Un mundo de mentiras sobre el cambio climático y otras cosas
A lo largo de la historia, la mentira ha tenido sus días de gloria, pero su alcance era razonablemente limitado por la dificultad de transmitirla a gran número de personas.
Hoy los grados de la mentira no han cambiado, pero su alcance se multiplica por factores enormes debido al gigantesco número de receptores de la información en un mundo hiperconectado.
Si la transmisión de “La Guerra de los Mundos” de Wells por Orson Welles en los EEUU en Halloween de 1938 desató cierto pánico, escaso, porque poca gente escuchaba aquel programa, hoy las mentiras se propagan a millones de personas a través de múltiples medios de comunicación.
Un político en paro sugiere que la voluntad de un par de millones de personas se debe imponer a la de 43 millones: Sencillamente porque es su voluntad. Es como si 2 millones de personas hubiesen votado que robar es legal. O que se debe circular por la izquierda en una parte de España, y debe cumplirse esa decisión “soberana”.
Otro político, este ejerciendo un poder inmenso, sugiere que los inmigrantes son malvados, y 30 millones de personas le creen.
Cada persona cree lo que quiere creer. El mecanismo comienza en la infancia, y normalmente las creencias se reafirman con la comunicación con aquellos que piensan igual que uno y éste confía en ellos.
El pensamiento crítico es muy difícil de desarrollar, pues exige absorber información de muchas fuentes y analizarla de manera detallada. El principio de eficiencia en la mera supervivencia exige seguir los caminos trillados. Pocas personas dedican tiempo a analizar sus informaciones, pues precisan de toda su energía y capacidad intelectual para, meramente, sobrevivir.
Así se extienden los negacionistas, de cualquier cosa, y en particular, del cambio climático. Estas personas rechazan el estudio del problema y sencillamente asumen cualquier argumento que va en contra de la realidad. Por ejemplo, una persona que sale a fumar un cigarrito de vez en cuando en el jardín del edificio de Ciencias de mi Universidad, me dice, cuando hace frío: “¡Si, si, vaya cambio climático!”. No me dice nada cuando hace 40ºC en Madrid.
Recientemente recibí un artículo de un negacionista, que mantenía que es mentira que:
1) El planeta está en máximos históricos de temperatura.
2) La temperatura está determinada exclusivamente por el CO2 producido por la actividad humana.
3) Las consecuencias del cambio climático serán catastróficas.
4) Existe un amplio consenso científico al respecto.
Los que lean ese artículo (publicado en la revista Expansión) se regodearán, o se regodearon al considerar esas cuatro afirmaciones, falsas según su autor.
Pero esas afirmaciones tienen problemas, y esos problemas no los asumen sus lectores.
Ningún científico afirma que estamos en máximos de temperatura en el planeta, si consideramos la historia del mismo. Como científico quiero comunicar que ha habido etapas en los 3.000 millones de años anteriores, en las cuales la temperatura del planeta ha sido mucho mayor que la actual.
Sin embargo, si es cierto que la temperatura actual ha subido considerablemente en los últimos 200 años, y que lo que es cierto es que el ritmo de subida ha sido mucho mayor que otros anteriores.
Ningún científico afirma, en ninguna publicación, que la temperatura de la superficie del planeta esté determina exclusivamente por la concentración de CO2 producido por los seres humanos.
Ahora bien, el resto de causas de la temperatura de la superficie del planeta se mantiene constante. La concentración de CO2 sube en la atmósfera, pues no paramos de quemar compuestos de carbono. Es científicamente claro que este aumento de concentración del CO2 en la atmósfera (la mitad del que producimos los seres humanos) provoca un aumento de esa temperatura. Pero ésta depende de muchas otras causas.
Ningún científico afirma que las consecuencias serán una catástrofe del tipo de la desaparición de la raza humana. Pero si seguimos aumentando la temperatura, este aumento hará fundirse los hielos, primero del Polo Norte, incluyendo Groenlandia, y luego los del Polo Sur. Y esto será catastrófico, no para la especie humana, pero sí para la civilización humana. Por ejemplo, si seguimos aumentando la temperatura de la superficie del planeta, subirá el nivel del mar, y esto implicará, con seguridad, la destrucción del parque de viviendas en la costa de España. No es una catástrofe geológica, pero si una pérdida de patrimonio de carácter inmenso.
No hay 30.000 científicos que se dediquen al estudio del clima que rechacen la realidad del cambio climático. De hecho, no hay 30.000 científicos dedicados al estudio del clima. Habrá, más o menos, unos 10.000 de ellos. Y el 99% de estos saben, sabemos, que ya hemos causado un cambio climático (en la circulación de los vientos y las trayectorias de las borrascas) y que este cambio va a ir en aumento, pues la humanidad sigue en su orgía de quemar hasta la última gota de petróleo, el último centímetro cúbico de gas, el ultimo gramo de petróleo.
Los que no quieren dejar de quemar carbono, a pesar de los enfisemas pulmonares de las ciudades contaminadas, se alegran con esas negaciones. Es lo mismo que un un fumador empedernido que en medo de un espasmo de tos, enciende un nuevo cigarrillo, y afirma que la tos que le está llevando al cáncer de pulmón, es de un resfriado y no tiene que ver con la adicción que le está matando. Lo mismo que un heroinómano que se inyecta una y otra vez la droga en las arterias.
El que ha votado por el Brexit, el que quiere una independencia milagrosa, aquel que insiste en que si se van los emigrantes, en una población que no tiene hijos, no quiere trabajar en los campos, no quiere recoger las basuras, va a vivir en la gloria, y va a volver, en Inglaterra a fabricar coches y a trabajar en las acería, quiere soñar con otro mundo. Lo mismo que los que propagan las ideas del ISIS, o DAESH, quieren volver, sin poder, a la Edad Media. A una Edad Media, pero con facebook, whatsapp y cuartos de baño.
Lo asombroso no es que se propaguen las mentiras, las falsedades. Los seres humanos siempre han rezado a sus dioses, en Mesopotamia, y en Egipto, en China y en Grecia, para que acabe la sequía, por ejemplo.
Lo asombroso es que esto ocurra en las primeras décadas del siglo XXI.
Es claro que la educación que hemos dado a los humanos actuales, y la que estamos dando, es un fracaso. Que un financiero de postín, con millones en el bolsillo, sea capaz de aceptar esas falacias, es síntoma de que millones de personas no han sido capaces de desarrollar sus mentes en las escuelas de que dispone la humanidad.