otras. Para un corazón, encontrar el equilibrio puede ser muy delicado. Sin embargo, practicarlo es muy placentero.
La etimología latina de la palabra «sabiduría» lo atestigua evocando la idea de «sabor». Quien alimenta la sapientia experimenta la alegría, el placer de complacerse en ella. Es una alegría liberadora decir adiós a los falsos bienes, a las distorsiones de la realidad, a los malentendidos que nos hacen ver el mundo de una manera parcial y, por lo tanto, dolorosa.
En consecuencia, rechacemos una imagen de la sabiduría «escuálida», como decía Nietzsche, precavida. Cuando el amor y la sabiduría danzan juntas, nos llevan a la libertad, la alegría, la abnegación. Asociar la sabiduría con un triste ascetismo, pretender que nos empujaría a una vida sin emociones, a un electrocardiograma plano y a la pena, es un poco como pasar la vida en incómodos autos de choque o montañas rusas emocionales mientras nos negamos tercamente a separarnos de nuestra condición.
Mejor aún, para mí, la sabiduría permite montar en autos de choque y montañas rusas sin un ejército de arrepentimientos, críticas y conflictos.
Emprender un camino espiritual es no perderse la más íntima de nuestras relaciones, es atreverse a sumergirse hasta el fondo, a dejar el personaje, los roles que constantemente interpretamos para atrevernos a avanzar sin armadura; es aprender a nadar, a flotar en el océano de la vida, a saltar. No es necesario ningún requisito previo.
No se trata de ser perfectos. ¿Por qué demonios tenemos que ser perfectos para pasar por la vida? Finalmente, quiero señalar que una sabiduría escondida en un rincón, una cómoda felicidad encerrada en un búnker espiritual no valdría la pena. Practicar la sabiduría significa tender la mano, apoyarse mutuamente, avanzar juntos.
La sabiduría según Christophe André
Christophe André es psiquiatra, experto en psicología de las emociones y escritor con millones de seguidores. Fue pionero en la utilización de la meditación en psicoterapia.
Una herramienta para acercarse a la felicidad
No soy un filósofo, así que mi visión de la sabiduría está idealizada y quizá sea muy simple. Sin embargo, es una dimensión esencial para mí y lamento que la mayoría de los filósofos contemporáneos se interesen tan poco por ella. A menudo lo ven como una especie de ilusión, incluso como una pretensión: ¿quién se atrevería a decir que es sabio?
En otras ocasiones, creen que su búsqueda es en esencia una ilusión: «Cuando el hombre quiere ser un ángel, se convierte en una bestia », como reza la famosa frase de Pascal. Y finalmente, según algunos, en la búsqueda de la sabiduría, el objetivo no es la felicidad, sino la verdad. Y aunque la verdad nos haga sufrir, debemos preferirla a pesar de todo. Esto puede estar bien fundado y justificado, pero me siento lejos de ello...
Creo en el poder reconfortante de la sabiduría. Creo en su capacidad de ayudarnos a sufrir menos y a causar menos sufrimiento. En general, me parece que intentar ser sabios tan a menudo como sea posible es reconstituyente y reconfortante, para nosotros y para los demás. En lo cotidiano, la sabiduría es para mí como una brújula, un GPS que sirve para no perderse demasiado tiempo en los errores vinculados al egoísmo, a la pereza, a las influencias nefastas de nuestro entorno materialista.
Cada ser humano debe intentar acercarse a esta sabiduría cuyo contador se pone prácticamente a cero cada mañana: te despiertas, te dices a ti mismo que, aunque te durmieras la noche anterior con la impresión de ser un poco más sabio, sabes que todo el trabajo tendrá que continuar, o incluso volver a empezar, a partir de hoy...
Es como un trabajo de mantenimiento de la sabiduría. Todo esto lo encontramos en los filósofos antiguos o en los filósofos contemporáneos interesados en la filosofía antigua, pero poco en la filosofía contemporánea. A la pregunta «debemos elegir la verdad, la libertad o la felicidad?», podemos responder que, en su núcleo, la sabiduría es la capacidad de extraer libremente la felicidad de la verdad.
Pongamos un ejemplo: la verdad es que no tengo buena salud. Pero ¿qué hago con ella? A pesar de todo, puedo decirme a mí mismo que, aunque tenga mala salud, estoy vivo. Que tengo amigos, que puedo hablar, compartir y, por lo tanto, que puedo extraer cosas buenas de esa verdad. Entiendo lo que los filósofos quieren decir cuando dicen que la filosofía y la sabiduría no tienen como objetivo principal hacernos felices, que eso es un efecto secundario. Sin embargo, soy partidario de acercarse a la verdad para disipar las ilusiones, pero también, si seguimos por este camino, para aumentar nuestra felicidad.
La sabiduría según Matthieu Ricard
Matthieu Ricard es biólogo y monje budista. Se le ha descrito como "el hombre más feliz de la Tierra" y es traductor y asesor del actual dalái lama.
Discernimiento y autocontrol
En esencia, la sabiduría tiene dos componentes: una visión correcta de las cosas y una perfecta libertad interior. El primer componente proviene de una correcta comprensión de las cosas. Si uno se aferra a una visión distorsionada de la realidad, si uno piensa, por ejemplo, que las cosas son permanentes y dotadas de una existencia autónoma e intrínseca, entonces sólo encuentra frustración у sufrimiento. Al ocultar el conocimiento, esta confusión nos aleja de la sabiduría: nos incita a poner la mano en el fuego mientras esperamos no quemarnos, y contribuir a nuestra adicción a las causas del sufrimiento.
La sabiduría, por otra parte, va de la mano de una adaptación a la realidad, con el discernimiento y la comprensión de los mecanismos de la felicidad y el sufrimiento. En otras palabras, la sabiduría nos permite salvar la brecha que hemos creado entre las apariencias engañosas y la realidad.
El otro aspecto de la sabiduría es el autocontrol. Una persona sabia no puede comportarse de forma errática, confusa, impulsiva e inconsistente. Tener el control de uno mismo no es comportarse de forma rígida, quedarse atascado en dogmas y normas restrictivas. La maestría significa libertad. Un marinero que es el capitán de su barco lo conduce con seguridad a través de los océanos y las tormentas. Ser amo de uno mismo significa dejar de ser un juguete de los sentimientos y un esclavo de los pensamientos tóxicos, que llevan al sufrimiento y al desencanto. En fin, todo menos la realización personal. El autocontrol va de la mano del equilibrio interior, de una mente clara y pacífica.
El sabio sabrá entonces sopesar las cosas y tomar decisiones justas, teniendo en cuenta las ventajas y desventajas que están en juego, para sí mismo y para los demás. No se halla bajo la influencia de suposiciones y prejuicios, y no superpone sus proyecciones mentales sobre la realidad. Lúcido, discernirá con delicadeza lo que es susceptible de hacer el bien y lo que acentúa el sufrimiento a corto y largo plazos. Como resultado, digno de confianza, el sabio será respetado en la comunidad en la que vive. Su libertad interior lo protege de
la vulnerabilidad y la inestabilidad que muchos de nosotros sufrimos en nuestra vida diaria. La persona sabia no se desestabilizará fácilmente por circunstancias adversas. Es, como un velero con una buena quilla que evita que vuelque al menor azote del viento.
En los textos budistas, el sabio también se compara con una montaña que permanece inalterada por los vientos. Es más, el sabio tiene un espíritu vasto en el que las preocupaciones y los peligros de la vida cotidiana (ganancia o pérdida, placer o disgusto, alabanza o crítica, anonimato o fama) parecen insignificantes.
Extracto del libro Abecedario de la sabiduría, de Alexandre Jollien, Christophe André y Matthieu Ricard.