"Marcos, el lobo solitario", de la Sierra y a la ciudad
Marcos Rodríguez Pantoja vivió doce años, de los 7 a los 19, en la cordobesa Sierra de Cardeña y Montoro, la mayor parte del tiempo solo, sobreviviendo en un entorno natural de gran belleza pero de incontables peligros, con los lobos aullando y cazando por doquier. Su historia fue llevada a la ficción del cine por Gerardo Olivares en Entrelobos, pero al director, que procede del mundo del documental, todavía le quedaban cosas por contar, como quién es Marcos en la actualidad.
No es muy común, salvo en las subproducciones, y generalmente de género, que un director ruede más de una película a la vez. No es que sea este el caso de Gerardo Olivares, ya que él no había pensado hacer un documental hasta después de Entrelobos, pero resulta insólito, en cualquier caso, que una película de ficción genere luego un documental del mismo director, sobre el mismo personaje y que, además, funcione como diario de trabajo expuesto al público. No hablamos, en este caso, de un “making of” más o menos elaborado, sino de una película con derecho propio, un “cine dentro del cine” que viene a completar lo que la ficción quiso dejarse fuera. Así, Marcos, el lobo solitario se descubre, en un loable ejercicio cinematográfico-circense, como precuela y como secuela, narrando el antes de la historia ficcionada y su después, haciéndonos partícipes, algunas recreaciones mediante, de la idea, la búsqueda y su ejecución, todo un ejercicio para las escuelas de cinematografía. Pero, si bien esa es trama metacinematográfica ya resulta del todo sugerente (apunta a “thriller de carretera”), Olivares, siempre generoso, no se convierte en el protagonista de su propia película, sino que le da el lugar que merece a su “biografiado”, ese niño convertido en hombre que sigue siendo niño.
Marcos, el lobo solitario cuenta además con otra virtud y es que sabe poner el foco en dos hombres fundamentales tanto para Marcos como para el propio Gerardo: el antropólogo Gabriel Janer Manila, la primera persona que se interesó por la historia de ese niño salvaje de Córdoba y que representa el lado racional, y Manuel, policía retirado que lo acogió en su propia casa cuando Marcos deambulaba con futuro incierto por las calles de Fuengirola y que representa el lado emocional. Manila publicó una tesis sobre Marcos en los años 70 y se quedó ahí hasta que Olivares llegó a ella en su búsqueda de información. Gracias a la capacidad de convocatoria del cine (no mucha hoy en día, pero más que una tesis…), el caso fue popularizado. La presencia del antropólogo en el documental es esencial porque desmitifica y aporta la lógica necesaria a una historia que tiende a lo bucólico. La relación que Marcos entabló con la naturaleza, preciosa en cualquier caso, se entiende, desde el punto de vista de Manila, por la necesidad del niño de adaptarse a su entorno, de convertirlo en su hogar, de fantasear con la posibilidad de comunicación con los animales (de socialización, al fin y al cabo, intuyo). Por otro lado, la figura del ya fallecido Manuel, uno de los grandes hallazgos del documental, máxime en estos tiempos grises en los que se necesita saber que hay personas solidarias, altruistas, buena gente en definitiva, subraya esa indudable fuerza emocional que posee “per se” tan extraordinario suceso. Manuel fue quien hace algún tiempo sacó de la marginación a Marcos, un indigente en tierras andaluzas, y le propuso compartir su casa en Galicia, donde el antaño niño salvaje ha podido vivir cómodamente. A Manuel le costó mucho adaptarse a la personalidad de Marcos y, según su testimonio, solo comenzó a comprenderlo cuando comprendió que no se trataba sino de un “niño grande”. Si no fuera por Manuel, quizás Marcos seguiría siendo hoy un vagabundo al que tachar de loco, un sin techo que narraría sus andanzas con los lobos para unos pocos interlocutores recelosos. Si Manuel no interviene en la vida de Marcos, quizás Gerardo, o el detective al que contrató, jamás hubiera dado con su paradero.
Marcos, el lobo solitario se estrenó en la Cineteca de Madrid hace unos días, con Marcos y Gerardo Olivares presentes. Tras la proyección, el protagonista de la noche se encontraba un tanto taciturno, apenas se vislumbraba en él ese sentido del humor del que hacía gala en pantalla. Desconozco la razón de su seriedad. Intervine en el coloquio para expresar que valoraba mucho el acto de Manuel, que me parecía loable que aún hubiera gente anónima capaz de brindarle a un extraño la oportunidad de encauzar su vida. Esa noche, Marcos no estaba muy por la labor de alabar la humanidad de nadie y dijo, un tanto triste, que nadie hace nada por nada, que él ya no confía en nadie y que todo el mundo cobra, de algún modo, por lo que da. No le faltaba razón, ciertamente, pero hay tomas y dacas realmente saludables. No obstante, confieso que me molestó un poco su respuesta, porque me había emocionado Manuel, o al menos a ese Manuel al que pude conocer en el documental, género (o modalidad) que, por mucho que lo intente, nunca puede ser verídico del todo desde el mismo instante en que el director decide qué mira y qué muestra. Más tarde, ya fuera de la sala, en ese mismo mágico momento en el que las películas, ya apagado el proyector, comienzan a tomar significados y se hacen más claras, como si comenzara a surgir del subconsciente la verdad (una verdad subjetiva, por supuesto), pude comprender profundamente el pesimismo de Marcos. No podemos esperar que un hombre que ha sufrido tanto, cuya infancia, esa edad donde se forjan los hombres y las mujeres, transcurrió entre la falta de afecto, el aprendizaje básico (sobrevivir) a bocajarro y la realidad desvirtuada, que luego fue escupido a una sociedad que tampoco lo acogió como a un hijo, al que los incrédulos le negaron el pasado (que es casi como la muerte); no podemos (no puedo) pretender que Marcos sea capaz de valorar la acción altruista de Manuel de la forma merecida. Más injusto que esto sería exigirle un agradecimiento profundo a este hombre que se crió salvaje. Y, al final, si somos capaces de comprender esto, el aprendizaje es de un calado importante: hay conocer y aceptar al ser humano con sus muchos defectos, máxime cuando a este ser humano concreto se le ha privado desde muy temprano del cariño y del amor. Podría haber sido mucho más trágico el destino de Marcos, podía haberse forjado en él otro tipo de persona, del todo huraña, misántropa, despectiva. No lo es. Quizás la razón radique en que tuvo, y ahora sí, algo que los demás no tuvimos: la oportunidad no de vivir, sino de ser parte misma de la naturaleza, una pieza más en el engranaje de aquel rincón de la sierra. Estoy convencido de que si a él la naturaleza le ha marcado tanto, a la naturaleza también le ha marcado su paso. Su cueva, cuya vuelta después de tantos años podemos ver en uno de los momentos más emocionantes del documental, y sus alrededores, no son lo mismo antes que después del paso de Marcos. Y, como muy bien se dijo en el coloquio, sería de recibo que el lugar tomara su nombre, porque mucho le debe el lugar a Marcos.
Así pues, Marcos, el lobo solitario añade, completa, matiza la muy recomendable ficción de Entrelobos, y ambas, por supuesto, suponen un canto a esa naturaleza de la que formamos parte aunque nos sintamos por encima de ella.
Marcos, el lobo solitario se puede ver en la Cineteca de Madrid (consultar programación).
Texto: José Manuel Serrano Cueto.
Imágenes de Marcos, el lobo solitario.
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