"Pueblos sin camino"
En unos tiempos en los que el asfalto parece extenderse cada vez con más virulencia, agrandando las ciudades y ganándole terreno al campo, el retorno a la vida rural parece algo de locos románticos, de soñadores de lo bucólico, de conservadores enfrentados al progreso. “¿Qué progreso?”, cabe preguntarse: ¿El que nos encierra en pisos de 60 metros en colmenas en las que la relación vecinal es casi inexistente? ¿El que nos permite oír cómodamente la radio en el coche mientras esperamos, quizás más de una hora, a que la congestión del tráfico termine? ¿O el que nos invita a entrar en un hipermercado para comprar verduras envasadas? No es cuestión de demonizar el progreso, pero tampoco de glorificarlo. Es cuestión, quizás, de plantearse al menos por qué queremos vivir en las ciudades. A partir de ahí las respuestas pueden ser variadas y pueden llegar a provocar, como en el caso de Fernando, jubilado zaragozano que protagoniza el documental Pueblos sin camino (2009), una clara reacción: el deseo de volver al campo.
En España existen más de dos mil núcleos rurales abandonados. Las provincias de Soria y Huesca ostentan el triste honor de poseer muchos de ellos. Afortunadamente, algunos despoblados han conocido en los últimos años nuevas oportunidades y con distintos objetivos: educativos –Granadilla, Umbralejo, Bubal-, vacacionales –Morillo de Tou, Ligüerre de Cinca-, ecológicos –Matavenero-, naturistas –El Fonoll… En los años 80, un grupo de pioneros, jóvenes con deseos de vivir de otra manera, lejos de la ciudad y más acordes con la naturaleza, repoblaron tres pueblos oscenses: Aineto, Ibort y Artosilla. Este documental sigue a Fernando, que desea instalarse en uno de estos lugares, siendo Artosilla finalmente el más adecuado. Para ello contará con la ayuda de los habitantes, miembros de la asociación Artiborain que engloba a los municipios que lo guiarán en el proceso de incorporación y adaptación al nuevo modelo de vida. Como ya hiciera El viaje inverso (Lorenzo Soler, 2007), Pueblos sin camino demuestra que el cambio de paradigmas es posible.
Interesarse desde el cine por el tema de la despoblación (o de la repoblación) es asunto de valientes, sobre todo porque se sabe de antemano que la película ha de interesar a un núcleo reducido de espectadores, aquellos a los que les sigue interesando el mundo rural (y no me refiero a los “rurales de ocasión”; esto es, los turistas). Además parecen productos relegados a festivales muy especializados, cuando lo cierto es que, por ejemplo en el caso de Pueblos sin camino, el hecho de estar localizado en Huesca no impide que el tema de la posibilidad repobladora pueda extenderse al resto del país, ya que despoblados hay en toda España, como podemos comprobar en la web www.pueblosabandonados.es. Pero además del carácter alentador, ya importante, de Pueblos sin camino, de su mensaje ecologista e incluso de su labor historiadora, el acierto de su director, Jorge Tsabutzoglu, reside en centrar la historia alrededor de un hombre que desea reinventarse, con la riqueza temática que esto conlleva. Se aleja algo este Pueblos sin camino de ese otro documental de TVE, magnífico por otra parte, llamado Tierras de Trapalanda, también centrado en el colectivo Artiborain pero de intención más informativa y formato más convencional (entrevistas a cámara intercaladas con imágenes del quehacer diario). La cámara de Pueblos sin camino se sitúa como observadora para captar las relaciones humanas entre los personajes y especialmente las emociones de Fernando, cuya voz, por cierto, está en perfecta consonancia con la paz que viene buscando.
Por eso sorprende que no se haya visto más Pueblos sin camino, cuya única pega es su corta duración, y que en Andalucía, tierra de su director, malagueño, se le haya hecho un caso más bien omiso, posiblemente porque, como decíamos, no trata de una zona andaluza, sino oscense. De ser este el motivo se olvidan, pues, de que el tema fundamental de la película es universal y lo mismo se da en Huesca que en Andalucía: el deseo de empezar de nuevo.
Texto: José Manuel Serrano Cueto.
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