Pérdida de tolerancia química ¿Dos millones de afectados?
Las investigaciones científicas confirman la existencia de un nuevo y extendido problema de salud, relacionado con la exposición repetida a dosis bajas o moderadas de una variedad de agentes químicos.
La envergadura del problema es tal que obligará a un replanteamiento en el uso social de ciertas sustancias químicas, sobre todo en ambientes cerrados, para prevenir el desarrollo de la enfermedad.
El químico Nicholas Ashford, profesor del Massachussetts Institut of Technology y consejero de salud de las Naciones Unidas, y la doctora ambiental Claudia Miller, de la Universidad de Texas, afirman en su libro Chemical exposures. Low levels and high stakes (New York, Van Nostrand Reinhold, 1998) que quince millones de norteamericanos, aproximadamente el seis por ciento de la población, sufren una pérdida de tolerancia inducida por productos químicos. En Alemania están registrados 10.000 pacientes, aunque si se extrapolan los datos americanos los afectados podrían ser cuatro millones. En España, de aplicarse el mismo porcentaje, los afectados serían aproximadamente dos millones de personas, pero no existen estudios de incidencia.
Según la doctora Neus Moreno, responsable del Departamento de Salud Laboral del sindicato Comisiones Obreras en Cataluña, el caldo de cultivo de la enfermedad son los edificios herméticos o mal ventilados, en los que se realizan tratamientos contra las hormigas, las moscas, las cucarachas o las ratas con plaguicidas organofosforados, piretroides y carbamatos.
A estos agentes químicos se suman los productos desinfectantes, detergentes y disolventes, como los empleados en pinturas y colas para la instalación de suelos, paneles y fabricación de muebles.
Estas sustancias se aplican en prácticamente todos los edificios de uso público, como fábricas, oficinas, supermercados y grandes almacenes, cines, hospitales, gimnasios, laboratorios, colegios e incluso los edificios de viviendas... Incluso el hogar puede convertirse en un lugar peligroso si se utilizan insecticidas, barnices, pinturas, colas y productos de limpieza agresivos sin tomar precauciones.
DOSIS BAJAS
La exposición en espacios cerrados a dosis bajas o moderadas de las sustancias mencionadas durante días, semanas, meses o años puede provocar una serie de problemas de salud que se escapan a los conocimientos médicos habituales. Según expertos consultados por Integral, los daños afectan al sistema nervioso, especialmente al central, y en algunos casos a la esfera neurológica relacionada con el comportamiento (con síntomas como pérdida de memoria, dificultad para mantener la atención o para expresarse de forma coherente). Estos problemas neurológicos pueden ir acompañados de disfunciones de los sistemas inmunitario y hormonal. Algunos de estos daños pueden ser permanentes.
La relación de causa-efecto entre la exposición y la enfermedad ha sido reconocida
en los últimos años en España a varios trabajadores, a los que se ha concedido la invalidez laboral por este motivo, pero en ocasiones resulta complejo establecer el vínculo, ya que los trastornos se han desarrollado tras una exposición a bajas dosis durante un tiempo indeterminado.
EFECTOS DE TODO TIPO
Según la doctora Carme Valls, del Centro de Análisis y Programas Sanitarios, que trata en Barcelona a una cuarentena de afectados, los síntomas más frecuentes son fatiga, alteraciones del ciclo menstrual, impotencia, dificultad de concentración, pérdida de memoria, debilidad, malestar, dolor de cabeza, náuseas, irritación de las mucosas, mareos, asma, asfixia, palpitaciones y arritmias, manos y pies fríos, hormigueos, dolores en las articulaciones y musculares....
Buena parte de los pacientes, un 80 por ciento aproximadamente, según la doctora Valls, presentan también una hipersensiblidad química que les impide llevar una vida normal. Reaccionan con ahogo, náuseas y mareos ante la más mínima presencia de detergentes, perfumes, humos de coche o tabaco, desinfectantes, insecticidas, colas... Esta peculiaridad es la razón de que se haya denominado “sensibilidad química múltiple” a una enfermedad que también ha sido bautizada con los términos “enfermedad del siglo XX”, “alergia total”, “enfermedad ambiental”, “síndrome petroquímico”, ”enfermedad ambiental idiopática”...
DIFICULTAD DE DIAGNÓSTICO
A pesar de que los síntomas son muy numerosos y afectan a diferentes sistemas, las pruebas de diagnóstico habituales (exploración convencional, análisis de sangre y orina, rayos X) no son capaces de encontrar daños concretos. Pero el mayor obstáculo para una diagnóstico correcto es que los médicos no suelen relacionar posibles alteraciones con la exposición a agentes químicos, ya que para hacerlo son necesarias exploraciones muy dirigidas que deben ser evaluadas por médicos con formación y experiencia en riesgo químico. En nuestros país no hay demasiados profesionales con experiencia en este campo.
La dificultad para probar los daños físicos ha llevado a que expertos en distintas disciplinas aseguren que se trata de una alteración mental. Algunos psiquiatras han escrito en revistas médicas que se trata de una adaptación de la neurastenia, ya descrita desde el siglo XIX, y alergólogos, inmunólogos, toxicólogos y neurólogos se apuntan a la teoría, dada su incapacidad para explicar el fenómeno con los conocimientos tradicionales de su disciplina.
En la formación de esta opinión ha desempeñado un papel importante la presión de la potente industria química, que ha intentado defender sus intereses ante las reclamaciones de las personas afectadas (Monsanto, Procter and Gamble, Dow Elanco y otras empresas con intereses en la producción de agentes químicos han creado un Instituto para la Investigación de Sensibilidades Ambientales cuyo principal objetivo es demostrar que los afectados sufren trastornos psicológicos).
A LA ESPERA DE UN PROTOCOLO
En el terreno científico, la situación se puede comparar con la planteada por los enfermos de VIH antes de que se descubriera el virus causante, cuando los enfermos lo eran de sarcoma de Kaposi, de gripe, de neumonía o de un trastorno inmunitario. Sin embargo, la doctora Valls confía en que pronto se podrá establecer un protocolo, un estudio tipo, para diagnosticar la enfermedad, basándose en la experiencia acumulada con más casos.
La doctora Valls explica que en los pacientes expuestos a plaguicidas organofosforados y carbamatos se aprecia frecuentemente una inhibición de la enzima colinesterasa, que se traduce en un predominio del neurotransmisor acetilcolina y en consecuencia, en un estimulo del sistema parasimpático, que se corresponde con una bajada en los niveles de las hormonas adrenalina y noradrenalina. También se registran alteraciones en las imágenes obtenidas mediante escáner SPECT (Single-Photon Emission Computed Tomography), en los potenciales evocados y otras pruebas neurofisiológicas.
PERSONAS CON MAYOR RIESGO
Un aspecto que dificulta la comprensión de la enfermedad es que no todas las personas sometidas a las mismas condiciones tienen la misma respuesta de contaminación ambiental y desarrollan problemas de salud. En esta susceptibilidad pueden desempeñar un papel la bioquímica individual, la calidad de vida, la dotación genética y los antecedentes médicos personales.
Otra peculiaridad es que las mujeres parecen tener una tendencia mucho mayor que los hombres a sufrir una pérdida de tolerancia. Se ha especulado con que la mayor proporción de grasa corporal en el cuerpo de la mujer, un 15 por ciento más, puede tener una relevancia, teniendo en cuenta que los restos de productos químicos extraños se acumulan en ella. También habría que considerar la influencia de la medicación que se haya podido tomar a lo largo de la vida (se ha informado de casos en que los síntomas aparecen después de un largo período de medicación, una operación quirúrgica o un parto), y que las mujeres son mayoría en empleos de alto riesgo.
MÁS DE 40 AÑOS DE HISTORIA
Aunque el debate científico está ahora en su cima, la enfermedad no es una desconocida. El inmunólogo norteamericano Theron Randolph ya la describió por primera vez en 1956, tras comprobar la reacción de algunos pacientes ante determinadas sustancias químicas. Sin embargo, ni la enfermedad (que definió como “síndrome petroquímico”), ni la teoría explicativa fueron comprendidas por la comunidad científica, como consecuencia, Randolph fundó en 1965 la Sociedad para la Ecología Humana, que defendía la necesidad de una “ecología clínica” (en 1985, la sociedad cambió su nombre por el de Academia Americana de Medicina Ambiental (AAEM)).
Según Randolph, los agentes químicos presentes en el entorno pueden agotar la capacidad del organismo humano para defenderse de ellos. Explicaba la variedad de síntomas de los pacientes por la distinta naturaleza de los agentes químicos a que estuvieran expuestos, por la interacción entre ellos, por el tiempo de exposición y por las características bioquímicas de la persona afectada.
Esta es la explicación que continúan defendiendo los ecólogos clínicos, como la doctora Adrienne Buffaloe, del Centro de Medicina Ambiental de Nueva York, quien afirma que la sobrecarga tóxica se produce porque “fallan los procesos por los que las enzimas desintoxicantes del cuerpo eliminan las sustancias químicas perjudiciales”.
Una buena parte de los ecólogos clínicos creen que la pérdida de tolerancia se debe a un problema inmunitario. Han encontrado anormalidades en la presencia de anticuerpos, pero los resultados no son concluyentes si se comparan con los que se consideran normales en un grupo no afectado.
Actualmente, las investigaciones se multiplican en Estados Unidos debido a la presión que ejercen las asociaciones de afectados, en especial las de veteranos de la Guerra del Golfo, que sufren problemas similares. El aspecto que levanta mayores polémicas es el de la hipersensibilidad química, pues los toxicólogos no entienden por qué los pacientes reaccionan espectacularmente ante dosis muy bajas de un amplio abanico de sustancias (las pocas moléculas que son necesarias para que se aprecie un olor).
UNA NUEVA HIPÓTESIS
Los doctores Ashford y Milller, autores del libro Chemical exposures. Low levels and high stakes, defienden que los síntomas se deben a una hiperestimulación del sistema límbico, la zona más profunda del cerebro, que está asociada con los mecanismos químicos de la emoción y la percepción (existe una conexión directa entre el olfato y el sistema límbico, donde tiene lugar la interpretación de un olor). Esta alteración límbica provoca respuestas anormales de tipo neurológico, inmunitario, hormonal y de comportamiento.
La importancia de la hipótesis radica en que plantea un mecanismo para explicar un conjunto de enfermedades hasta ahora mal definidas. Es el caso del síndrome de cansancio crónico, la fibromialgia y el síndrome de edificio enfermo. De hecho, en los tres problemas de salud hay síntomas comunes y un porcentaje de pacientes que desarrollan hipersensibilidad a agentes químicos, pero sólo el último se ha relacionado con un problema ambiental (D. Buchwald y D. Garrity. Comparison of patients with chronic fatigue syndrome, fibromyalgia, and multiple chemical sensitivities. Arch Intern Med, 1994). Según la doctora Valls, “es muy probable que los médicos estén diagnosticando cansancio crónico y fibromialgia a pacientes afectados por una intoxicación ambiental”. La falta de información sobre el problema hace que los médicos no pregunten a los pacientes con cansancio o dolores sin causa conocida sobre si han estado en contacto con agentes químicos.
EL DERECHO A UNA ATMÓSFERA LIMPIA
El fenómeno de la pérdida de tolerancia demuestra que la actual saturación de productos químicos en los ambientes interiores está causando problemas de salud en un alto porcentaje de la población. La doctora Moreno reclama medidas preventivas, empezando por el cumplimiento de la legislación vigente sobre aplicación de sustancias peligrosas como los plaguicidas, pues actualmente se mezclan productos (esto significa que se puede crear un agente con efectos tóxicos desconocidos), no se respetan las dosis recomendadas ni los plazos de espera, no se ventila, no se informa a los trabajadores... Además, la precaución debería llevar a preguntarse sobre el tipo de productos que se utilizan en casa y en el lugar de trabajo y sobre si es posible sustituirlos o evitarlos.
Pero para que la situación mejore de verdad, sería útil que en la sociedad se extendiera la idea de que igual que se exigen ambientes libres de humo de tabaco, con más razón es exigible que estén limpios de restos de plaguicidas y otras sustancias químicas potencialmente peligrosas.
EN ESPAÑA APENAS HAY DATOS SOBRE LOS ENFERMOS
Datos presentados en Barcelona recientemente (1999) recogen más de cien casos de trabajadores perjudicados, con diferente nivel de afectación, por la exposición a plaguicidas en lugares de trabajo. Se trata de casos detectados en Catalunya en los últimos cinco años, desde que en 1994 diera la primera alerta un brote de empleados afectados por utilización de plaguicidas en una zona de trabajo con poca ventilación exterior.
La sindicalista y doctora Neus Moreno subraya que los casos advierten que el personal de limpieza, de seguridad y de mantenimiento es el que corre más riesgo. La razón es que por su tipo de trabajo y horario es más probable que entren en contacto con sustancias químicas aplicadas en los edificios. Por ahora, la mayoría de enfermos han sido detectados por los sindicatos, pero se desconocen los afectados entre autónomos y las personas que trabajan en el campo y en el hogar. La situación reclama que se sensibilice a los médicos de cabecera y a los servicios de urgencias para que se pueda detectar a los enfermos y mejorar su asistencia.
Francisco Marqués, director del Centro Nacional de Sanidad Ambiental, dependiente del Ministerio de Sanidad y Consumo, asegura que su centro “tiene interés en realizar estudios y aumentar la sensibilización, pero es necesario cierto consenso científico y que exista una demanda de la sociedad hacia los órganos de decisión, pues esta es la única manera de conseguir la financiación y ayudas necesarias”. “Es preciso -añade- que haya peticiones no sólo de los sindicatos que defienden a personas afectadas, sino de grupos parlamentarios que se preocupen por toda la población, porque se trata de un problema que puede afectar a todo el mundo”.
EL DRAMA DE LOS AFECTADOS
La vida de las personas afectadas por pérdida de tolerancia a una amplia variedad de productos químicos cambia radicalmente. No pueden ir al cine porque se asfixian y se marean por culpa de los desinfectantes y ambientadores que se utilizan comunmente. El perfume de un amigo les resulta insoportable y no pueden utilizar los productos de limpieza habituales. La enfermedad no sólo les incapacita para el trabajo en ambientes inocuos para otras personas, sino que les aísla socialmente. Según un estudio publicado en 1995 por la revista norteamericana Arch Environ Health, el 97 % de los enfermos abandonan las actividades fuera de casa, el 91% limita sus desplazamientos, el 89% reduce el contacto con amigos, el 77% deja el trabajo, el 97% renuncian a los detergentes, el 94% deja de utilizar perfumes, el 91% cambia su dieta, el 86% cambia sus ropas y el 69% incluso los muebles. Además de todos los cambios que deben realizar en su vida, el otro drama al que se enfrentan es la incomprensión por parte de los médicos. Dos intoxicadas en su lugar de trabajo, un hospital de Barcelona, para más inri, relatan cómo los servicios médicos no les prestaron ninguna atención: “al cabo de dos días de sentir los primeros síntomas fuimos a medicina preventiva porque ya no podíamos más, el aire nos resultaba irrespirable. Dijimos que habían desinsectado y que nos encontrábamos mal, pero nos contestaron que los productos eran inocuos y que éramos hipersensibles, que ya se nos pasaría. Lo mismo nos dijeron en el servicio de alergias, donde nos recetaron antihistamínicos. Cada día nos encontrábamos peor. Luego nos insinuaron que éramos unas histéricas...”.
Los afectados están sufriendo la falta de información sobre la enfermedad. Tras experimentar los primeros síntomas, padecen un vía crucis de consulta en consulta. Algunos pasan por una veintena de médicos sin encontrar una respuesta a su problema: del médico de cabecera al endocrino, al neurólogo, al alergólogo, al psiquiatra... y en la mayoría de los casos se encuentran con profesionales que carecen de información suficiente sobre el tema, según la doctora Neus Moreno, de Comisiones Obreras. A muchos afectados se les dice que padecen una enfermedad mental o se les acusa de buscar una renta, como en los casos en que los trabajadores defienden en los tribunales su derecho a una compensación por invalidez permanente.
Lista de productos que pueden provocar reacción a las personas sensibilizadas:
Ambientadores
Desodorontes
Lociones para después del afeitado.
Vapores del alquitrán
Humo de tabaco
Perfumes y colonias
Cosméticos perfumados
Humos de los coches
Carburantes
Productos de limpieza del hogar
Lacas y geles para el cabello
Insecticidas y repelentes
Detergentes
Rotuladores
Lacas de uñas y quitaesmalte
Pinturas, lacas y barnices
Disolventes (aguarrás...)
Champúes
Maquillaje
Las tintas de periódicos y revistas
Locales cerrados
Fuente: Adaptación de la lista publicada por Lax y Heneberger en Arch Environ Health, 1995.
APLICACIONES SIN PRECAUCIÓN E INNECESARIAS
Muchos insecticidas que se utilizan en el hogar sin apenas precauciones contienen uno o varios agentes químicos capaces de provocar un daño neurológico. Sin embargo, en la etiqueta sólo aparecen consejos del estilo “no vaporizar sobre alimentos, personas, animales domésticos, peceras y utensilios de cocina” o “en caso de accidente o malestar acuda inmediatamente al médico”, junto con el teléfono del Servicio Nacional de Información Toxicológica. Si estos productos son un riesgo, lo son aún más los utilizados por las empresas de control de plagas: contienen agentes químicos más agresivos y en una concentración mayor. Según Neus Moreno, existen empresas que ofrecen estos servicios y que no están registradas oficialmente, utilizan plaguicidas agrícolas no autorizados para uso en locales cerrados y los trabajadores no poseen el carnet de manipulador exigible. Ante la demanda de los sindicatos, el departamento de Sanidad y Seguridad Social de la Generalitat de Cataluña ha editado una hoja informativa en la que recuerda que la legislación vigente no establece ninguna obligatoriedad de realizar tratamientos de desinfección, desinsectación y desratización en empresas que no almacenen alimentos. También recomienda que se solicite a la empresa los comprobantes de su inscripción en los registros oficiales.
EL TRATAMIENTO
La doctora Carme Valls atiende a un grupo de enfermos crónicos en Barcelona desde 1996. El tratamiento es paliativo, es decir, se combaten los síntomas a medida que van apareciendo, ya que no es posible reparar los daños en el sistema nervioso central. La base de su tratamiento para estos pacientes consiste en contrarrestar con progesterona natural los efectos hormonales estrogénicos de ciertos agentes químicos ambientales, y en administrar vitamina B1 y bromoergocriptina para inhibir la hormona del crecimiento y fortalecer el sistema nervioso simpático. Además, la doctora Valls administra vitaminas y minerales buscando un efecto terapéutico e intenta controlar los problemas autoinmunes que puedan ir apareciendo, como la tiroiditis o la artritis.
Los doctores Michael Murray y Joseph Pizzorno, en su libro Enciclopedia de medicina natural (Editorial Tutor, Barcelona, 1998), recomiendan para los casos de intoxicación química un tratamiento con un gramo diario de colina y otro de l-metionina para impedir los depósitos grasos en el hígado; un gramo tres veces al día de vitamina C, para ayudar al hígado a eliminar componentes tóxicos de la sangre; uno o dos gramos de pectina, guar o salvado de avena por la noche, para impedir la reabsorción de los tóxicos que la bilis vierte en el tracto intestinal; infusiones de sello de oro, y beber dos litros de agua muy poco mineralizada al día.
Para los ecólogos clínicos, como la doctora Adrianne Buffaloe, es necesario seleccionar los alimentos y medicamentos para mejorar las funciones corporales desintoxicantes. Además conviene realizar saunas, ejercicio físico y masajes. Algunos pacientes también se han beneficiado de la acupuntura y la homeopatía. Por supuesto, se deben evitar los productos artificiales a los que se reaccionan y sustituirlos por otros naturales inocuos. Algunos expertos recomiendan una terapia psicológica para controlar la angustia y el pánico en los casos más agudos.
LOS SÍNTOMAS DE ALERTA
La población en general no está advertida de los riesgos que se corren en los ambientes cerrados donde se han realizado tratamientos químicos. Por eso muchas personas que comienzan a sentir malestar no lo relacionan con una exposición. Hay que tener en cuenta que los síntomas pueden aparecer inmediatamente después de una exposición aguda o moderada, o tras varios años de contacto. Las primeras molestias que advierten que se está expuesto a una o varias sustancias perjudiciales son:
- picor en las mucosas nasales
- lagrimeo y picor de ojos
- picor en la garganta, la lengua o los labios.
- tos seca y problemas respiratorios.
- sabor metálico.
- enrojecimiento de la cara.
- hormigueo en las manos
- ardor de estómago o pinchazos.
- debilidad muscular.
- dolor de cabeza.
- náuseas, mareos y vértigo.
Cuando se presente alguno de estos síntomas es conveniente preguntar a las personas del entorno si están sintiendo lo mismo y en cualquier caso acudir a un servicio médico o de urgencias, dependiendo de la severidad de los síntomas, donde se debe comunicar que se ha podido sufrir una intoxicación accidental por plaguicidas u otras sustancias químicas. Si los síntomas permanecen o se repiten al entrar en contacto con un espacio contaminado, es necesario evitar que la exposición continúe y acudir al médico, explicándole de la forma más completa posible el problema de que se trata. Si se trabaja en una empresa es imprescindible comunicar el problema a los representantes sindicales y a los responsables técnicos. Además, puede ser muy útil para el diagnóstico el realizar una lista de los productos ante los que se reacciona.
La envergadura del problema es tal que obligará a un replanteamiento en el uso social de ciertas sustancias químicas, sobre todo en ambientes cerrados, para prevenir el desarrollo de la enfermedad.
El químico Nicholas Ashford, profesor del Massachussetts Institut of Technology y consejero de salud de las Naciones Unidas, y la doctora ambiental Claudia Miller, de la Universidad de Texas, afirman en su libro Chemical exposures. Low levels and high stakes (New York, Van Nostrand Reinhold, 1998) que quince millones de norteamericanos, aproximadamente el seis por ciento de la población, sufren una pérdida de tolerancia inducida por productos químicos. En Alemania están registrados 10.000 pacientes, aunque si se extrapolan los datos americanos los afectados podrían ser cuatro millones. En España, de aplicarse el mismo porcentaje, los afectados serían aproximadamente dos millones de personas, pero no existen estudios de incidencia.
Según la doctora Neus Moreno, responsable del Departamento de Salud Laboral del sindicato Comisiones Obreras en Cataluña, el caldo de cultivo de la enfermedad son los edificios herméticos o mal ventilados, en los que se realizan tratamientos contra las hormigas, las moscas, las cucarachas o las ratas con plaguicidas organofosforados, piretroides y carbamatos.
A estos agentes químicos se suman los productos desinfectantes, detergentes y disolventes, como los empleados en pinturas y colas para la instalación de suelos, paneles y fabricación de muebles.
Estas sustancias se aplican en prácticamente todos los edificios de uso público, como fábricas, oficinas, supermercados y grandes almacenes, cines, hospitales, gimnasios, laboratorios, colegios e incluso los edificios de viviendas... Incluso el hogar puede convertirse en un lugar peligroso si se utilizan insecticidas, barnices, pinturas, colas y productos de limpieza agresivos sin tomar precauciones.
DOSIS BAJAS
La exposición en espacios cerrados a dosis bajas o moderadas de las sustancias mencionadas durante días, semanas, meses o años puede provocar una serie de problemas de salud que se escapan a los conocimientos médicos habituales. Según expertos consultados por Integral, los daños afectan al sistema nervioso, especialmente al central, y en algunos casos a la esfera neurológica relacionada con el comportamiento (con síntomas como pérdida de memoria, dificultad para mantener la atención o para expresarse de forma coherente). Estos problemas neurológicos pueden ir acompañados de disfunciones de los sistemas inmunitario y hormonal. Algunos de estos daños pueden ser permanentes.
La relación de causa-efecto entre la exposición y la enfermedad ha sido reconocida
en los últimos años en España a varios trabajadores, a los que se ha concedido la invalidez laboral por este motivo, pero en ocasiones resulta complejo establecer el vínculo, ya que los trastornos se han desarrollado tras una exposición a bajas dosis durante un tiempo indeterminado.
EFECTOS DE TODO TIPO
Según la doctora Carme Valls, del Centro de Análisis y Programas Sanitarios, que trata en Barcelona a una cuarentena de afectados, los síntomas más frecuentes son fatiga, alteraciones del ciclo menstrual, impotencia, dificultad de concentración, pérdida de memoria, debilidad, malestar, dolor de cabeza, náuseas, irritación de las mucosas, mareos, asma, asfixia, palpitaciones y arritmias, manos y pies fríos, hormigueos, dolores en las articulaciones y musculares....
Buena parte de los pacientes, un 80 por ciento aproximadamente, según la doctora Valls, presentan también una hipersensiblidad química que les impide llevar una vida normal. Reaccionan con ahogo, náuseas y mareos ante la más mínima presencia de detergentes, perfumes, humos de coche o tabaco, desinfectantes, insecticidas, colas... Esta peculiaridad es la razón de que se haya denominado “sensibilidad química múltiple” a una enfermedad que también ha sido bautizada con los términos “enfermedad del siglo XX”, “alergia total”, “enfermedad ambiental”, “síndrome petroquímico”, ”enfermedad ambiental idiopática”...
DIFICULTAD DE DIAGNÓSTICO
A pesar de que los síntomas son muy numerosos y afectan a diferentes sistemas, las pruebas de diagnóstico habituales (exploración convencional, análisis de sangre y orina, rayos X) no son capaces de encontrar daños concretos. Pero el mayor obstáculo para una diagnóstico correcto es que los médicos no suelen relacionar posibles alteraciones con la exposición a agentes químicos, ya que para hacerlo son necesarias exploraciones muy dirigidas que deben ser evaluadas por médicos con formación y experiencia en riesgo químico. En nuestros país no hay demasiados profesionales con experiencia en este campo.
La dificultad para probar los daños físicos ha llevado a que expertos en distintas disciplinas aseguren que se trata de una alteración mental. Algunos psiquiatras han escrito en revistas médicas que se trata de una adaptación de la neurastenia, ya descrita desde el siglo XIX, y alergólogos, inmunólogos, toxicólogos y neurólogos se apuntan a la teoría, dada su incapacidad para explicar el fenómeno con los conocimientos tradicionales de su disciplina.
En la formación de esta opinión ha desempeñado un papel importante la presión de la potente industria química, que ha intentado defender sus intereses ante las reclamaciones de las personas afectadas (Monsanto, Procter and Gamble, Dow Elanco y otras empresas con intereses en la producción de agentes químicos han creado un Instituto para la Investigación de Sensibilidades Ambientales cuyo principal objetivo es demostrar que los afectados sufren trastornos psicológicos).
A LA ESPERA DE UN PROTOCOLO
En el terreno científico, la situación se puede comparar con la planteada por los enfermos de VIH antes de que se descubriera el virus causante, cuando los enfermos lo eran de sarcoma de Kaposi, de gripe, de neumonía o de un trastorno inmunitario. Sin embargo, la doctora Valls confía en que pronto se podrá establecer un protocolo, un estudio tipo, para diagnosticar la enfermedad, basándose en la experiencia acumulada con más casos.
La doctora Valls explica que en los pacientes expuestos a plaguicidas organofosforados y carbamatos se aprecia frecuentemente una inhibición de la enzima colinesterasa, que se traduce en un predominio del neurotransmisor acetilcolina y en consecuencia, en un estimulo del sistema parasimpático, que se corresponde con una bajada en los niveles de las hormonas adrenalina y noradrenalina. También se registran alteraciones en las imágenes obtenidas mediante escáner SPECT (Single-Photon Emission Computed Tomography), en los potenciales evocados y otras pruebas neurofisiológicas.
PERSONAS CON MAYOR RIESGO
Un aspecto que dificulta la comprensión de la enfermedad es que no todas las personas sometidas a las mismas condiciones tienen la misma respuesta de contaminación ambiental y desarrollan problemas de salud. En esta susceptibilidad pueden desempeñar un papel la bioquímica individual, la calidad de vida, la dotación genética y los antecedentes médicos personales.
Otra peculiaridad es que las mujeres parecen tener una tendencia mucho mayor que los hombres a sufrir una pérdida de tolerancia. Se ha especulado con que la mayor proporción de grasa corporal en el cuerpo de la mujer, un 15 por ciento más, puede tener una relevancia, teniendo en cuenta que los restos de productos químicos extraños se acumulan en ella. También habría que considerar la influencia de la medicación que se haya podido tomar a lo largo de la vida (se ha informado de casos en que los síntomas aparecen después de un largo período de medicación, una operación quirúrgica o un parto), y que las mujeres son mayoría en empleos de alto riesgo.
MÁS DE 40 AÑOS DE HISTORIA
Aunque el debate científico está ahora en su cima, la enfermedad no es una desconocida. El inmunólogo norteamericano Theron Randolph ya la describió por primera vez en 1956, tras comprobar la reacción de algunos pacientes ante determinadas sustancias químicas. Sin embargo, ni la enfermedad (que definió como “síndrome petroquímico”), ni la teoría explicativa fueron comprendidas por la comunidad científica, como consecuencia, Randolph fundó en 1965 la Sociedad para la Ecología Humana, que defendía la necesidad de una “ecología clínica” (en 1985, la sociedad cambió su nombre por el de Academia Americana de Medicina Ambiental (AAEM)).
Según Randolph, los agentes químicos presentes en el entorno pueden agotar la capacidad del organismo humano para defenderse de ellos. Explicaba la variedad de síntomas de los pacientes por la distinta naturaleza de los agentes químicos a que estuvieran expuestos, por la interacción entre ellos, por el tiempo de exposición y por las características bioquímicas de la persona afectada.
Esta es la explicación que continúan defendiendo los ecólogos clínicos, como la doctora Adrienne Buffaloe, del Centro de Medicina Ambiental de Nueva York, quien afirma que la sobrecarga tóxica se produce porque “fallan los procesos por los que las enzimas desintoxicantes del cuerpo eliminan las sustancias químicas perjudiciales”.
Una buena parte de los ecólogos clínicos creen que la pérdida de tolerancia se debe a un problema inmunitario. Han encontrado anormalidades en la presencia de anticuerpos, pero los resultados no son concluyentes si se comparan con los que se consideran normales en un grupo no afectado.
Actualmente, las investigaciones se multiplican en Estados Unidos debido a la presión que ejercen las asociaciones de afectados, en especial las de veteranos de la Guerra del Golfo, que sufren problemas similares. El aspecto que levanta mayores polémicas es el de la hipersensibilidad química, pues los toxicólogos no entienden por qué los pacientes reaccionan espectacularmente ante dosis muy bajas de un amplio abanico de sustancias (las pocas moléculas que son necesarias para que se aprecie un olor).
UNA NUEVA HIPÓTESIS
Los doctores Ashford y Milller, autores del libro Chemical exposures. Low levels and high stakes, defienden que los síntomas se deben a una hiperestimulación del sistema límbico, la zona más profunda del cerebro, que está asociada con los mecanismos químicos de la emoción y la percepción (existe una conexión directa entre el olfato y el sistema límbico, donde tiene lugar la interpretación de un olor). Esta alteración límbica provoca respuestas anormales de tipo neurológico, inmunitario, hormonal y de comportamiento.
La importancia de la hipótesis radica en que plantea un mecanismo para explicar un conjunto de enfermedades hasta ahora mal definidas. Es el caso del síndrome de cansancio crónico, la fibromialgia y el síndrome de edificio enfermo. De hecho, en los tres problemas de salud hay síntomas comunes y un porcentaje de pacientes que desarrollan hipersensibilidad a agentes químicos, pero sólo el último se ha relacionado con un problema ambiental (D. Buchwald y D. Garrity. Comparison of patients with chronic fatigue syndrome, fibromyalgia, and multiple chemical sensitivities. Arch Intern Med, 1994). Según la doctora Valls, “es muy probable que los médicos estén diagnosticando cansancio crónico y fibromialgia a pacientes afectados por una intoxicación ambiental”. La falta de información sobre el problema hace que los médicos no pregunten a los pacientes con cansancio o dolores sin causa conocida sobre si han estado en contacto con agentes químicos.
EL DERECHO A UNA ATMÓSFERA LIMPIA
El fenómeno de la pérdida de tolerancia demuestra que la actual saturación de productos químicos en los ambientes interiores está causando problemas de salud en un alto porcentaje de la población. La doctora Moreno reclama medidas preventivas, empezando por el cumplimiento de la legislación vigente sobre aplicación de sustancias peligrosas como los plaguicidas, pues actualmente se mezclan productos (esto significa que se puede crear un agente con efectos tóxicos desconocidos), no se respetan las dosis recomendadas ni los plazos de espera, no se ventila, no se informa a los trabajadores... Además, la precaución debería llevar a preguntarse sobre el tipo de productos que se utilizan en casa y en el lugar de trabajo y sobre si es posible sustituirlos o evitarlos.
Pero para que la situación mejore de verdad, sería útil que en la sociedad se extendiera la idea de que igual que se exigen ambientes libres de humo de tabaco, con más razón es exigible que estén limpios de restos de plaguicidas y otras sustancias químicas potencialmente peligrosas.
EN ESPAÑA APENAS HAY DATOS SOBRE LOS ENFERMOS
Datos presentados en Barcelona recientemente (1999) recogen más de cien casos de trabajadores perjudicados, con diferente nivel de afectación, por la exposición a plaguicidas en lugares de trabajo. Se trata de casos detectados en Catalunya en los últimos cinco años, desde que en 1994 diera la primera alerta un brote de empleados afectados por utilización de plaguicidas en una zona de trabajo con poca ventilación exterior.
La sindicalista y doctora Neus Moreno subraya que los casos advierten que el personal de limpieza, de seguridad y de mantenimiento es el que corre más riesgo. La razón es que por su tipo de trabajo y horario es más probable que entren en contacto con sustancias químicas aplicadas en los edificios. Por ahora, la mayoría de enfermos han sido detectados por los sindicatos, pero se desconocen los afectados entre autónomos y las personas que trabajan en el campo y en el hogar. La situación reclama que se sensibilice a los médicos de cabecera y a los servicios de urgencias para que se pueda detectar a los enfermos y mejorar su asistencia.
Francisco Marqués, director del Centro Nacional de Sanidad Ambiental, dependiente del Ministerio de Sanidad y Consumo, asegura que su centro “tiene interés en realizar estudios y aumentar la sensibilización, pero es necesario cierto consenso científico y que exista una demanda de la sociedad hacia los órganos de decisión, pues esta es la única manera de conseguir la financiación y ayudas necesarias”. “Es preciso -añade- que haya peticiones no sólo de los sindicatos que defienden a personas afectadas, sino de grupos parlamentarios que se preocupen por toda la población, porque se trata de un problema que puede afectar a todo el mundo”.
EL DRAMA DE LOS AFECTADOS
La vida de las personas afectadas por pérdida de tolerancia a una amplia variedad de productos químicos cambia radicalmente. No pueden ir al cine porque se asfixian y se marean por culpa de los desinfectantes y ambientadores que se utilizan comunmente. El perfume de un amigo les resulta insoportable y no pueden utilizar los productos de limpieza habituales. La enfermedad no sólo les incapacita para el trabajo en ambientes inocuos para otras personas, sino que les aísla socialmente. Según un estudio publicado en 1995 por la revista norteamericana Arch Environ Health, el 97 % de los enfermos abandonan las actividades fuera de casa, el 91% limita sus desplazamientos, el 89% reduce el contacto con amigos, el 77% deja el trabajo, el 97% renuncian a los detergentes, el 94% deja de utilizar perfumes, el 91% cambia su dieta, el 86% cambia sus ropas y el 69% incluso los muebles. Además de todos los cambios que deben realizar en su vida, el otro drama al que se enfrentan es la incomprensión por parte de los médicos. Dos intoxicadas en su lugar de trabajo, un hospital de Barcelona, para más inri, relatan cómo los servicios médicos no les prestaron ninguna atención: “al cabo de dos días de sentir los primeros síntomas fuimos a medicina preventiva porque ya no podíamos más, el aire nos resultaba irrespirable. Dijimos que habían desinsectado y que nos encontrábamos mal, pero nos contestaron que los productos eran inocuos y que éramos hipersensibles, que ya se nos pasaría. Lo mismo nos dijeron en el servicio de alergias, donde nos recetaron antihistamínicos. Cada día nos encontrábamos peor. Luego nos insinuaron que éramos unas histéricas...”.
Los afectados están sufriendo la falta de información sobre la enfermedad. Tras experimentar los primeros síntomas, padecen un vía crucis de consulta en consulta. Algunos pasan por una veintena de médicos sin encontrar una respuesta a su problema: del médico de cabecera al endocrino, al neurólogo, al alergólogo, al psiquiatra... y en la mayoría de los casos se encuentran con profesionales que carecen de información suficiente sobre el tema, según la doctora Neus Moreno, de Comisiones Obreras. A muchos afectados se les dice que padecen una enfermedad mental o se les acusa de buscar una renta, como en los casos en que los trabajadores defienden en los tribunales su derecho a una compensación por invalidez permanente.
Lista de productos que pueden provocar reacción a las personas sensibilizadas:
Ambientadores
Desodorontes
Lociones para después del afeitado.
Vapores del alquitrán
Humo de tabaco
Perfumes y colonias
Cosméticos perfumados
Humos de los coches
Carburantes
Productos de limpieza del hogar
Lacas y geles para el cabello
Insecticidas y repelentes
Detergentes
Rotuladores
Lacas de uñas y quitaesmalte
Pinturas, lacas y barnices
Disolventes (aguarrás...)
Champúes
Maquillaje
Las tintas de periódicos y revistas
Locales cerrados
Fuente: Adaptación de la lista publicada por Lax y Heneberger en Arch Environ Health, 1995.
APLICACIONES SIN PRECAUCIÓN E INNECESARIAS
Muchos insecticidas que se utilizan en el hogar sin apenas precauciones contienen uno o varios agentes químicos capaces de provocar un daño neurológico. Sin embargo, en la etiqueta sólo aparecen consejos del estilo “no vaporizar sobre alimentos, personas, animales domésticos, peceras y utensilios de cocina” o “en caso de accidente o malestar acuda inmediatamente al médico”, junto con el teléfono del Servicio Nacional de Información Toxicológica. Si estos productos son un riesgo, lo son aún más los utilizados por las empresas de control de plagas: contienen agentes químicos más agresivos y en una concentración mayor. Según Neus Moreno, existen empresas que ofrecen estos servicios y que no están registradas oficialmente, utilizan plaguicidas agrícolas no autorizados para uso en locales cerrados y los trabajadores no poseen el carnet de manipulador exigible. Ante la demanda de los sindicatos, el departamento de Sanidad y Seguridad Social de la Generalitat de Cataluña ha editado una hoja informativa en la que recuerda que la legislación vigente no establece ninguna obligatoriedad de realizar tratamientos de desinfección, desinsectación y desratización en empresas que no almacenen alimentos. También recomienda que se solicite a la empresa los comprobantes de su inscripción en los registros oficiales.
EL TRATAMIENTO
La doctora Carme Valls atiende a un grupo de enfermos crónicos en Barcelona desde 1996. El tratamiento es paliativo, es decir, se combaten los síntomas a medida que van apareciendo, ya que no es posible reparar los daños en el sistema nervioso central. La base de su tratamiento para estos pacientes consiste en contrarrestar con progesterona natural los efectos hormonales estrogénicos de ciertos agentes químicos ambientales, y en administrar vitamina B1 y bromoergocriptina para inhibir la hormona del crecimiento y fortalecer el sistema nervioso simpático. Además, la doctora Valls administra vitaminas y minerales buscando un efecto terapéutico e intenta controlar los problemas autoinmunes que puedan ir apareciendo, como la tiroiditis o la artritis.
Los doctores Michael Murray y Joseph Pizzorno, en su libro Enciclopedia de medicina natural (Editorial Tutor, Barcelona, 1998), recomiendan para los casos de intoxicación química un tratamiento con un gramo diario de colina y otro de l-metionina para impedir los depósitos grasos en el hígado; un gramo tres veces al día de vitamina C, para ayudar al hígado a eliminar componentes tóxicos de la sangre; uno o dos gramos de pectina, guar o salvado de avena por la noche, para impedir la reabsorción de los tóxicos que la bilis vierte en el tracto intestinal; infusiones de sello de oro, y beber dos litros de agua muy poco mineralizada al día.
Para los ecólogos clínicos, como la doctora Adrianne Buffaloe, es necesario seleccionar los alimentos y medicamentos para mejorar las funciones corporales desintoxicantes. Además conviene realizar saunas, ejercicio físico y masajes. Algunos pacientes también se han beneficiado de la acupuntura y la homeopatía. Por supuesto, se deben evitar los productos artificiales a los que se reaccionan y sustituirlos por otros naturales inocuos. Algunos expertos recomiendan una terapia psicológica para controlar la angustia y el pánico en los casos más agudos.
LOS SÍNTOMAS DE ALERTA
La población en general no está advertida de los riesgos que se corren en los ambientes cerrados donde se han realizado tratamientos químicos. Por eso muchas personas que comienzan a sentir malestar no lo relacionan con una exposición. Hay que tener en cuenta que los síntomas pueden aparecer inmediatamente después de una exposición aguda o moderada, o tras varios años de contacto. Las primeras molestias que advierten que se está expuesto a una o varias sustancias perjudiciales son:
- picor en las mucosas nasales
- lagrimeo y picor de ojos
- picor en la garganta, la lengua o los labios.
- tos seca y problemas respiratorios.
- sabor metálico.
- enrojecimiento de la cara.
- hormigueo en las manos
- ardor de estómago o pinchazos.
- debilidad muscular.
- dolor de cabeza.
- náuseas, mareos y vértigo.
Cuando se presente alguno de estos síntomas es conveniente preguntar a las personas del entorno si están sintiendo lo mismo y en cualquier caso acudir a un servicio médico o de urgencias, dependiendo de la severidad de los síntomas, donde se debe comunicar que se ha podido sufrir una intoxicación accidental por plaguicidas u otras sustancias químicas. Si los síntomas permanecen o se repiten al entrar en contacto con un espacio contaminado, es necesario evitar que la exposición continúe y acudir al médico, explicándole de la forma más completa posible el problema de que se trata. Si se trabaja en una empresa es imprescindible comunicar el problema a los representantes sindicales y a los responsables técnicos. Además, puede ser muy útil para el diagnóstico el realizar una lista de los productos ante los que se reacciona.
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