¿Por qué no nos sirve “el anticiclón de las Azores”?

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Llevamos una etapa muy larga de sequía. Llueve un día, dos días, y luego, semanas de “buen tiempo”.

La razón, se dice, el “anticiclón de Azores”, “hay un anticiclón sobre España”… Pero ¿por qué se sitúan los anticiclones donde lo hacen y por qué este año (y los cinco anteriores) tenemos anticiclones en otoño extendiéndose hasta diciembre?

Entrepeñas, cabecera del Tajo y fuente de agua para el trasvase al Segura.  

 

Anticiclones y borrascas no son más que las expresiones lingüísticas de la circulación atmosférica. Esta circulación se produce en primer lugar por la convección del aire recalentado al contacto con el agua caliente de los océanos en el ecuador. El aire sube y se desplaza al subir hacia ambos Polos, dependiendo del hemisferio donde se realice la subida. Conserva la velocidad hacia el Este del Ecuador, que es mayor que esa misma velocidad en latitudes mayores. Así, en su ascenso el aire se desplaza hacia el Este y se forman las corrientes de aire de Oeste a Este en altura desde las líneas de los trópicos a los Polos.

Ese viento se dispone en celdas latitudinales y se acelera debido a la diferencia de temperaturas entre el Ecuador y ambos Polos, como se acelera en aire en las habitaciones sobre los radiadores. La máxima aceleración se produce en el punto latitudinal de máximo gradiente de temperatura entre el Ecuador y cada Polo.

El gradiente es intenso cuando el Polo (nos centramos en el Polo Norte, que es el que tiene influencia sobre España) está muy frío, y es más débil cuando el Polo está a mayor temperatura. Hace 50 años, estas situaciones se producían en invierno y verano, y consecuentemente los vientos circulaban, en altura, con fuerza y sin meandros en invierno, y más lentos y con meandros no muy grandes en verano. 

Hoy el Polo Norte está muy caliente (relativamente a su posición latitudinal):

Y, por tanto, la diferencia de temperaturas entre Ecuador y Polo no es grande, teniendo en cuenta, además, que el Sol se encuentra casi en el Trópico de Capricornio, en el Hemisferio Sur.

Los meandros de este Diciembre corresponden a los de los veranos de la mitad del siglo XX (entonces también había sequías ¿cómo no?, la “pertinaz sequía” de 1944), pero no se utilizaba hasta la última gota de agua para regar los campos). No son la circulación tendida de los inviernos de hace, digamos, 10 años. 

La situación es irreversible en la escala de generaciones humanas, pues una vez eliminado el hielo, la tundra libera metano en cantidades crecientes, y el suelo al norte del Círculo Polar Ártico no se enfría en invierno, pues el hielo es un aislante perfecto, y una vez vuelve la primavera, el deshielo avanza hacia el norte. Al ocurrir esto, la Tierra absorbe toda la radiación que el hielo reflejaba, y se calienta cada vez más, en un ciclo con realimentación positiva. 

Los anticiclones y las borrascas se ponen donde los encontramos, no por casualidad, sino por la termodinámica de atmósfera y océanos.  Y esta termodinámica es, como en las casas, la relación entre la cantidad de calor que entra en el planeta y la que sale, y esta última depende de los aislantes en las paredes y ventanas, lo que para el planeta es la atmósfera que lo separa del espacio exterior. 

O como el calor o el frío que tenemos dentro de una cama en una habitación en invierno, sin calefacción. Más mantas, más temperatura dentro de la cama; menos mantas, más frío. Así de sencillo.