Vida interior de invierno

15.1.2015
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En los días más fríos del año es normal sentir la necesidad de pasar más horas en casa, reducir el nivel de actividad y descansar. Siempre que no vayan acompañadas de sentimientos negativos, esta tendencia hogareña quiere decir que nos estamos adaptando perfectamente al invierno.

Si en el verano es normal volcarse hacia fuera, moverse y relacionarse, en invierno lo es aquietarse, interiorizar y reencontrarse con lo que es realmente importante. 

Es más o menos lo mismo que ocurre en la naturaleza. Muchos animales hibernan, las plantas pierden las hojas y refuerzan sus raíces. Es, por tanto, el tiempo ideal para iniciarse en las prácticas meditativas (zen, yoga, vipasana...) o para permitirse de tanto en tanto un día de soledad, silencio y descanso en casa, observando con serenidad los pensamientos y emociones que salen a la luz. 

La interiorización no es sinónimo de aburrimiento o tristeza. Implica soñar despierto, elaborar fantasías y asociar ideas libremente. Es tiempo de confiar en la intuición y fraguar proyectos que quizá se realicen más adelante. La mirada hacia dentro puede ir también acompañada, por ejemplo, de una búsqueda de calor y alegría en las relaciones íntimas y en la familia. Pero es cierto que si hay conflictos latentes, pueden salir a la superficie. Afrontarlos es un reto oportuno, si se desea que en la primavera se produzca un auténtico renacimiento. 

Otro aspecto de la vida interior invernal es la necesidad de recuperar el orden exterior y el interior. Proponerse introducir más coherencia, claridad y limpieza en la vida representa buscar la armonía entre cuerpo, pensamientos y sentimientos. Esto no quiere decir que haya que volverse rígido e inflexible. En muchos casos la prioridad puede ser precisamente deshacerse de la excesiva rutina e introducir un poco de improvisación. 

La auténtica garantía para que el invierno pase felizmente acaso es la actitud. Disfrutar de cada día, haga la temperatura que haga, llueva o nieve, es la mejor manera de asegurarse una buena salud, pues el estado de ánimo influye de forma fundamental sobre las defensas del organismo. 

Las personas que se agobian, aunque tomen todas las precauciones, es más probable que resulten afectadas por un virus oportunista. En cambio, la gente que se adapta de buen grado a las circunstancias y encuentra tiempo y ganas para disfrutar de la vida es más resistente.

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