El país de las hadas
El naturalista y periodista José Luis Gallego visita el nebuloso hayedo de Irati (Navarra) en otoño. Los sorprendentes tonos azules que tiñen el bosque en esta época son captados por la cámara del fotógrafo Andoni Canela.
Amanece en Irati, el bosque de hayas y abetos más grande de Europa después de La Selva Negra alemana. 17.000 hectáreas de sombras, de árboles erguidos como espadas en guardia, sanos, rectos, en perfecto estado de salud. Una gigantesca arboleda en el corazón verde del pirineo navarro en la que cada año por estas fechas estalla la otoñada más bella de la península ibérica.
Octubre es uno de los mejores momentos del año para visitar el bosque. Por estas fechas, las hayas se visten de amarillo antes de desnudarse al viento del norte, pero al amanecer, con la luz pálida del alba y las nieblas que bajan del Ori, la selva de Irati es enteramente azul, como ha sabido captar Andoni.
Es, como veis, un azul pixelado, nebuloso, que la mirada no alcanza a separar y que acaba dando forma a una espesura cianea en la que toda leyenda encontraría acomodo. Como la de las hadas del bosque.
Este año he vuelto a Irati (el amante de la naturaleza tiene cadencia a regresar a este bosque mágico) por Ochagavía, como siempre acostumbro. En el pueblo hay una excelente oficina de turismo, buena taberna y mejores abastos de queso y fiambre de montaña, a los que el naturalista también muestra considerable afición. Fue allí donde escuché hablar por primera vez de ellas: de las damas del bosque, las hadas.
Según parece fue un pastor el que las vio por primera vez, caminando sin tocar el suelo, vestidas de gasas azules que se confundían con el azul del bosque, portando a los hombros el cuerpo inerte de una mujer: la reina Juana III de Navarra, quien al parecer murió envenenada y de la que nunca se halló su sepultura.
Sea como fuere, pues leyenda es, lo cierto es que solo existe un lugar donde pueden anidar este tipo de cuentos y encantamientos, y no es otro que la espesura del bosque, especialmente el hayedo, no digamos el de Irati, donde, si acaso existieran, tendría todo el sentido del mundo que morasen las hadas.