Ya se anuncia la primavera
Mucho antes de que aparezca en el calendario, la primavera mediterránea se anuncia en el oído con un canto.
Mucho antes de que aparezca en el calendario, la primavera mediterránea se anuncia en el oído con un canto. Hacia finales de febrero, incluso a veces antes, canta el mirlo (escúchalo). A partir de este quiebro del silencio invernal aparecen el cuclillo y el ruiseñor. Más tarde emergen otros sonidos y cantos dispersos como el de los insectos, encabezado con el del grillo.
Después la primavera presenta el cambio a nuestros ojos: algunos cantos se entremezclan con movimientos, las aves surcan de nuevo el cielo o saltan de rama en rama; los insectos ovulan y se desplazan de un lado a otro. El cielo se tiñe de colores más nítidos; los árboles y los vegetales, se abren y muestran nuevas hojas y brotes de verdes suaves y tiernos. Finalmente arriba al sentido del olfato en forma de aroma desconocido; se percibe fugazmente, se deja intuir el cambio primaveral.
El mundo comienza la danza que se manifiesta después de la calma. Todo se agita, cruje, vibra, se excita, palpita, se menea, se estremece o se sacude. Lo que vive pone delante de la inmensidad de la naturaleza un signo de presencia positivo. Un deseo de vivir, de crecer, enamorarse y aparearse surca el universo. ¡Ha llegado la primavera!
La única estación del género femenino, la fuerza de la vida que empuja a los seres vivientes al movimiento. La que pone en danza no solo el entorno, sino nuestros sentidos, que mezclan sus percepciones: de pronto huele a verde, hay luces que cantan, sonidos que producen cosquillas. Los sentidos, a fuerza de estímulos cambiantes y continuos, se sobreexcitan como el vaivén inacabable del mar, el temblor de la montaña, el colorido de los parques o el traqueteo de nuestras feromonas y testosterona.
El 21 de marzo el equinoccio de primavera equipara la noche y el día. El sol sale a las seis de la mañana y se pone a las seis de la tarde. A partir de ahí el día se alarga en detrimento de la noche hasta el solsticio de verano. Aunque no tan salvajes como en el equinoccio de otoño, aparecen las lluvias.
Al final de marzo y principio de abril la nieve se funde en las montañas y con la lluvia fluyen las fuentes placenteras, que formaron durante años parte de la mitología del mediterráneo. Se iba a merendar a las fuentes o de excursión y se creaba un pequeño espacio idílico a su alrededor.
Abril es un mes en que los momentos se volatilizan. Pasa un momento y el siguiente ya es distinto al anterior, pero lejos del tono dramático de mayo, abril pasa con ternura, cuidado y sin levantar mucho ruido a su paso: un color finísimo en el cielo, el sol flojo y acariciante que intenta romper las nubes. Llueve y hace sol a la vez. El verde de los pinos se abrillanta, se barniza tocado por la luz, se irisan las puntas de las agujas del pinar. El aire se llena de un aroma nuevo y desconocido que en el momento en el que se hace consciente ya se fue; una caricia del viento; percibimos perfume de tierra y de sabia de árbol; el olor de hierba; la adherencia de la vida.
Después del tiempo de Cuaresma, de ayuno y abstinencia, aparece la fiesta más primaveral: La Pascua sigue a los fenómenos naturales, como la mayoría de las fiestas de nuestro calendario gregoriano, continuación de los calendarios egipcios y romanos. Desde el concilio de Nicea, en el año 325, la Pascua se sitúa en el primer domingo posterior al plenilunio que sigue al equinoccio de primavera.
El mes de mayo es el rey de la primavera, el mes de las flores y de Maria. Aunque el tiempo es impredecible como recuerda el refrán “Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo”, el cielo de mayo es bellísimo. La coexistencia de la lluvia con el sol crea juegos de luz, latidos de atmósfera de fugacidad ondulante. Quizás los cielos más bellos son los que dejan coexistir los castillos de nubes moradas y de color mostaza con azules limpios y tiernos. El cielo versátil modifica los colores de la tierra, vestida de la gama más amplia de verdes que conocemos y ennoblecida con un arco iris de flores que van desde la rosa a la retama, de las margaritas a las dalias, produciendo una fascinación a su paso que se completa con el perfume que desprenden y llena el aire.
El tiempo de madera. La primavera es el triunfo del mundo vegetal de lo que constituye y conforma su fuerza, potencia y energía: la madera. La necesidad de vivir y crecer es su característica primordial. Es imposible destruirla, se la encuentra en los sitios más inverosímiles, brota en cualquier muro viejo, aparece en un desierto después de esconderse durante años, o germina en las semillas que han dormido ocho milenios en una tumba egipcia.
Las cualidades del tiempo de madera las observamos en plantas de jardines, balcones, parques, montañas y valles de nuestro entorno. Cada una de ellas posee un diseño y una forma especiales, florecen los más diversos vegetales con un color específico para cada uno de ellos, con un olor que los diferencia y, los comestibles, con un sabor que los distingue. Así sucede también en el ser humano, cada uno de nosotros posee una forma, fuerza y energía afirmativas, especiales e irrepetibles. Y como las plantas nacemos con una necesidad imperecedera de reproducirnos, de dar pie a la vida y afirmarla con nuestras acciones.
El tiempo de madera, a pesar de su fuerza competitiva, no es un tiempo de agresión. Abundan más las plantas que sanan que las venenosas, son nuestra primera farmacia. Cuando están en un campo poseen un alto sentido de cooperación y comunidad, en un vive y deja vivir ejemplar.
Junto con la urgencia de una expresión individual, la capacidad de coexistencia armónica es el aspecto más importante del tiempo de la madera en el ser humano. Es tiempo de ser adaptables y flexibles preservando nuestra vitalidad. Cualidades que producen armonía tanto en sociedad como en solitario. Como los árboles que pueden adentrarse cincuenta metros en la tierra para buscar agua o proyectarse otros cincuenta hacia el cielo en busca de luz.
Por último, el tiempo de madera es el de la organización que permite la expresión eficiente de la energía que se desata en primavera. Por eso es importante ordenar y distribuir nuestra energía de manera que podamos utilizarla más eficazmente para llegar lo antes posible a nuestro propósito de vida, a esa vocación para lo cual somos elegidos o llamados. La distribución comporta el almacenamiento: recolectar, juntar, eliminar y retener información que luego estará preparada para su utilización. Lo cual no debe confundirse con controlar. Quien controla impone, somete y pierde la espontaneidad de los dones que se le ofrecen.
Movimientos espirituales de la primavera: Purificación, atención y sintonía. Con la llegada de la primavera, iniciamos el proceso de purificación, nos desintoxicamos del invierno: en el cristianismo se conoce como el tiempo de ayuno y abstinencia. El ayuno ha tomado en nuestros días distintas formas, desde la dieta del agua o los líquidos a la de los vegetales pasando por formas más sofisticadas de ayunar. Su objetivo es la depuración y la limpieza interior para iniciar la nueva etapa con los sentidos aguzados y atentos.
Estar atento precisa, por una parte, la labor de reconocimiento de quienes somos y adonde vamos, aquello que nos hace felices a nosotros y a los demás. Y por otra, la observación y el intercambio con el entorno como acto de amor, que es el que cohesiona a la naturaleza. Sólo el acto de amor empuja el flujo de la energía, la multiplica y acumula permitiéndonos canalizarla y disfrutarla para crear aquello que deseemos.
La primavera es de una generosidad tan abrumadora que no precisamos esfuerzo para ser agasajados por ella. Como cualquier época de fuertes cambios es el momento de aplicar el mínimo esfuerzo a nuestra vida. Así como las olas del mar no se esfuerzan en ir y venir sino que van y vienen o los peces no se esfuerzan en nadar sino que nadan, es propio de la naturaleza humana hacer que nuestros sueños se manifiesten en forma física, sin esfuerzo. Es la sintonía con nuestros sentidos, con el objetivo que tenemos en la vida y con nuestro entorno el que nos permite funcionar sin roces, espontáneamente.
Sonidos. En primavera, al alba, cuando el día clarea es el momento elegido por los animales de más volumen para elevar su canto: asnos, yeguas y caballos, toros y vacas; perros y gatos; gallinas, gallos, ocas y patos; codornices y perdices; tordos y búhos; cabras y ovejas; conejos y liebres presentan las mejores lecciones de canto. Son emanaciones del amor más puro y primigenio. Para perpetuar la especie lo primero que hacen es cantar.
En la noche los sonidos de la primavera inician su fiesta. En las de mayo se oye el hormigueo de los insectos sobre las hierbas húmedas, el sonido del viento entre las ramas espesas de los árboles, el movimiento de los trigales. En las ciudades el despertar de las fiestas, la celebración de la vida. El paso lento y seguro desde el sigilo invernal a la algarabía estival.
Olfato. En el Mediterráneo, al contrario que en los países nórdicos, incluso en el profundo invierno podemos sentir el aroma que desprenden los brotes verdes de árboles y plantas que sobreviven al frío invernal. Desde la hibernación, el aire en general huele distinto, las plantas del balcón desprenden el aroma fresco de quien aborda una nueva etapa. Se funden con el entorno, se acicalan con el agua de lluvia y desprenden sus perfumes para seducir a las abejas y despertar la sensualidad humana.
Las primeras horas de la mañana son uno de los momentos más sublimes del día, sale el sol, se produce el rocío matinal y el aire es agradablemente fresco, limpio y aromático.
Gusto. En primavera el sentido del gusto reconoce las nuevas frutas y verduras que vienen acompañadas de sabrosos olores y vivos colores, y que la tierra mediterránea trae con generosidad. Se inicia con los fresones de Huelva y continúa poblando nuestros mercados en un no parar de novedades. Algunas tienen un tiempo de vida corto, como los albaricoques y las cerezas y otras, más largo, como los melocotones. En primavera reina la huerta en nuestras casas. Brevas en junio, ciruelas, frambuesas, terminan el kivi, el limón, reina el melocotón en todas sus facetas, el melón, la sandía, la nectarina, el níspero.
Berenjenas, brócoli, calabacín, calabaza, cebolla, coliflor, espárrago, espinaca, judías verdes, lechugas de todas clases, nabo, pepino, pimiento, puerro, rábano, remolacha, repollo, tomate y zanahoria entre las verduras.
Tacto. Cuando vamos por la calle nuestra piel entra en calor más fácilmente propiciando el contacto con el exterior. Es tiempo de envolverse con capas de vestidos como una cebolla. En una misma tarde, tan pronto puede refrescar como sorprendernos el calorcillo. Es tiempo de sorpresas, asombro y maravillas.
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